almeida – 21 de octubre de 2016.

            Justo y su hermano Alfonso llegaron de una forma muy curiosa hasta el albergue en el que me encontraba.

Además de la mochila que llevaba cada uno en sus hombros, llevaban entre los dos otra mochila más pequeña. Cada uno agarraba con una mano una de las correas que se apoya en el hombro y Justo traía en la mano que tenía libre una bolsa en la que apreciaba dos o tres botellas de vino y algunas cosas más que estaban envueltas en papel.

            Les pregunté que si les registraba, pero ellos me respondieron que preferían esperar a una persona que venía por detrás, de esa forma podrían coger las literas juntos, así era como lo estaban haciendo los últimos días.

            Mientras esperaban, se sentaron en una de las mesas que había en la entrada y sacaron una de las botellas de vino y uno de los envueltos que traían en la bolsa, al quitar el papel vi que se trataba de una hermosa longaniza que habían comprado en el pueblo.

            Alfonso sacó su navaja y fue troceando el chorizo mientras su hermano quitaba el corcho a la botella y servía dos generosas raciones de vino. No transcurrió ni media hora cuando vi que ya habían dado cuenta del embutido y de la botella de tinto.

            Unos minutos después llegó una peregrina que debía rondar los sesenta y muchos años y los dos se interesaron por el estado en el que llegaba, al ver que se encontraba bien, Justo me presentó tres credenciales y me dijo que ya podía registrarles.

            Imaginé lo que el sentido común dice en estos casos, ella era su madre y estaban los tres haciendo el camino y como buenos hijos la ayudaban llevando la carga de la mujer para que se cansara menos en cada una de las etapas.

            Al tomar los datos de los tres peregrinos, vi que Justo y Alfonso tenían los mismos apellidos y provenían del mismo pueblo de Badajoz, pero Rosa, no tenía ningún apellido que coincidiera con el de ellos, tampoco procedía de la misma comunidad, ella venía de un pueblo de Huesca.

            Me di cuenta que en este caso el sentido común no había funcionado, pero tampoco le di la mayor importancia, el camino suele hacer compañeros de viaje a las personas más diferentes ya que en el fondo siempre tienen algo en común.

            Cuando se ducharon, ellos fueron poniendo sobre la mesa las cosas que traían en la bolsa, habían comprado verduras, patatas y carne y fueron haciendo todo lo que Rosa les iba diciendo, mientras ella se ponía en la cocina para ir guisando lo que los hermanos le estaban troceando. Alfonso de vez en cuando le llevaba a Rosa un vaso de vino para que mientras cocinaba lo fuera tomando.

            El aroma que procedía de la cocina era estupendo, según se iban mezclando todos los sabores de lo que Rosa estaba cocinando inundaba con un aroma diferente todo el albergue, tanto que algunos peregrinos cuando pasaban por allí se asomaban para ver lo que estaban guisando.

            Cuando la cazuela en la que Rosa había elaborado unas carrilleras con patatas estuvo preparada la dejaron sobre la mesa para que reposara, mientras seguían tomando ese caldo de la tierra que saboreaban a cada sorbo que daban.

            Fueron sirviéndose de lo que había en la cazuela y Justo y Alfonso tomaron al menos tres raciones. Pensé que dejarían algo, pero la cazuela quedó completamente limpia, casi no hizo falta fregarla.

            Nada más terminar de comer, Alfonso le dijo a Rosa que fuera a acostarse y ellos se encargaban de recoger todo y fregarlo y luego iban a la tienda a comprar lo que habían dicho que iban a cenar.

            Los hermanos, eran jóvenes, poco más de treinta años, quizás Justo estuviera más cerca de los cuarenta, pero eran recios y fuertes, se apreciaba que estaban acostumbrados al trabajo duro, por eso sus cuerpos eran musculosos aunque un poco entrados en kilos si los comparábamos con la media de los peregrinos.

            Me senté en la mesa a su lado y me sirvieron un vaso de vino sin pedir permiso, daban por sentado que lo tomaría. Me interesé por su camino y me dijeron que no podía estar resultando mejor, si lo hubieran tratado de preparar, nunca hubieran pensado que podía ser tan estupendo.

            Me comentaron que eran de un pequeño pueblo extremeño, trabajaban en el campo y ahora que habían recogido la cosecha disponían de varios meses en los que no tenían que hacer nada y decidieron ir a recorrer el camino. Era una cosa que le habían prometido a su madre antes que muriera, le prometieron que algún día harían el camino de Santiago pero juntos como ella tanto había insistido.

            No les preocupaba mucho caminar, siempre que iban al campo andaban muchos kilómetros todos los días, lo que más les retenía para hacer el camino era la alimentación, ellos estaban acostumbrados a comer bien y cada día a su hora y en el camino tener que comer de bocadillos o comer esos menús que no sabían a nada, era lo que más iban a extrañar.

            Comprobaron nada más comenzar en Roncesvalles que eso iba a ser así. En el restaurante de Roncesvalles pidieron un menú y les sacaron una sopa con cuatro fideos y tres lonchas de lomo con media docena de patatas que era lo que se tomaban en un pincho por lo que tuvieron que pedir un segundo menú para cada uno para quedarse bien.

            Al siguiente día les ocurrió lo mismo, aquello estaba siendo excesivamente duro para ellos y se llegaron a plantear volver a casa ya que no estaban preparados para aquel cambio alimenticio.

            El tercer día, cuando llegaron a un albergue, vieron que en la cocina Rosa estaba cocinando algo para ella y el aroma que salía de la cocina les hizo comprender que aquello si era una verdadera cocina casera.

            Rosa había salido un día antes que ellos y caminaba sola, estaba haciendo por primera vez el camino y lo hacía de una forma un tanto insegura ya que hubo algún día que se perdió y cuando llegó de nuevo al camino se encontraba muy cansada. Estaba visto que se necesitaban los unos a la otra y viceversa, por lo que mientras Rosa comía lo que había preparado, Justo habló con ella.

            -Si a usted le parece – le dijo – como vemos que va sola, nosotros podemos ir a su lado y cuando se encuentre cansada le llevamos la mochila y hacemos todo lo que no pueda hacer sola. A cambio, nosotros nos encargamos de hacer la compra cada día para los tres y usted cocina lo que hayamos comprado, estamos convencidos que si seguimos comiendo lo que nos ponen por ahí, no vamos a durar mucho tiempo en el camino.

            A la mujer le pareció muy curiosa aquella sinceridad con la que el joven le proponía el acuerdo que para ella resultaba muy conveniente ya que no se encontraría sola en ningún momento y además le ayudaban cuando se encontrara cansada, era un chollo para ella.

Enseguida cerraron el trato y desde ese momento los tres caminaban juntos, era un grupo inseparable y a la vez envidiado por algunos otros peregrinos, habían sabido compartir aunque de una forma un tanto especial lo que cada uno tenía.

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