SAF – 04 de enero de 2018.

Desde 15 de Diciembre de 2017 al 4 de marzo 2018 podrán verse varias piezas procedentes del yacimiento de El Castillón (Santa Eulalia de Tábara, Zamora), en la exposición «In Tempore Sueborum. El tiempo de los Suevos en la Gallaecia – 411 – 585», que se localiza en la ciudad de Ourense.

Entre las piezas que se encuentran procedentes de las excavaciones efectuadas en el yacimiento arqueológico de El Castillón, se pueden contemplar un osculatorio de bronce, una punta de jabalina, un botón de hueso una fíbula de bronce y muchas piezas más.

Museo Municipal de Orense

Lunes: cerrado.
De martes a sábado: 11h a 14h y de 18:30h a 21:30h.
Domingos: 11:30h a 14h.

Cerrado los días 24,25 y 31 de Diciembre, y el 1 y 6 de Enero.

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Collar o diadema de Beiral. Museu Nacional de Arqueologia de Lisboa.

In tempore Sueborum nos traslada a nuestra historia en la edad Tardo-Antigua, en el ocaso del Imperio Romano, cuando los suevos se instalan en el Noroeste de la Península Ibérica. Aquellos hechos de los siglos IV al VI nos cambiarán el concepto de gentes bárbaras, heredado de los romanos. La exposición se estructura en tres ambientes ubicados en el Centro Cultural Marcos Valcárcel, en la iglesia de Santa María Nai y en el Museo Municipal, para saber de la llegada de los suevos, del origen del cristianismo en la época y de cómo convivían con los galaico-romanos de la Gallaecia.

En el Marcos Valcárcel conoceremos el proceso complejo que supuso la llegada e instalación de los Suevos en la Gallaecia. Dicho proceso se desarrolló entre los siglos IV y VI en toda Europa, y derivó en la creación del Reino Suevo en el noroeste de la Península Ibérica entre los años 411 y 585 de nuestra era. Fue el primer reino bárbaro en Occidente, precedente pionero de los reinos de la Edad Media, germen de la configuración política de la Europa actual.

Estos clichés sobre los Bárbaros han condicionado el relato histórico sobre lo que en el norte y centro de Europa se conoce como ‘Período de las Grandes Migraciones’, mientras que en el sur del continente se denomina como ‘Invasiones bárbaras y/o germánicas’ en aquellos países (Francia, Italia, España) donde los diversos pueblos bárbaros crearon reinos, tras la desaparición del Imperio Romano Occidental. La idea de ‘invasión’, relacionada con una imagen del bárbaro como salvaje, incivilizado, es una narración hábil de la élite cultivada romana en un período en el que Roma caminaba por los senderos de la Historia, por así decirlo, con el paso cambiado. Los Bárbaros, procedentes del otro lado de la frontera nororiental del Imperio (el limes renano-danubiano) fueron inicialmente la ‘solución’ recurrente para generar activos militares que atendiesen los cada vez más frecuentes desórdenes en las fronteras, siendo utilizados como auténticos mercenarios al servicio del Imperio. Los Bárbaros, especialmente sus élites dirigentes, obtuvieron de esta forma beneficios en forma de tierras, status y prestigio social, pues muchos acabarían formando parte, e incluso estando al frente, del Ejército Imperial Romano. Por tanto, en vísperas de las ‘Invasiones/Grandes Migraciones’ de comienzos del siglo V, existían ya importantes conjuntos de Bárbaros asentados dentro del Imperio e incluso conviviendo con la población provincial romana. Las costumbres y los elementos característicos de la civilización romana no eran, por tanto, ajenos a los Bárbaros, en particular a sus élites dirigentes, pues Roma constituía para ellos un modelo, un ideal, a imitar, no a destruir.

Los Bárbaros, los ‘Germanos’, y entre ellos los Suevos, son una creación de Roma; el genio político y militar romano creó el ‘mundo bárbaro’, tiñendo más de sombras que de luces su verdadera dimensión histórica. Debemos, por tanto, ‘deconstruir’ a los Bárbaros para intentar construir un relato que nos aleje del mito y nos aproxime algo más a su realidad.

El contacto de los Suevos con el mundo romano es recurrente, y diríamos que contínuo desde tiempos de César. En efecto, la imagen que Roma nos ha transmitido de los Suevos deriva esencialmente de las descripciones realizadas por César a finales del siglo I a. C. y, sobre todo, por Tácito en el siglo I d. C. en un breve texto que ha tenido una gran repercusión y no siempre positiva influencia: De Re Germaniae. La mayoría de las objetos que poseemos mostrando a individuos relacionados con los Suevos se enmarcan en un contexto histórico muy preciso, las conocidas como ‘Guerras Marcomanas’, pudiendo vincular dichas representaciones con el ambiente bélico y militar que enfrentó a las legiones romanas con los temibles Marcomanos.

