almeida – 30 de Junio de 2015..
Siempre he pensado que cada cosa llega generalmente a su tiempo y no hay que precipitar situaciones que acaban por producirse de una manera espontánea.
Un día, llegó hasta el albergue en el que me encontraba, Atilano, venía con un joven extranjero con el que acababa de coincidir en el Camino, aunque caminaban separados por un centenar de metros.
Nada más saludarle, me di cuenta que estaba ante una de esas almas atormentadas. Trataba de esbozar algo que se parecía a una sonrisa, pero por sus ojos pude ver el interior de su alma que estaba apagada y muy triste.
En estas ocasiones, es mejor siempre dejar a los peregrinos que sean ellos los que de alguna forma se abran a los demás, intentar provocar un acercamiento, suele tener el efecto contrario al que se desea, por lo que le dejé por el cuarto y el patio donde estuvo varias horas deambulando con sus pensamientos.
Me encontraba en el cuarto que hace las veces de cocina y sala para los peregrinos y después de unas horas comenzó a deambular por donde yo me encontraba. Me interesé por su camino y Atilano me respondía con monosílabos, hasta que comencé a calentar agua y me serví una infusión y le ofrecí otra por si él deseaba acompañarme.
Fue ese momento, cuando nos encontrábamos sentados alrededor de la mesa, cuando, sin yo preguntar nada, comenzó a hablar. Primero lo hizo del Camino que estaba recorriendo, llevaba más de veinte días caminando, esperando encontrar respuestas, pero en ocasiones pensaba que se encontraba en un sitio que no era para él porque según me confesaba, en los momentos de soledad que eran la mayor parte del día, muchos recuerdos venían a su mente y la mayoría de ellos deseaba enterrarlos pero no podía.
Me fue contando porqué estaba haciendo este Camino, se lo habían recomendado como una personal terapia para la situación difícil por la que estaba atravesando. Con menos de sesenta años, cuando más estaba disfrutando de su trabajo, le habían jubilado a pesar de las reticencias que tenía a encontrarse sin tener nada que hacer. También su situación familiar había sufrido un importante revés, la mujer con la que llevaba conviviendo la mayor parte de su vida se había marchado de su lado y estas dos situaciones habían provocado un vacío que le resultaba muy difícil de llenar.
Una persona muy allegada que había sentido esa conversión que en algunos llega a producir el Camino, le había recomendado que lo recorriera. Se había decantado por uno de los caminos más largos para ver si de esta forma, contando con mucho tiempo podía llegar a encontrar esas respuestas que bullían constantemente en su cabeza.
Pero iban pasando los días, ya llevaba recorrido más de la mitad del Camino y estaba como cuando había comenzado, ninguna de las dudas que tenía se había despejado y lo que comenzaba a preocuparle era que según pasaban los días, le estaban surgiendo algunas nuevas y ya estaba perdiendo la esperanza de hallar esas respuestas.
Después de la cena que se compartía con los peregrinos, había establecido una costumbre en el albergue, dejaba que los peregrinos de una caja en la que había cientos de citas cogieran aleatoriamente una y les sirviera como reflexión para el día siguiente.
Atilano introdujo su mano en la caja y extrajo una que decía “Aunque la oscuridad sea absoluta, siempre conseguiremos ver un pequeño haz de luz”.
Aquella cita, la interpretó como una señal para ese problema con el que iba cargado en su Camino y mientras la leía, se fue emocionando hasta el punto que vi como algunas lágrimas corrían por sus mejillas.
A la mañana siguiente, antes de marcharse, me comentó que el pequeño detalle de la cita le había dado que pensar muchas cosas y durante la mayor parte de la noche, había estado pensando en ella, no sabía si su camino iba a cambiar, pero estaba convencido que desde ese momento, lo iba a ver de una forma diferente.
Recordé en ese momento una historia que en una ocasión me contó un viejo hospitalero. Era de un peregrino que llego a su albergue en las mismas condiciones o quizá un poco perores que las que Anastasio manifestaba. El viejo, le animó a quedarse unos días en el albergue como hospitalero y el cambio que experimentó fue sorprendente.
Busqué la historia en el ordenador y dejé que la fuera leyendo y cuando terminó vino a darme un abrazo y no pudo contener la emoción, comenzó a llorar como un niño y en cada espasmo que daba iba sintiendo como sacaba del interior de su cuerpo lo que se había quedado dentro durante quizá mucho tiempo.
Le comenté que en lo que le quedaba de camino, encontraría esas respuestas que estaba buscando y si no era así, siempre podía volver al albergue a pasar unos días recibiendo a los peregrinos y sintiendo esa energía que trae cada persona que llega al albergue.
Me aseguró que si al finalizar, seguía con las dudas que en ese momento le angustiaban, aceptaría mi ofrecimiento y estaría unos días conmigo haciéndome compañía.
Pasó el tiempo y cuando un mes después Atilano no dio señales de vida, comprendí que el Camino, como suele hacer siempre, le había dado lo que estaba buscando, únicamente era cuestión de esperar que cada cosa llegara a su tiempo.