almeida – 30 de mayo de 2015.
La primera vez que recorremos el camino, es cuando mayor poder de asimilación desplegamos porque todo lo que vamos viendo y sintiendo resulta nuevo para la mayoría de los peregrinos.
Recuerdo una vez, al llegar a un humilde albergue, de esos que con el paso del tiempo es difícil que llegue a olvidarse, que en el dintel de la puerta había un letrero de madera que llamó de una forma poderos mi atención, decía “El turista exige, el peregrino agradece”.
He meditado algunas veces sobre esas palabras que en algún momento se llegaron a convertir en uno de los mensajes que diferenciaban al Camino sobre otras alternativas de evasión para las personas.
Desgraciadamente, hay muchas cosas que con el paso del tiempo no solo no mejoran, sino que en muchas ocasiones, se llegan a estropear y de lo que un día se convirtió en una filosofía de entender la vida, apenas queda rastro.
Afortunadamente, todavía los peregrinos nos podemos encontrar con esos aislados oasis en los que la acogida tradicional que un día se implantó en el Camino, sigue conservándose, pero son los menos, el poder del dinero acapara todo lo bueno que un día definió a determinados lugares y personas y acaba por corromperlo casi todo.
Me gusta ir a prestar mi tiempo libre a esos sitios en los que el camino se vive de otra forma, se sigue manteniendo esa pausa y ese poso que convierte a estos lugares en sitios especiales que algunos peregrinos esperan encontrarse. En ellos, lo importante siempre es el peregrino y los menos importante es la especulación, se ofrece una acogida muy digna y se proporciona a los que lleguen una cena comunitaria y un desayuno abundante a cambio de su colaboración para poder seguir haciendo lo mismo con los que llegan por detrás, porque aunque el dinero sea siempre lo secundario, sin dinero no se pueden comprar alimentos, ni productos de limpieza, ni se paga la energía, en fin todos esos inconvenientes a veces imprescindibles para poder dar lo que cada uno necesita.
Pero aunque estos lugares se mantengan inalterables con el paso del tiempo, desgraciadamente, los peregrinos, la mayoría van cambiando y en lugar de comportarse como peregrinos, cada vez lo hacen más como turistas y donde no les piden más que su colaboración para mantener las instalaciones, algunos parece que van exigiendo un servicio que en ningún caso entra en las prioridades de estos albergues y mucho menos en los que, de forma desinteresada, los atienden.
Cada vez, son más las personas que recorren el camino entre cuyas opciones se encuentra la de no comer carne ni pescado, voluntariamente se han hecho vegetarianos y es una cosa que hay que respetar, porque es su forma de entender la vida.
Pero en estas situaciones, como siempre hay comportamientos, hay que saber al lugar al que se llega y saber cómo han de comportarse y no siempre se hace de forma muy correcta.
Recuerdo una vez comentando esta situación con un viejo hospitalero que había visto casi de todo en su permanencia en diferentes albergues y me interesaba conocer su punto de vista sobre esta situación, porque yo al fin y al cabo, soy un recién llegado a estos lugares y siempre me gusta aprender de quien puede enseñarme y no me cabía la menor duda que el viejo era uno de los mejores maestros para lo que yo deseaba aprender.
También él estaba de acuerdo en que algunos vegetarianos se habían vuelto un tanto intransigentes, porque no entendían bien el lugar en el que se encontraban y más que como peregrinos, se comportaban como perfectos turistas.
En una ocasión llegó hasta el albergue un grupo de tres chicas jóvenes que después de escuchar las explicaciones que pacientemente les fue dando el viejo, cuando llegó a explicarles que se hacía una cena comunitaria, una de ellas le interrumpió diciéndole:
-¡Oye, que nosotras somos vegetarianas!
El viejo, impasible y con el mismo tono suave que había explicado todas y cada una de las normas que había en el albergue, mirando fijamente a los ojos de la que le había interrumpido, le respondió:
-No te preocupes, como te he comentado antes, aquí todo es voluntario y no obligamos a comer carne a ningún peregrino.
Algunos sin embargo, tienen un comportamiento que es diametralmente opuesto. Me comentaba que en una ocasión, llegaron dos peregrinos a los que se fue poniendo al detalle de todo lo que se hacía en el albergue y cuando el viejo terminó, uno de ellos le comentó:
-Mi amigo es vegetariano.
-Eso, en todo caso me correspondería haberlo dicho a mí – dijo el amigo aludido en un tono bastante irritado – en mi vida normal, soy vegetariano, pero en este lugar, en el que me ofrecen todo y no me piden nada, soy un peregrino normal y cuando llegue la hora de la cena, tengo la libertad de comerla o no, pero es mi decisión.
El viejo, como sabía hacer en estos casos, se calló y no dijo nada y en el gran puchero donde estaba haciendo las lentejas que se iban a cenar esa noche, añadió un poco más de verdura en lugar del chorizo y la morcilla que solía poner y cuando se fue a preparar la ensalada, obvió la lata de atún que generalmente solía añadir.
También hay peregrinos que por determinadas razones, enfermedad, religión o alergias, suelen advertir al hospitalero las incompatibilidades que padecen y en estos casos siempre se hace una excepción.
Una vez llegó al albergue un peregrino que le comentó al viejo hospitalero que por él no debía hacer ninguna excepción durante la cena, pero sí le agradecería que le dijera si lo que preparaba llevaba algún derivado del cerdo porque era musulmán y su religión le prohibía comer cualquier producto elaborado con alguna parte de este animal que para ellos era considerado como impuro.
El viejo que en estas situaciones era la persona más comprensible del mundo, sobre todo cuando solían plantearle las cosas de una forma razonable, no tuvo ningún inconveniente en elaborar una cena en la que cualquier derivado del cerdo no estuviera presente.
Es necesario que muchos aprendan de los comportamientos que se deben mantener siempre acorde a los lugares en los que se encuentran, porque en muchas ocasiones el esnobismos con el que algunos van por la vida, lo único que consiguen es dar permanentemente la nota en lugar de diferenciarse como pretenden.
Pero, las modas, es lo que suelen traer, que los sitios que en un momento florecen por un motivo determinado, en el momento que se van masificando, se convierten en algo muy diferente a lo que fue concebido y en el camino, cada vez tienen cabida más turistas que van desplazando a los peregrinos, hasta que el éxito que ha ido cogiendo acabe por matarlo y cuando el camino se muera que sucederá más pronto que tarde, siempre quedará un peregrino y mientras quede un solo peregrino, el camino no desaparecerá y entonces, como el Ave Fénix, volverá a renacer de sus cenizas.