almeida – 18 de enero de 2015.
Ese fue uno de los momentos álgidos de la festividad de San Antón, el momento en el que Manolo cerró la puja más alta de lo que se estaba subastando ofrecido al santo por las gentes de Tábara.
Todo había comenzado una hora antes en la Iglesia parroquial Nuestra Señora de la Asunción donde los fieles asistían a una celebración de la eucaristía en la que la tradición se entremezcla con el fervor religioso en una de esas festividades subrrayadas en el calendario.
La celebración de San Antonio Abad o San Antón, da un protagonismo especial a los animales a los que este santo eremita supo comprender como nadie y sus coetáneos del antiguo Egipto se asombraban al ver a San Antonio siempre rodeado de todas las especies, incluso se cuenta que fue ayudado por dos leones a la hora de dar sepultura a uno de sus maestros.
Siempre se le representa rodeado por algún animal y dependiendo de las zonas geográficas, son muchos los fieles que este día llevan a sus mascotas y animales domésticos ante su imagen, para que el santo se digne bendecirlos y esa bendición les proteja.
En Tábara, la costumbre es hacer ofrendas con lo que cada uno produce y la iglesia se va llenado de animales, embutidos, frutas y todo tipo de viandas con las que se agradece a San Antón el bienestar que ha proporcionado. La imagen del santo se va cubriendo con rosarios realizados con frutas, frutos secos, castañas y rematados por una cruz realizada con unas longanizas o chorizo, son trabajos artesanales que como comentaba Manolo, merecen un apartado especial en esta festividad y se podía pensar en un concurso para valorar la imaginación y el trabajo de algunos a la hora de confeccionarlos.
Los asistentes participaban en la celebración de la eucaristía que estaba celebrando don José Manuel y los animales vivos que se habían llevado como ofrenda, no querían estar ajenos a esta celebración en la que ellos eran una parte muy importante y mientras el gallo encerrado en una saco se movía de un lado al otro, el inocente cordero daba unos balidos que a veces eran desgarradores porque no comprendía lo que estaba sucediendo y con su corta edad añoraba la libertad del campo en el que unas horas antes pastaba y la cercanía de sus semejantes en lugar de los seres extraños reunidos en un rito incomprensible para él.
Era el primer acto de esta festividad y cuando se dio por finalizada, todos los que se encontraban en el interior del templo y algunos más que esperaban fuera, se dirigieron hasta la plaza del reloj y en el salón de actos se fueron reuniendo hasta llenar la amplia estancia en la que se habían dispuesto tres mesas corridas sobre las que se encontraba un abundante refrigerio para todos los asistentes.
En el fondo de la sala se fueron acumulando las cajas y bolsas que contenían las ofrendas que se hacían al santo y ahora llegaba el momento esperado en el que todos los productos ofrecidos se subastaban y los beneficios que se obtenían de esa subasta eran para colaborar en el mantenimiento de la iglesia parroquial.
Lo expuesto en el salón, duplicó y hasta triplicó lo que se había ofrecido en la iglesia; más rosarios, más pollos de corral, conejos, productos del cerdo y otro cordero que hacía compañía al que se encontraba solo en la iglesia y que al ver la presencia de un semejante había dejado de balar.
Todos esperaban la llegada de Manolo García, el carnicero, que es quien se encarga de animar la subasta y sabe, como pocos, describir las virtudes de cada producto subastado con el fin de sacarle el mejor precio posible.
La subasta comenzó de una forma un tanto tímida con la puja por los bonitos rosarios que algunas hábiles manos habían estado confeccionando la noche anterior y en la que se iban ensartando los mejores productos que habían recogido en sus huertas y también hubo uno que mezclaba las manzanas con productos de la matanza, de esa que se había realizado después de San Martín y se encontraba en optimas condiciones para ser consumida cuando llegaran a casa o para incrementar el sabor de unas buenas legumbres.
Según se iban subastando los productos más habituales, se fueron incorporando a la puja algunos más originales; una pareja de conejos, en esta ocasión hembras y según el animador de la subasta, una de ellas se encontraba preñada de días por lo que en menos de un mes se incrementaría la camada, también productos artesanos de la cercana matanza y hasta una cabeza de uno de los cerdos que tan exquisitos embutidos producen,
Algunos productos subieron la puja de una forma bastante animada, un bollo Maimón fue subiendo en la puja como lo hizo la masa unas horas antes en el horno y una torta de coscarones también fue tentada por algunos de los presentes.
Quedaba para el final la parte más animada, tres excelentes pollos de corral fueron subiendo la puja y fue uno de ellos, un hermoso ejemplar el que consiguió la cifra más alta, se adjudicó por 56 euros, sin duda una buena inversión por un ejemplar que era excepcional y que iba a servir para mejorar la producción del corral de quien lo adquirió o para una buena merienda en compañía de la familia o de los amigos.
Para el final quedaron los dos corderos que asustados y extrañados no comprendían aquel protagonismo tan extraño que estaban teniendo. Fueron las pujas que comenzaron con una salida más elevada, pero los ejemplares merecían la pena, sobre todo el segundo que presentaba un curioso pelaje en el que algunas capas negras se mezclaban con el blanco inmaculado de la lana de estos animales.
Este último ejemplar, se quedó a un solo euro de la cifra alcanzada por el magnifico pollo de corral, los 55 € por los que fue subastado no consiguieron superar a quien quedó como el más cotizado de esta original subasta.
La iglesia parroquial sin duda se sentirá agradecida por esta aportación que las gentes del pueblo le han hecho a través del santo de los animales y de quienes se adjudicaron alguno de los lotes.
Después de la subasta, se recogió todo lo que había sobrado del ágape y se celebró una comida a la que asistieron más de medio centenar de personas que degustaron unas excelentes alubias en las que no faltaba ningún tropezón y el resultado de lo que se ofreció resultó excelente porque más de uno repetimos después de consumir la abundante ración que nos habían servido.
Ha sido una celebración muy especial y sobre todo diferente para quienes la presenciamos por vez primera. Es una de esas costumbres que con el esfuerzo de unos pocos se mantiene, convirtiéndose en una de esas tradiciones que imprime carácter a los pueblos que la realizan y que no se deben perder.
Después de una jornada agradable, solo queda agradecer el trabajo y el esfuerzo de quienes dedican parte de su tiempo libre en mantener estas tradiciones, sin ellos, acabarían perdiéndose en el olvido y es una pena que esto llegue a ocurrir.
Sin duda, San Antonio habrá quedado satisfecho de la celebración que ha tenido en Tábara y seguro que de lo que él dependa, la producción de todo lo que se le ha ofrecido, mejorará sustancialmente en las siguientes cosechas y producciones.
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