A la una del mediodía comenzó la celebración de la Santa Misa, presidida por San Antonio, con su rosario de frutos de la tierra y repleto de ofrendas de todo tipo que, como cada año se subastan a la salida de la misa.

Este año se echó de menos el tradicional cordero, pero sí estaba presente un gallo de corral luciendo hermoso plumaje. También echamos de menos a Manolo en la subasta, aunque Jose salió airoso del trance.

Tras la Santa Misa y la subasta no faltó, para finalizar la jornada, la “Sanantonada” o gran fabada, comida que, ya desde hace varios años, viene siendo la protagonista del día. Este año también se repartió la gente entre El Roble y Las Cumbres, para degustar la tradicional fabada.

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Para aquellos que deseen profundizar en la vida de San Antonio, a continuación una reseña de su vida.

Sin duda alguna, uno de los santos más populares de la Iglesia Católica, es San Antón Abad patrón de los animales.

San Antonio Abad nació en el Alto Egipto, en un pueblo llamado Queman, cerca de Heraclea. Nacido en familia acomodada,  a los 18 años aproximadamente, sus padres mueren y le dejan una gran herencia y la tutela de una hermana mucho más pequeña que él. Seis meses después de quedarse huérfano, Antonio entró en la iglesia de su pueblo y escuchó del sacerdote aquellas palabras del Evangelio que recitó Jesús:

«Ve, vende lo que tienes, dalo a los pobres y sígueme».

Estas palabras conmocionaron a Antonio que dejó parte de sus tierras y posesiones a los más pobres, y la otra parte a una familia para que cuidaran de su hermana. A imitación de los ascetas, nuestro personaje se unió a un grupo de personas que estaban a unos kilómetros de Queman en busca de la soledad.

Luego pasaría muchos años ayudando a otros ermitaños a encaminar su vida espiritual en el desierto y que más tarde se internaría en el profundo desierto para vivir en absoluta soledad.

Dice la historia que era un enamorado de los animales y siempre los cuidaba con esmero y sentía por ellos verdadera debilidad especialmente por los “cochinillos” Es el patrón de los animales ya que le agradaban mucho y siempre los cuidaba.

El Genovés Santiago de la Vorágine, allá por el siglo XIII, compiló la Leyenda Dorada, y según data en ella, Antonio fue reiteradamente tentado por el demonio en su peregrinar por el desierto, hecho éste, que fue representado por numerosos pintores como tema favorito de la iconografía cristiana de la época.

La fama de hombre santo y austero fue atrayendo a numerosos discípulos dispuestos a seguir sus pasos como ermitaños, de forma que organizó un grupo junto a Pispir y otro en Arsínoe por lo que se le considera el fundador de la tradición monacal cristiana. Sin embargo, y a pesar del atractivo carisma que ejercía, nunca optó por vivir en comunidad, por lo que se retiró de nuevo al monte Colzim, cerca del Mar Rojo, para seguir viviendo como ermitaño. En el año 311 abandonaría su retiro para visitar Alejandría y predicar contra el Arrianismo.

También se cuenta que en una ocasión se le acercó una jabalina con sus jabatos (que estaban ciegos), en actitud de súplica. Antonio curó la ceguera de los animales y desde entonces la madre no se separó de él y le defendía de cualquier alimaña que se acercara a la cueva donde éste vivía.

En reliquias y orden monástica se afirma que Antonio vivió hasta los 105 años, y que dio orden de que sus restos reposasen, a su muerte, en una tumba anónima. Sin embargo, alrededor del año 561 sus reliquias fueron llevadas a Alejandría, donde fueron veneradas hasta alrededor del siglo XII, cuando fueron trasladadas a Constantinopla. La Orden de los Caballeros del Hospital de San Antonio, conocidos como Hospitalarios, fundada por esas fechas, se puso bajo su advocación. La iconografía lo refleja, representando con frecuencia a Antonio con el hábito negro de los Hospitalarios y la tau o la cruz egipcia que vino a ser el emblema con el que se les conocía.

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