saías Santos Gullón – 19 de enero de 2018.
CONCURSOS LITERARIOS convocados en las fiestas patronales de Tábara desde 1971 sobre temas “Describe tu pueblo” 1971, “La ancianidad” 1972, “Un matrimonio de labradores” 1973, ”Mi maestro” 1974, “La mujer” 1975, “Tábara” 1976; varios de los trabajos premiados desde 1972 fueron publicados en El Correo de Zamora y CORREO DE TÁBARA.
Incluyo también Concurso de redacción de abril 1975 del Colegio Comarcal con motivo del día forestal.
Recopilado por Isaías S. G.
LA ANCIANIDAD
Con ocasión de las fiestas patronales de Tábara y en el concurso literario celebrado a nuestros abuelos se concedió el primer premio al siguiente trabajo del que es autora la señorita Luisa Fresno Gutiérrez:
En aquel pueblo nunca sucedía nada. Se nacía y se moría y entre esos dos puntos cardinales, norte y sur de la existencia humana, transcurría sin alteraciones aparentes el lento caminar de un puñado de vida.
Era un pueblo pequeño con modesta vida propia, al sol y al aire desafiando todos los vientos; frígido en invierno, abrasador en verano con un sol que quemaba los rastrojos y las mieses. Pocas cosas hermanadas unas a otras en escaso perímetro y una iglesia románica posiblemente del siglo IX.
Allí le vi, olvidado de todos gastando los últimos días de su anónima existencia en este pueblo humilde Castilla.
A pesar de ser hombre de pensamiento lúcido e inteligencia despierta, nunca suspiró por la gran ciudad donde se forjan todas las mentiras del vivir cotidiano y los falsos prestigios levantados a fuerza de intrigas y propagandas. A cambio fue siempre “él”, con fuerte personalidad propia.
Día a día, entre el cielo y la tierra, lee ha tomado al campo sus medidas de paz y silencio. Ahora, también él ha llegado al otoño de su vivir cotidiano. El reloj de la vida es imperturbable, no sabe de clemencias con nadie.
Nuestro hombre sobrio y enjuto, como una sombra de sí mismo, se levantaba con el alba como el Ingenioso Hidalgo de la Mancha. Los caminos polvorientos saben de sus largas preguntas y más largos anhelos y los chopos, centinelas del sueño, son testigos mudos de su audacia y trabajo.
Pero la soledad es el fantasma negro de la senectud. La naturaleza puede ser elocuente cuando proyectamos ilusión sobre ella, pero le falta el calor humano que el anciano necesita. Y ahí está marginado, olvidado y convertido casi en el despojo de una sociedad incapaz de comprender el valor de su entrega.
Como estación solitaria y deshabitada, ha sido relegado a ser asilo de la espera y ya ha olvidado el sabor del repentino beso o de la lágrima perdurable. Le ha dado mucho el sol y ha caído mucha lluvia sobre sus espaldas, pero ya queda lejos de su vida la alegría del encuentro y la tristeza de la despedida.
El sol potente y grandioso sigue alumbrando los trigos rubios de su pueblo, pero el sol de su vida ya se ha hecho atardecer. Orgulloso puede estar de que su sangre se vea perpetuada en otras vidas, porque de otra suerte la soledad sería total.
Se ha dicho que el anciano es un niño y en verdad lo es. Bastan muy pocas cosas para hacerle feliz. No se precisa nada extraordinario, es suficiente con no dejar apagar el rescoldo de la cordialidad y el cariño.
Hay algo importante que no podemos dejar de reseñar y que contribuye en gran manera a aumentar el problema delos ancianos: la lucha entre generaciones. El fondo de la tensión entre dos generaciones no radica en una cuestión de edades, sino en el enfoque y la mentalidad. La verdadera polémica no se plantea entre viejos y jóvenes, sino entre pasado o futuro: entre la atención predominante a lo que fue y el intento de abrirse a lo que ha de venir. La historia marcha a ritmo acelerado. Vivimos en una época que se caracteriza por la capacidad de cambio. Nosotros, los jóvenes, estamos naturalmente más dotados para esa apertura, pues el cambio es reflejo de nuestro dinamismo. Para ellos, los ancianos, el cambio es casi un tópico. A nosotros nos corresponde llevar la iniciativa, tender la mano al anciano y comprenderle, demostrar la generosidad de alma de la que alardeamos.
Nada importa las edades, lo que tiene verdadera importancia en el hombre es el espíritu; somos viejos de espíritu cuando nos apegamos a nuestro egoísmo, cuando no tenemos la suficiente amplitud de miras como para intuir la soledad del anciano que cruza a nuestro lado o convive con nosotros.
Creemos que merece la pena intentar el acercamiento entre nuestras generaciones. Alguien dijo que basta un soñador para que los demás se sientan arrastrados por el mismo camino. Aquí no hay términos medios: o nos ponemos del lado de la generosidad y el entusiasmo o seguimos el camino prosaico de la vida vulgar con el alma alicortada de los hombres convocación de escudero.
Es preciso establecer una corriente de simpatía entre ancianos y jóvenes. Existe una jerarquía de principios válidos para cualquier época y circunstancia. Su nombres cayeron en desuso. Y hoy están casi olvidados. Se llaman: comprensión, desinterés, justicial
Luisa Fresno Gutiérrez
Publicado en EL Correo de Zamora de 20/8/1972.