almeida – 23 de diciembre de 2014.

Como acostumbraba cada mañana, mientras los pere­grinos desayunaban y preparaban sus mochilas, me sentaba en la puerta del albergue. Las primeras luces del día siem­pre tienen un brillo especial y me encantaba contemplarlo mientras terminaba de desperezarme.

En un pequeño muro que hay frente a la puerta, tres peregrinas, aún adolescentes, se mezclaban con los pe­regrinos que se afanaban ubicando las últimas pertenen­cias que habían utilizado en los huecos libres de sus mo­chilas.

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Mientras los peregrinos se iban despidiendo, volví a fi­jarme en las tres jóvenes. No me resultaban caras conoci­das, pero eran tantas las personas que habían pernoctado en el albergue, que pensé que se me habían pasado por alto el día anterior.

Cuando el último peregrino abandonaba el recinto, solo quedaban las tres jóvenes adolescentes que relucían con su ropa, mochila y demás elementos peregrinos en los que destacaban las marcas de las prendas, todas de la última moda que se promociona en los años jacobeos.

—Hola —me dice la más decidida—, somos peregrinas y queríamos saber si podemos entrar ya en el albergue.

—¡Cómo! —les digo—, si aún no son las ocho. Todavía tengo que hacer la limpieza, desayunar y disfrutar un poco de mi tiempo libre antes de comenzar a recibir a los peregrinos. ¿Comenzáis hoy el camino o habéis venido en co­che?

—¡No! —responde la portavoz—. Venimos desde el al­bergue anterior pero nos gusta hacer el camino de noche y hemos pasado toda la noche andando.

—Bueno, pues el albergue no se abre hasta las tres, esa es la hora prudente para comenzar a acoger a los peregrinos que vienen haciendo una etapa normal —les digo con un tono un poco indignado.

Sabía que lo que me estaban contando era algo digno de haber sido narrado por los hermanos Grimm. No las veía caminando por la noche sin ver las flechas amarillas y con el miedo que normalmente suele dar la oscuridad. Pero al fin y al cabo yo solo era un humilde hospitalero que daba acogida a los peregrinos que llegaban al albergue y no me había propuesto juzgar a nadie que acudiera a solicitar cobi­jo en el albergue. Para eso no estaba yo allí.

Con más calma que nunca, fui haciendo la limpieza del albergue mientras observaba a través de las ventanas como las peregrinas deambulaban por la puerta sin ningún destino definido.

Como todos los días, fui a dar el paseo de rigor y salí sin prestar atención a las tres mochilas que estaban las prime­ras en la fila para asegurarse las primeras literas del albergue.

A las tres en punto, las peregrinas por fin pudieron ocupar sus literas y se desprendieron de las pesadas mo­chilas de marca que dejaron a los pies de las literas, una vez que se libraron de todo lo que las estorbaba, se pusie­ron los bañadores con la intención de pasar toda la tarde en la playa.

Cuando acomodé a todos los peregrinos, me acerqué hasta las tres primeras literas y cogí las zapatillas que esta­ban junto a las mochilas, les di la vuelta y comprobé que las suelas aún estaban vírgenes, no habían sentido el roce del asfalto. Fiel a mi intención de no juzgar no pude por menos de pensar que quizás fuera el calzado de tres hadas que en lugar de caminar sobre el sendero lo estaban recorriendo levitando.

Ese día no se completó el albergue, por lo que las tras­nochadoras peregrinas pudieron dormir en las literas que les había asignado ya que de lo contrario habrían estrenado unas esterillas que, aunque no eran de marca, servirían pa­ra aislar sus cuerpos del duro y frío suelo del comedor del albergue.

Al día siguiente, cuando me levanté a las seis de la ma­ñana para preparar el desayuno de los peregrinos, mientras estos se iban levantando, ojeé el libro en el que los peregri­nos dejan sus mensajes. Allí había una nota de las tres pe­regrinas que decía que, como no habían podido dormir, se habían levantado a las tres para comenzar a caminar y reco­rrer la siguiente etapa.

¿Me habría equivocado y no habría sabido reconocer a tres hadas que solicitaron acogida en mi albergue? Creo que siempre pensaré que fue así ya que por algo me encuentro en un camino que es mágico.

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