Uno de los aspectos privilegiados en el estudio de los pueblos Bárbaros es el relativo a sus formas de enterramiento, el mundo funerario. La tumbas pertenecientes a estas poblaciones, además de mostrar una fuerte influencia del mundo romano a través de los objetos hallados en los enterramientos, ponen de manifiesto, en el tránsito entre los siglos IV y V, la adopción por parte de las élites bárbaras de un tipo de vestimenta similar conocida como ‘moda póntico-danubiana’, lo conocemos como ‘tumbas principescas’. Estos lujosos y exuberantes elementos de vestimenta personal conforman un elenco de objetos distintivos y característicos de los enterramientos de la ‘gente VIP’ entre los siglos IV y VI, en el período de las ’Grandes Migraciones’, desde el Póntico hasta el norte de África y, por supuesto en Hispania y en la Gallaecia.

Los Suevos que, junto con Vándalos y Alanos, cruzan los Pirineos en el año 409, estarían constituidos por grupos de poblaciones cuadas, marcomanas e incluso alamanas. La denominación colectiva de Suevos deriva, por una parte, de ser un nombre de prestigio entre los Bárbaros y, por otra parte, a la más que probable presencia de un grupo aristocrático aglutinado en torno a una estirpe regia al frente de la que estaría un ’jefe militar’ suevo.

El Reino Suevo (años 411-585), se desarrolló durante poco más de un siglo y medio en un ámbito territorial correspondiente a la provincia romana de la Gallaecia y áreas colindantes, logrando articular un dominio político y territorial que le permitió configurar el primer reino independiente en el Occidente europeo post-romano. Diversos autores hispano-romanos como Hidacio, Orosio, Isidoro de Sevilla y Juan de Biclaro, relatan los acontecimientos políticos, militares, así como las luchas internas dentro de las familias dirigentes suevas, que marcaron el devenir histórico de los Suevos en el extremo occidental de la Península Ibérica.

El ejercicio del poder político suevo es particularmente visible a través de las acuñaciones monetarias en oro (tremises), desde el reinado de Hermerico (409-438/441), primer rey suevo en la Gallaecia. Los Suevos no desarrollaron tipos monetarios propios, por eso hablamos siempre de imitaciones de los modelos Imperiales. Requiario (448-456), fue el primer rey bárbaro en acuñar moneda con su nombre en Braga, la capital política del reino suevo.

Los ritos y costumbres funerarias permiten observar ciertos cambios, no tanto cuantitativos como cualitativos, en la Gallaecia de los siglos V y VI. A diferencia de cómo se interpretaban estas transformaciones hace algunos años, el estudio del mundo funerario no se aborda actualmente como la evidencia de individuos que presentan caracteres étnicos inmutables en el tiempo. Al contrario, el mundo funerario sería el resultado de un largo proceso de aculturación y mestizaje (con una clara influencia del mundo romano) que se materializa en la vestimenta, elementos de adorno y depósitos funerarios que encontramos en los enterramientos de los siglos V y VI. Este tipo de objetos es frecuente encontrarlos en inhumaciones que se corresponden con las élites bárbaras, en muchos casos tumbas femeninas (aunque también masculinas e infantiles), que nos muestran un modo común de vestimenta que portarían tanto las élites suevas como las de otros pueblos bárbaros (Alanos, Vándalos, Godos), y que es idéntica a la que se constata en otros ámbitos del Centro y Este de Europa.

El peso e influencia del Cristianismo en la Gallaecia de los siglos V al VII constituye un indicador cultural e ideológico omnipresente en todos los ámbitos de la sociedad tardo-antigua. Esto es manifiestamente visible en el ámbito funerario, un escenario privilegiado en el que son perceptibles las diversas tradiciones e influencias reinterpretadas en diversos soportes y materiales con símbolos y códigos claramente cristianos, en este caso perceptibles tanto en los enterramientos de las élites galaico-romanas como del resto de la población de la Gallaecia.

En el año 585 Leovigildo pondrá punto final al Reino Suevo mediante su integración en el pujante y hegemónico Reino Godo de Toledo; iniciándose así una etapa diferente en la Historia de las tierras de la antigua provincia romana de Gallaecia.

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Sarcófago de San Martinho de Dumio. Museo D. Diogo de Sousa de Braga.

