Isaías Santos Gullón – 29 de enero de 2018.
CONCURSOS LITERARIOS convocados en las fiestas patronales de Tábara desde 1971 sobre temas “Describe tu pueblo” 1971, “La ancianidad” 1972, “Un matrimonio de labradores” 1973, ”Mi maestro” 1974, “La mujer” 1975, “Tábara” 1976; varios de los trabajos premiados desde 1972 fueron publicados en El Correo de Zamora y CORREO DE TÁBARA.
Incluyo también Concurso de redacción de abril 1975 del Colegio Comarcal con motivo del día forestal.
Recopilado por Isaías S. G.
La tarde era sombría, oscura, lejana; avanzaba una tormenta que hacía descender el cielo harapiento, surcado por unos cuantos nubarrones solitarios hasta un nivel casi fraterno.
Es una de esas tardes que invitan a pensar en algo concreto y eso era precisamente lo que estaba haciendo yo casi sin darme cuenta.
Caminaba mirando al suelo, absorta en preocupaciones insospechadas para los demás. De pronto algo viene a sacarme de mis pensamientos, un calambre de luz cruza el cielo y se oye el crujido quejoso de un trueno; por unos instantes el pánico se apodera de mí y no pasa por mi mente otra idea que la de correr y refugiarme, miro a todas partes y empiezo a desilusionarme; pero no, allá en el fondo de una callejuela descubro el rostro de una abuela que me llama, que me ofrece su humilde casa; no lo pienso apenas y me dirijo hacia allí.
El interior era un hermoso conjunto de pobreza, armonía y, sobre todo, limpieza; unas paredes admirablemente blancas, el suelo de piedra recién barrido, una imagen de la Virgen frente a la cual luce una lamparilla, y allá junto al fuego la figura de un hombre también anciano, encombado bajo el peso de los años, pero todavía fuerte, dispuesto a todo.
Los me saludan y me acogen cariñosamente y, la momento, sentada en el suelo junto a ellos, los escucho embelesada, sumida en una agradable e interesante conversación. En sus frases cortas y sus toscas palabras van reflejando parte de su vida, sus mentes han recordado trabajosamente, como una cosa borrosa y vaga, lejanos sucesos: su infancia junto a una madre cariñosa que le contaba viejas historias frente al hogar de su antigua casa, su juventud y sus primeros amores cuando ella era una moza decidida, morena exuberante, con una mirada penetrante y una voz atractiva y él no menos, un muchacho fuerte, arrogante, valiente; más tarde su matrimonio y con él, el esfuerzo, los sacrificios y el trabajo, pero a la vez la felicidad que cuesta hacer sobrevivir una familia hasta poder sentir el placer de oírse llamar abuelos, incluso bisabuelos, todos esos momentos alegres y tristes, y ahora… su soledad.
S’, ciertamente se encontraban muy solos; me hablan de la nostalgia que sienten al ver todas las casas del pueblo destellando luz y alegría, de ver salir un humo alentador de todas las chimeneas, de las risas de los niños y el jolgorio de los mayores que se escapan por las ventanas; intento hablarles, decirles algo, pero no encuentro las palabras adecuadas.
Ellos ha vivido muchos años, ha visto y han pasado mucho y pueden dictaminar sin posibilidad de réplica sobre cualquier asunto; conocen la vida de una aldea que en su juventud quizás abandonaron porque ser labradores del campo de Castilla no les pareció de muy seguro porvenir y a cambio llegar a conocer la miseria de una capital de provincia, donde parece haber trabajo para todos y efectivamente todos trabajan llegado a ser víctimas de su embrujo y poderosa atracción durante años difíciles que más tarde les puedan asegurar su vejez.
Todo esto me lo cuentan ahora y me hacen sentir emocionada, quiero hacer algo por ellos, rendirles un homenaje que inunde sus corazones de alegría; sin embargo, me conformo con que sepan que no están solos, que todos les admiramos y queremos por esos años de sacrificio, de esfuerzo, de negación, de más triunfos que fracasos, y que, a pesar de todo, bajo su humilde techo, bajo el cielo de Tábara existen cuatro corazones ancianos, que se aman, que se acompañan y que esperan algo juntos.
Publicado en EL Correo de Zamora de 20/8/1972.
Ángela Fresno González