El CRA de Tábara se convierte en escenario y altavoz de una lucha que va más allá de sus aulas: la lucha contra la violencia de género. Cada año, en el Día Internacional contra la Violencia de Género, los alumnos de este centro educativo se reúnen en un acto conmovedor para recordar a Leticia Rosino, una exalumna cuya vida fue trágicamente truncada por la violencia de género.
La velada comenzó con un cuento especial, «La vida de Leticia Rosino”, escrito por la directora del centro, Marta. Este relato sirvió como homenaje a la joven que ya no está entre ellos, pero cuya memoria sigue viva en el corazón de la comunidad educativa.
Acto seguido, las alumnas mayores tomaron la palabra, dando voz a un comunicado que emanaba sinceridad y desafío. En un pequeño pueblo donde la sensación de seguridad solía reinar, la noticia del asesinato de Leticia en 2018 sacudió los cimientos de la comunidad. La impactante realidad es que el agresor podría salir de la cárcel en tan solo tres años, lo que enciende la llama de la indignación en las jóvenes estudiantes.
Las palabras del comunicado son un grito unísono contra la violencia de género. Expresan el hartazgo de vivir en un mundo marcado por el miedo y la discriminación. Se emergen como portavoces de todas las mujeres que han soportado en silencio la pesada carga de la violencia, el acoso y la discriminación. Pero este no es solo su problema; es un llamado a la humanidad para cambiar.
«No podemos aceptar un destino donde las lágrimas sean el precio de ser mujer. Es momento de convertir el dolor en fuerza», afirman con convicción. La lucha no se trata solo de ellas, sino de cada mujer que ha sentido el peso del patriarcado en sus sueños, que ha temido caminar sola por la noche o que ha sido juzgada por su ropa.
El comunicado señala con valentía que la raíz de este mal no solo está en quienes cometen los actos de violencia, sino en una sociedad que tolera y normaliza estas conductas. Es un llamado a la educación en el respeto mutuo, la igualdad de oportunidades y la empatía. No es solo un problema de mujeres; es una cuestión de humanidad.
El acto culminó con una demostración tangible de esperanza y solidaridad. Los más pequeños del centro habían preparado un hermoso corazón con sus nombres, adornado con girasoles, la flor preferida de Leticia. Este gesto sencillo, pero significativo simboliza la unidad de la comunidad educativa en su empeño por erradicar la violencia de género.
Hoy, en Tábara, no solo se recuerda a una víctima, sino que se alza la voz en un grito colectivo. Un grito que busca cambiar el rumbo de la historia y reclamar un presente y un futuro libres de miedo, donde la igualdad, más que una promesa, sea una realidad palpable en cada rincón. En este acto, la comunidad educativa no solo llora, sino que también se compromete a ser parte activa del cambio que el mundo necesita.
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