Isaías Santos Gullón – 27 de octubre de 2018.
Publicado en la página cinco CORREO DE TÁARA en El Correo de Zamora de 17/7/1973.
Hace unos días, entre las páginas de un diario, encontré por primera vez un anuncio que me asombró tanto como me asustó.
El anuncio informaba de la existencia de un nuevo produzco para combatir la polución atmosférica en los hogares, en los trabajos, en las escuelas…
¡Ya se vende oxígeno puro para poder respirar!
Este anuncio es alarmante porque hoy la economía universal no permite hacer pruebas. Hoy cuando se crea un nuevo producto es porque su venta va a ser un negocio. ¿Será la venta de oxígeno puro un negocio? Me temo que sí.
Es triste ver cómo cada día aumenta la polución, cómo cada día cantidades inmensas de “smog” van dejando la huella de la civilización en nuestros pulmones, cómo cada día la función normal de respirar no va a ser una cualidad, sino un perjuicio.
Mucho se habla de la polución, pero nada se resuelve, ¿por qué? Porque no es tan fácil.
Porque las más recientes noticias sobre el tema dicen que los investigadores afirman que no podrá eliminarse el monóxido de carbono de los automóviles. Quizá las multas de tráfico por exceso de gases contribuya un poquito a disminuir el mal, pero desgraciadamente no a eliminarlo.
Porque las chimeneas de las calefacciones y de las fábricas no pueden desaparecer, porque no puede eliminarse la comodidad ni la producción.
El problema es difícil, aunque de urgente solución, sobre todo en las grandes ciudades, porque el mal que hace es enorme, y no tanto en cuanto a la salud física de los individuos como en su aspecto psicológico.
La gente de las grandes ciudades no es feliz, no puede serlo, porque viven la vida demasiado de prisa. Necesitan pasar volando cinco días para huir al campo los fines de semana.
Sí, esa es la terrible consecuencia. Los habitantes de las grandes ciudades, de cada siete días sólo viven dos.
Lo curioso es que no nos damos cuenta de lo valioso que son las cosas hasta que no las perdemos. Y nosotros, los que vivimos en pequeñas ciudades o en pueblecitos como nuestro Tábara donde el mal no ha llegado todavía, no damos importancia a lo más grande que tenemos, el poder vivir día a día, minuto a minuto, intensamente la vida. Sólo nos damos cuenta cuando por los mil derroteros de la vida nos encontramos inmersos en esa gran ciudad, cuando el ambiente nos empuja a desperdiciar cinco días de la semana perdidos en suburbanos o caminando entre una densa niebla de partículas dañinas y gases nocivos.
Si todos los que tenemos la dicha de vivir aún en pequeñas ciudades como la nuestra fuésemos conscientes de lo maravilloso que es lo que tenemos, estoy segura de que todos seríamos mucho más felices.
Sí, seríamos realmente felices.
MARISOL