Cambiamos ahora de escenario y nos dirigimos a la histórica iglesia de Santa María Nai. Este es el espacio elegido para tratar sobre la cristianización y el territorio de la Gallaecia de la época sueva. El Cristianismo no constituía una novedad en el Occidente europeo post-romano, y en los diversos ámbitos territoriales del heterogéneo mosaico de creencias y cultos, tolerados e incluso estimulados por Roma, en lo que a prácticas religiosas se refiere. Desde la proclamación del conocido ‘Edicto de Milán’ en el año 313 por Constantino I ‘El Grande’ y Licinio, el Cristianismo, en su vertiente católica, se convirtió en la religión oficial del Imperio. Probablemente, el hecho de que el emperador Galerio hubiese promulgado dos años antes (año 311) el denominado ‘Edicto de Nicomedia’, decretando la tolerancia para con el culto cristiano y su practicantes, allanó el camino para que el Cristianismo pasase a ser en la práctica un culto de Estado. Una asociación, la del poder político con el religioso, sin duda compleja y no lineal, que perdurará prácticamente hasta la Época Contemporánea.

La tolerancia y la oficialización, a comienzos del siglo IV, por parte del Emperador, no fue sino el punto de llegada, el reconocimiento de una situación de facto: el imparable avance del Cristianismo a lo largo y ancho del Imperio Romano. La implantación del culto cristiano, y de las estructuras jurídicas, administrativas y materiales que lo sustentan, presenta ritmos y tiempos diferentes en un territorio tan vasto como el del Imperio. No obstante, y como una superestructura ideológica que es, su dinámica natural tiende a la uniformización y homogeneización de usos y costumbres, dentro de una estricta jerarquía organizativa y funcional.

Por ello, y sea cual fuere el ámbito territorial en el que nos situemos, observamos procesos y mecanismos similares, por no decir casi idénticos, que marcan la progresiva implantación del Cristianismo. Tales procesos son patentes a través de los textos generados por la administración eclesiástica, de los escritos de algunos eclesiásticos de sólida formación intelectual, y de las evidencias materiales ligadas a la Liturgia, el culto y el mundo funerario.

En la Gallaecia de época sueva, el Cristianismo, aún estando presente, no se materializa de forma homogénea y uniforme sobre el noroeste peninsular, puesto que en ese período se encuentra todavía entre la ‘oficialización’ y la ‘expansión’. Por tanto, el proceso de cristianización, cuando Suevos, Vándalos y Alanos llegan y se asientan en la Gallaecia a comienzos del siglo V se halla en los momentos iniciales de su implantación y desarrollo. Esencialmente en lo que respecta a la existencia de una estructura administrativa eclesiástica del territorio y a la fuerte presencia y arraigo de una diversidad de cultos y prácticas muy ligadas todavía a al mundo religioso romano y pre-romano.

El recorrido que haremos para abordar el estudio de la Cristianización en el ámbito territorial correspondiente a la Gallaecia de época sueva, lo estructuramos en dos fases, que marcan dos momentos bien diferenciados en este complejo proceso:

  • En primer lugar, los orígenes, (entre los siglos IV y V, e incluso una buena parte de la primera mitad del VI) del proceso de cristianización, marcados también por las diferentes conversiones de los Suevos a las versiones católica y arriana del Cristianismo. Se trata de una fase definida por una singular convivencia entre las prácticas paganas y las cristianas, dando lugar a particulares fenómenos de interacción y sincretismo cultural. Una etapa inicial, en la que el papel de ciertos individuos pertenecientes a la aristocracia galaico-romana e hispano-romana, fue determinante para intentar establecer una estructura administrativa eclesiástica sobre el territorio, más visible en los ámbitos urbanos o semiurbanos que en el difícil medio rural del noroeste peninsular.
  • En segundo lugar, y ya en pleno siglo VI, tuvo lugar un cambio sustancial en las características, ritmos e intensidad del proceso de cristianización, especialmente a partir del año 550. Es lo que denominamos como Efecto San Martín, debido a las transcendentales consecuencias que su actividad (pastoral, evangélica y sociopolítica), generó en tierras de la Gallaecia, y de forma singular entre la élite dirigente sueva, razón por la que también se le conoce como el Apóstol de los Suevos. Esta relación entre la Iglesia católica y la monarquía sueva, es preciso inscribirla, y entenderla, en el marco de la utilización de los procesos de conversión (tanto a la vertiente católica como arriana del Cristianismo) como un mecanismo de diferenciación e identidad socio-política. El conocido como Parroquial Suevo constituye un ejemplo único, en todo el Occidente latino, del Efecto San Martín en la Gallaecia. En este sentido, la intensificación, en la segunda mitad del siglo VI, de la actividad constructiva estrechamente vinculada a las élites cristianas es un síntoma, y a la vez una consecuencia, de la implantación sobre el territorio de una fuerte jerarquización instaurada a través de la organización y administración eclesiástica del mismo, como evidencia el Parroquial Suevo aunque con ritmos e intensidad diferentes en un espacio tan amplio como el noroeste de la Península Ibérica.

