Un momento de gracia para la diócesis de Astorga ha sido esta mañana, en la S.A.I. Catedral de Astorga, la Beatificación de las Mártires Laicas de Astorga, Mª Pilar, Octavia y Olga.

Muchos diocesanos, procedentes de las distintas zonas de la diócesis, 16 obispos, entre los que se encontraba el Nuncio de Su Santidad en España, Mons. Bernardito Auza; el Cardenal Ricardo Blázquez, Mons. Carlos Osoro, más de 80 sacerdotes, familiares de las tres beatas, participaron en lo que ha sido un acontecimiento histórico en la iglesia particular de Astorga.

La celebración daba comienzo a las 11 horas con la procesión de entrada, desde la Sacristía hasta el presbiterio, presidida por el Representante del Santo Padre, el cardenal Marcello Semeraro, acompañado por los concelebrantes.

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Tras el ACTO PENITENCIAL daba comienzo el RITO DE BEATIFICACIÓN .El Obispo de Astorga, Mons. Jesús Fernández González, acompañado de la Postuladora de la Causa Mª Victoria Hernández, pedían que se procediera a la Beatificación de las Siervas de Dios Mª Pilar Gullón Yturriaga, Olga Pérez-Monteserín Núñez y Octavia Iglesias Blanco, mártires laicas de Astorga. Seguidamente se daba LECTURA DE LAS CIRCUNSTANCIAS DEL MARTIRIO a cargo de La Postuladora, quien leía una breve semblanza biográfica de las Siervas de Dios. Inmediatamente después, el Representante del Santo Padre Cardenal Marcello Semeraro, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, daba lectura a la Carta Apostólica del Papa Francisco por las que se proclamaban beatas a las tres mártires laicas de Astorga.

Uno de los momentos más esperados por los allí presentes ha sido cuando se ha descubierto el cuadro con la imagen de las nuevas beatas. Posteriormente, daba comienzo la PROCE-SIÓN CON LAS RELIQUIAS DE LAS BEATAS, portadas en la joya de la diócesis, la ar-queta de San Genadio. Un grupo de fieles, entre ellos varios familiares, llevaban solemne-mente al presbiterio las reliquias de las nuevas beatas mártires.
Una vez que las reliquias estaban colocadas en el lugar destinado a este fin, el Representante del Santo Padre se acercaba y las incensaba, permaneciendo después unos momentos en silencio y oración.

Homilía Beatificación Mártires de Astorga
(Astorga , 29-5-2021)

«Recibirá la corona de la vida que el Señor prometió a los que lo aman» (Sant 1, 12).
«No tengáis miedo a los que matan el cuerpo» (Mt 10, 29).

Queridos hermanos y hermanas:

Nos hemos reunido aquí para alabar al Señor, que revela en los débiles su potencia y da a los frágiles la fuerza del martirio (cf. Prefacio de los Santos Mártires). Débiles, lo somos todos nosotros. Pero, acabamos de escuchar la palabra del Señor: No temáis, ¡no tengáis miedo! Por tres veces Jesús lo dice a sus discípulos y lo repite también a nosotros, porque sabe que tenemos auténtica necesidad de oirselo repetir. Débiles, lo eran también estas tres hermanas nuestras. Sin embargo, desde hoy la Iglesia las honra oficialmente como mártires de Cristo: han recibido de hecho la corona de la vida, prometida por el Señor a cuantos lo aman (cf. Sant 1, 12).

         No temáis. El miedo es una emoción siempre posible en nosotros. Se manifiesta, a veces, en nuestras decisiones; otras veces está relacionada con nuestras indecisiones. La nuestra es, con todo, una sociedad marcada por el miedo. Un conocido sociólogo (Z. Bauman) la ha llamado “liquida”, porque nos invade cuando más buscamos protegernos y tanto más prospera cuanto más hacemos de la “seguridad” un criterio de vida. El verdadero problema para nostros es cuando el miedo determina nuestras decisiones, o tal vez nos hace renunciar a nuestras convicciones; cuando nos bloquea en nuestras relaciones con los demáas y también con Dios.

         Citando la palabra del Señor: «No temáis a aquellos que matan el cuerpo, pero no tienen poder para matar el alma», San Agustín afirmaba que los apóstoles, para no paralizarse por el temor, ardían en el fuego de la caridad (De Civ. Dei XVIII, 50: PL 41, 612). Aquí está, pues, el camino para vencer el miedo: ¡la caridad! Es la vía que han recorrido los mártires y es la vía que siempre está abierta para nosotros. No solo en las situaciones dramáticas, sino también en aquellas más ordinarias; no solo para aquellos temores que pueden surgir en nosotros por las amenazas de los hombres, sino también para aquellos que están unidos a nuestra condición humana o a las desgracias que suceden en la vida.

