Pedro Amaro
La primera vez que vi a don Rogelio, sería por el año 1985, me encontraba haciendo el parque de Valorio y él, era el jefe de jardines del ayuntamiento de Zamora.
Al poco tiempo de tratarlo, me di cuenta que se trataba de un ingeniero de montes, que sabía de qué iba cada obra y además, sabía cómo realizarla. ¡Resultaba algo inédito en el premio!
Aparte de ser un grandísimo profesional, era una persona educada, amable, considerado, cumplidor y además, no le importaba coger un pico, una maceta o lo que fuera necesario y ayudar. Resultaba algo único y diferente.
Forjamos una buena amistad y mi perplejidad se fue convirtiendo en admiración, conforme lo trataba, por su honradez y su inmensa fe. Colaboramos en trabajos diversos y un día, tuvimos que ir a su despacho para realizar unos planos.
En el pasillo, encima de un mueble, tenía las fotos de todos sus hijos. Me estuvo hablando de ellos, como se llamaban, lo que habían hecho, a que se dedicaban y lo hacía con el orgullo de un padre agradecido.
Habló de todos, menos la foto de una niña preciosa que en la imagen contaba con unos 10 años, me extrañó que no hiciera ningún comentario, por lo que le pregunté por ella.
Me dijo que había muerto al poco de hacerse aquella foto a causa de una enfermedad terrible. Me habló de su enfermedad, de su valor y de su muerte y lo hacía con una entereza encomiable.
Le di mi pésame, a lo que me contestó:
No me des el pésame y felicítame, porque de esa hija, tengo la seguridad absoluta de que en estos momentos se encuentra en el cielo.
Y he tenido la inmensa fortuna de conocer a lo largo de mi vida a tres hombres excepcionales a los que siempre he llamado maestros, el apelativo que se le daba a Jesús y usted don Rogelio, es el cuarto.
No lamento su partida, sino que me felicito por ella, porque tengo la seguridad absoluta de que se encuentra en el cielo con su esposa y con su hija.
Pedro Amaro