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Cama de bocado de freno de caballo. Museo Castro de Viladonga.

En el Museo Municipal de Ourense conoceremos aspectos de la convivencia, en la Gallaecia tardo antigua, entre los suevos y los galaico-romanos. Los cambios y transformaciones en el paisaje urbano y rural de la Gallaecia tardo-antigua no vienen motivados por la presencia y dominio político de los Suevos durante los 174 años en los que ejercieron su poder en estas tierras. Fue realmente la propia dinámica evolutiva interna de la sociedad galaico-romana la que marcó la transición entre el final del dominio romano y los comienzos de la Edad Media, un período que definimos como Antigüedad Tardía.

Las estructuras de base, los elementos definitorios del paisaje instaurados por Roma en la Gallaecia, permanecerán a lo largo de los siglos V y VI. No obstante, la progresiva desaparición del entramado político-administrativo romano, y con él la ausencia de un dominio territorial directo, dieron lugar a pequeños pero irreversibles cambios en los asentamientos rurales y urbanos. En ellos el proceso de cristianización ejerció una influencia notable, como evidencia hoy en día de manera significativa la investigación arqueológica.

En el paisaje de la Gallaecia tardo-antigua se mantienen presentes, aunque con cambios y transformaciones más debido a procesos internos que a influencias externas, las estructuras de poblamiento y patrones de asentamiento existentes ya en época tardo-romana:

  • En primer lugar, los asentamientos de altura, los conocidos como castros, bien manteniendo su ocupación en los siglos V y VI, siendo ‘reocupados’ puntualmente a comienzos del siglo V, o excepcionalmente, al menos con los datos arqueológicos disponibles, creados en los siglos V o VI.
  • En segundo lugar, los establecimientos de llanura, genéricamente denominados como villae; aunque las disparidades en su fisonomía, dimensiones y funcionalidad hagan de este término un concepto muchas veces equívoco. Se trata, en la mayoría de los casos, de explotaciones agropecuarias rurales orientadas al autoconsumo o a actividades productivas, como las factorías de salazón, tan propias del paisaje costero galaico-portugués y que, al mismo tiempo, conforman lujosas residencias donde habitaban los propietarios de dichas villae.
  • En tercer lugar, las conocidas como aglomeraciones secundarias (los vici), que configuran una unidad intermedia de vertebración territorial entre los enclaves considerados como urbanos (las capitales político-administrativas) y una abrumadora mayoría de asentamientos rurales (tanto en llanura como en altura). En los vici, confluyen frecuentemente importantes vías principales o secundarias de comunicación, constituyendo en no pocas ocasiones el germen de importantes núcleos de población en época tardo-antigua y a lo largo de la Edad Media. Algunas de estas aglomeraciones secundarias tienen un origen militar, otras estuvieron vinculadas al mantenimiento de la infraestructura viaria de época romana.
  • Y, por último, al ser cuantitativamente minoritarios, los núcleos urbanos, limitados básicamente, en una acepción restrictiva del término, a las capitales de los grandes distritos administrativos de época tardo-romana (los conuentus jurídicos): Lugo (Lucus), Astorga (Asturica) y Braga (Bracara). Las tres capitales conforman los vértices del triángulo viario que vertebró las tierras del noroeste peninsular desde época romana hasta bien entrada la Edad Contemporánea. En esos tres núcleos urbanos, la arqueología ha documentado una continuidad de ocupación en época tardo-antigua, similar a la de otras capitales provinciales del Imperio Romano, con importantes y significativos cambios en el paisaje urbano y en las formas de ocupación de esas importantes ciuitas en los siglos V y VI. Transformaciones, en gran medida, aunque no únicamente, relacionadas con el proceso de cristianización perceptible en su topografía.

Por su novedad, y a pesar de haber sido objeto de una reciente exposición monográfica, dedicamos un apartado específico a un aspecto de la sociedad galaico-romana tardo-antigua que hasta hace pocos años era difícil o casi imposible de abordar, como es el del comercio y el intercambio en los siglos V y VI. Evidencias del mismo se venían constatando cada vez con mayor seguridad, confirmando la existencia de unos contactos exteriores que ya conocíamos a través de los textos de la época, pero han sido los espectaculares hallazgos de los últimos años en Vigo (el Vicus Spacorum) los que han proporcionado un giro importante en la información arqueológica disponible, a través de un volumen de hallazgos que evidencian el alcance y la intensidad espacial y temporal de un comercio muy dinámico. El estímulo y demanda de esta actividad de importación, en una buena parte, es necesario ligarla a las élites de los siglos V y VI, y señaladamente a las élites eclesiásticas.

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