         No hay duda, por ejemplo, que una situación de miedo está también determinada en este tiempo por la pandemia que estamos sufriendo, y de la que esperamos salir pronto. A este respecto, desde el principio el Papa nos ha indicado el camino que hay que recorrer, y éste es también el de la caridad. «Nuestro Dios está cerca –ha dicho- y nos pide que estemos cerca unos de otros, que no nos alejemos unos de otros. Y en este momento de crisis por la pandemia que estamos viviendo, nos pide que manifestemos más esta cercanía, que la mostremos más. No podemos, quizás, acercarnos físicamente por miedo al contagio, pero sí podemos despertar en nosotros una actitud de cercanía entre nosotros: con la oración, con la ayuda, muchas formas de cercanía. ¿Y por qué deberíamos estar cerca el uno del otro? Porque nuestro Dios está cerca, quiso acompañarnos en la vida. Es el Dios de la cercanía. Por eso no somos personas aisladas: estamos cerca, porque la herencia que hemos recibido del Señor es la cercanía, es decir, el gesto de cercanía» (Homilía en Santa Marta del 18 de marzo de 2020).

Para no paralizarse por el temor, ardían en el fuego de la caridad también nuestras tres beatas. Las tres jóvenes laicas Pilar, Olga y Octavia se habían ya encaminado por la vía de la caridad alimentando con la actividad apostólica su vida cristiana “ordinaria”. Cuando después eligieron pertenecer a la Cruz Roja, como enfermeras, aquí en Astorga, canalizaron sobre este camino su vocación laical hasta llegar al martirio, o sea al supremo testimonio de amor a Cristo.

Jesús nos tranquiliza ciertamente cuando dice que ningún pajarillo caerá a tierra sin quererlo él, y nos recuerda la providencia del Padre (cf. Mt 10, 29). Sin embargo, los pajarillos caen y esto nos indica que no se puede ser discípulos de Jesús evitando la lucha, tal vez suscribiendo pólizas de seguro de vida. Queridos hermanos, vuestro Obispo, al que dirijo mi saludo fraterno y nuestro cordial afecto, en la Carta Pastoral que ha escrito como preparación a este día, ha recordado que no existe una vida cristiana indolora y ha añadido que la posibilidad del martirio está siempre presente en la vida de los cristianos (cf. Carta Pastoral, p. 3, 7). Así fue para nuestras beatas.

«No tengáis miedo de aquellos que matan el cuerpo», hemos escuchado. Pilar, Olga y Octavia entendieron bien esta palabra del Señor. De hecho, se comprometieron a curar el cuerpo de los enfermos y heridos, dedicándose a aliviar los sufrimientos y a levantar los ánimos, y esto porque el “cuerpo” tiene una dignidad incalculable. Para nosotros los creyentes «el cuerpo del hombre participa de la dignidad de “imagen de Dios”», como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 364). «Nuestros cuerpos esconden un misterio. En ellos el espíritu se manifiesta y actúa», decía hace diez años Benedicto XVI [Dieciseis]. Pretendía así conjugar la teología del cuerpo con aquella del amor, y añadía: «Dios asumió el cuerpo, se reveló en él. El movimiento del cuerpo hacia lo alto se integra aquí en otro movimiento más originario, el movimiento humilde de Dios que se abaja hacia el cuerpo, para después elevarlo hacia sí» (Discurso del 13 de mayo de 2011).

A curar el cuerpo debilitado y sufriente se dedicaron, pues, las beatas Pilar, Olga y Octavia, de modo que, también en el peligro que se presentó, no quisieron abandonar a los heridos, sino que continuaron asistiéndolos poniendo en riesgo la propia vida.

Por su ferviente caridad, cuando sus cuerpos fueron amenazados, no se paralizaron por el temor, sino que ardiendo en el fuego de la caridad sufrieron torturas y humillaciones. Todo lo soportaron con fortaleza sobrenatural; se dispusieron a sufrir la muerte con espíritu de fe.

«Lo que hace a los mártires –sentencia San Agustín–  no es el suplicio, sino la causa» (Enarr. in Psalmos XXXIV, 2, 13: PL 36, 340). Con amargura añadía que «muchos por una buena causa llevan a cabo persecuciones, y muchos la sufren por una mala causa».

Estas beatas, en cambio, murieron aclamando a Cristo Rey y es esta profesión de fe lo que las hace mártires.

Cardenal Marcello Semeraro

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