Isaías Santos Gullón – 04 de agosto de 2018.
Publicado en la página cuatro CORREO DE TÁBARA en El Correo de Zamora de 4/9/1973
Nuestras fiestas de Tábara son las de un pueblo de labradores; por esto, parece una exigencia, a la vez que es muy significativo este acto de homenaje que Tábara rinde a uno de los matrimonios más trabajadores y honrados,
que aún hoy siguen disponibles a pesar de su avanzada edad. Ellos son un auténtico testimonio de todo un pasado firme y glorioso.
Con este motivo hemos querido recoger aquí una palabras de su propia voz que, precisamente por ser rústicas y sencillas, tienen ese valor de originalidad natural y de humanidad que sólo ellos saben comunicar a sus palabras.
Nos ponemos en camino cuatro jóvenes a las eras de San Lorenzo, cerca de la afamada Folguera, donde sin duda encontraremos al señor Gaspar –el tío Tamboritero- y tal vez a la señora María.
Ya hemos llegado. Y, ciertamente, allí está recostado el señor Gaspar, un tanto malhumorado porque los hijos no quieren ya dejarle trabajar tanto; pero él no puede por menos. El sol quema fuertemente, triturando la paja entre los dientes blancos de los trillos: ese sol es quien ha quemado también las cejas y pestañas del señor Gaspar y el pelo ausente de su cabeza plateada.
Después de saludarnos y hablar un poco de las familias y demás, le dirigimos diversas preguntas en busca de respuestas interesantes:
– Señor Gaspar, ¿cuánto hace que se casaron ustedes?
– Pues, mira, ella tenía 20 años y yo tenía los 26.
– Hace, pues, unos 57 años. ¿Y qué medios de labranza tenían ustedes entonces?
– Unos borricos y un carro. Por cincuenta duros tenía yo la pareja, de ocho duros cada uno, y un carro de veinte 15 duros, todo “fiao”. Y cuando me casé, lo hice con un pantalonico de pana vieja, algo usao; me lo dejaron y también el sombrero y la capa –me dijo la mujer, que si no llevaba capa, que no me quería- (nos reíamos todos).
– Nos hemos enterado también, que de joven le gustaba mucho tocar el tambor y la flauta, ¿es cierto?
– De trece años empecé a tocar yo. Tocaba… y el que quería pagar pagaba y que no nada. La Jacoba de Pascualín cobraba, pero muchos no le pagaban. Yo tocaba, porque decía mi padre, que en vez de ir a gastar la peseta en domingo, a ganarla.
– ¿Quién le enseñó a tocar el tambor?
– Estuve en Faramontanos y en Santa Eulalia. Cada cincuenta adobes que hacía, un toque. Bailaban las mozas de Moreruela y las de Santa Eulalia en un sitio que llaman las Huelgas, donde había agua. Y al que me enseñaba, además de los adobes, tenía que darle dos reales. Y me mantenía por mi cuenta con una torta de pan que venía a buscar a casa padre. No me dejaba el tamboril y tuve que comprarlo.
– ¿Y qué cobraba por tocar?
– Seis “perrachicas” por tocar en una boda. Iba a Ferreruela.
– ¿Cuánto hace que no toca?
– Hará ya veinte años que no toco.
– Y desde entonces, ¿se ha dedicado sólo a la labranza?
– Claro, con los borricos y un trillo con siete sierras que compré en Zamora por dos duros.
– ¿Y ahora con el subsidio, tienen suficiente para vivir?
– Sí, ahora me dan subsidio. Pero yo nunca he fumao, nunca he tomao el cuartillo vino en la taberna… de mozo.
Pascual me dio una peseta y me duró siete años en el bolsillo sin gastarla.
– Actualmente, ¿qué vida hace usted, a qué hora se levanta?
– Yo ahora madrugo poco, al toque la vacada sobre las cuatro o las cinco de la madrugada. Y vuelvo “pa” casa al oscurecer. Pero los hijos ya no me quieren dejar trabajar.
– ¿Qué le parece del cambio de vida en la labranza, de los dos borricos suyos al tractor de sus hijos?
– ¡Déjate!, que no le queda paja en la era: “na” más saben “dir” a Zamora… todos los días rompimientos y… Yo 16 con dos borricos ruines, vendía una fanega de pan en la plaza, en un costal estrecho y alto.
– ¿ Y cuando los burros no podían con el trabajo…?
– Los levantaba yo a rabo; ¡uy!, se mataban a tirar. ¡Ay, cuantas veces tuve que tirar yo por el carro!
– ¿Usted también hacía cisco?
– Sí… Hacía un saco al día, ahí en esos castaños. Y, llevarlo a Zamora por 19 perras, o llevarlo y venderlo a 9. Me lo dejaban a la Puerta de la Feria, y yo llamaba ¡cisco!, ¡cisco!, pero nadie…
– Para terminar, ¿qué le diría hoy a todos los labradores?
– Pues… (no le salen las palabras y repite según le indicamos). Que con tractor o con burro, lo importante es que hay que trabajar siempre con ilusión y alegría.
– ¿Qué le ha parecido que le hayan elegido como representante de todos los labradores en este homenaje?
¿Está orgulloso y contento? – Pues, dicen que soy el que más he trabajao, porque yo, mire, tocando en Litos hasta las doce de la noche, y amanecer en Escober a tocar otra boda, la “alboriada” y en Tábara.
– ¡Qué era eso de la alborada?
– Pues, todos los domingos y los días de fiesta se tocaba con el tambor y la flauta por las calles, y cuando tenían las vacas “pa” ir a arar y otros arando, al oír el tamboril, soltaban las vacas “pa” Duernas y ya se hacía día de fiesta… Y don Timoteo, el sacerdote, me dijo una vez en Moreruela: “A Gaspar trátelo bien, que yo no sé hacer función ninguna sin Gaspar”.
Así podía seguir la charla tan amena con el señor Gaspar “El Tamboritero”, este hombre tan grande y ejemplar, pero se hace tarde y hemos de oír aún a la señora María. Lo dejamos y nos dirigimos de la era a su casa.
Encontramos allí a la señora María con una nuera. Nos reciben sonrientes y con cariño. En seguida van las preguntas. Ella contesta con su voz fina y firme, riéndose en casi todas las preguntas…
– ¿Qué edad tiene usted y el señor Gaspar?
– Yo… 77, y él… 83.
– ¿Cuántos hijos han tenido?
– Ocho. Tres se murieron.
– ¿Cuál ha sido su labor? ¿Acompañaba al campo al señor Gaspar?
– Yo las labores de casa, y cuando no, había que ir con él, ¡qué remedio!
– ¿Le gustaba la tarea de tamboritero del señor Gaspar?
– Pues claro, pues era también alguna perrica. Si no se trabaja, no se come.
– ¿Se acuerda de la boda?
– ¡Hombre!, se tiene uno que acordar…
– ¿Es verdad que le dijo a su marido que si no se casaba con capa que no le quería? (ríe de nuevo).
– De eso yo no sé nada…
– ¿Quién les tocó el tambor en la boda? ¿O no hubo baile?
– No hubo, pues como él era el tamboritero, no podía tocar… otro no había.
– Antes de casarse ¿en qué trabajaba?
– Estuve sirviendo en esa casa blanca, la de la capitana.
Me pagaba cinco pesetas al mes.
– ¿Hoy día de qué viven?
– Gracias al poco subsidio que nos dan.
– ¿Cree que es suficiente?
– No, suficiente no. Si no fueran lo hijos, no se podía vivir.
– ¿Y qué le parece de los hijos que en poco han hecho (nos corta)…
– Pues más que nosotros en toda la vida… Pienso que han cambiado la vida. Y más vale que vaya “pa” bien que no “pa” mal.
– ¿Le ha impresionado el ser elegidos como labradores ejemplares?
– No, ¿por qué? Nosotros ya… trastes viejos al desván.
– No, mujer, ustedes han de dar testimonio del pasado, y a la vez dan mucho cariño a los nietos.
– ¿Tiene nietos usted?
– Sí, ya tengo biznietos.
– ¿Bajará contenta al acto de homenaje del día 15?
– ¡Ah!, poco animada me siento…
No es cierto que se sienta poco animada; se encuentra aún con buen nervio: lo que pasa es que no le gusta ya andar con cosas. Pero, no obstante, si Dios quiere, el día central de nuestras fiestas estarán ellos presentes en los actos principales y serán homenajeados por la autoridades y por todo el pueblo con besos, abrazos, aplausos, ramos de flores, recuerdos, donativos, poesía… en el mediodía del día 15 de agosto, dando a nuestras fiestas un profundo carácter de autenticidad y de humanismo y también un matiz religioso según la religiosidad de nuestros pueblos que es más profunda a veces de lo que aparenta.
Mingo-Lolo
Michel-Isaías