SAF – 14 de agosto de 2014.
Dado el interés que el público presente mostró por las palabras que D. Carlos pronunció al recibir su premio como ganador del XII Premio
Internacional de Poesía “LEÓN FELIPE”, a continuación transcribimos el discurso completo:
En primer lugar, quería agradecer a los miembros del jurado la concesión de este León Felipe, un premio de importancia a nivel nacional en nuestro panorama literario. No es fácil en estos tiempos (quizá en ninguno lo fue para la poesía) encontrar una publicación de las características de las que acompaña a este premio. Y añadir el nombre de León Felipe al currículum de uno siempre es un orgullo y, por qué no decirlo, una nota de prestigio. Es difícil encontrar el justo equilibrio entre la vanidad y la falsa modestia: uno no puede dejar de sentirse honrado en este momento. Pero al mismo tiempo trato de recibir hoy este premio, este reconocimiento, con la humildad necesaria.
Llegué de joven a León Felipe de la misma forma que a otros poetas: a través de la música. Pertenezco a una generación que crecimos sin internet, una generación que conocíamos los ordenadores a través de algunas películas estadounidenses. Nuestras fuentes eran los libros y, por supuesto, la música. Los libros de texto traían algunos versos; pero en aquellos 14 ó 15 años míos, los versos venían, llegaban, en la voz de autores como Joan Manuel Serrat. Y así llegó Vencidos. O en la voz de Paco Ibáñez: Como tú. León Felipe se colaba así entre los autores de lectura obligatoria, los grandes nombres de los grandes libros en aquellos finales de los setenta y principios de los ochenta: permanecía en breves citas de los manuales de literatura, pero llegaba a los oídos de miles de personas.
Vencidos narra la derrota, la soledad y la amargura de la figura universal de nuestras letras, de ese alguien tan nuestro, tan como nosotros, como don Quijote. Vencidos no es un himno a la valentía, a la aventura, a los soñadores… Vencidos es un canto a la derrota, el relato de una realidad que nos vence: pero es un recordatorio de que el honor de la derrota solo corresponde a quien lucha (hay una gran diferencia, una abismal diferencia, entre el perdedor, el vencido, y el cobarde), a quien se atreve a desafiar a la realidad, nuestra realidad, esa realidad de cada uno de nosotros que nos impone grilletes y ataduras: yo soy yo y mis circunstancias, en palabras de Ortega. Una soledad y una amargura entendida a nivel personal pero que también aparece a nivel colectivo: es la queja amarga de León Felipe, entroncando con la preocupación presente en los autores de la Generación del 98, por una España decadente, una España camino de su ruina, sombra acaso de lo que un día fue. Y aquí aparece de forma mágica, magistral, esa característica de la poesía que la hace triunfadora de tiempos y edades: la atemporalidad, su universalidad.
La derrota y la soledad, mil veces repetidas, quizás, de don Quijote, es la derrota y la soledad de los que tras el 39 tuvieron que marchar al exilio, de quienes sufrieron los campos de concentración, de quienes hubieron de soportar una España de sotanas y sacristías. La España vencida. La España de los presos y los fusilados en las cunetas, la de los exiliados y los miguelhernández muriendo de tuberculosis en las cárceles, pero cantando las Nanas de la cebolla. Es la voz de esa España que más tarde recogerían otros poetas del desarraigo y del exilio, de la poesía social de los sesenta: otra vez nos llegó a través de la música. España, camisa blanca de mi esperanza.
Quién puso el desasosiego en nuestras entrañas,
nos hizo libres pero sin alas,
nos dejó el hambre y se llevó el pan.
Blas de Otero. Memoria y reconciliación. Superación de cainismos y disputas. Esa España como lugar:
donde entendernos sin destrozarnos,
donde sentarnos y conversar.
Y la universal figura de don Quijote y la universal letra de León Felipe nos pone frente a la realidad actual. Hoy, la soledad y el abandono, la derrota a manos de la cruda realidad, la penitencia y el purgatorio en que consiste esa derrota que no es sino la vuelta y condena a la realidad… toma forma del parado de larga duración que no vislumbra futuro y ve cómo su vida se desmorona, toma forma de miles de familias deshauciadas de sus hogares a manos de bancos rescatados con dinero de las arcas públicas pero que no dudan en dejar a esas familias en la calle, con la complicidad de los poderes públicos que miran para otro lado, que callan y otorgan. Una muestra esto, nada más, un par de pinceladas, de la realidad que vivimos.
De esta forma, Puentes levadizos bebe de los temas y la preocupación que comento en estas líneas. De lo individual a lo colectivo. De la preocupación existencial a la preocupación social. Dice en el poema 3:
preferí la incomodidad de la duda a la certidumbre
del dogma, buscar el límite frente a la mesura,
entrar y salir a la quietud absoluta y no traspasar
el umbral de la puerta,
ir y venir a darme cuenta al cabo de los años
de que imposible fue llegar a parte alguna
(zarpar hacia puertos lejanos
sin vislumbrar
tierra en el horizonte);
frente al silencio elegí la pancarta y la bandera,
ser partícipe, no espectador,
buscar ventanas para mirar el mundo
a las cortinas cerradas,
habitaciones sin luz,
mostrarme a esconderme
El título, Puentes levadizos, hace referencia a la imposibilidad de cerrar las puertas del pasado. Somos herederos y al mismo tiempo rehenes de nuestra historia, de nuestra trayectoria. Y cuando creemos superadas épocas, vuelven a abrirse puertas y ventanas por donde asoman nuestros personales y particulares demonios antiguos. Aquellos a los que creíamos haber vencido. Aquellos que guardábamos, encerrados, bajo siete llaves: los que atormentan el alma. Los puentes levadizos cierran y abren paso: nuestros puentes levadizos también lo hacen, y la mayoría de las veces no somos capaces de controlar cómo y cuándo. Así, en el poema 24, se dice:
No quedan montañas que reciban en su seno migraciones,
pues guardan silencio espadas y armaduras.
Duermen los yelmos un sueño de óxido
y amnesia.
Niegan los álamos los pasos nacidos en las fraguas:
jamás reconstruyo leyendas,
pues ya nada me habla de ti.
No queda más huella en las venas
que una imagen en papel,
un crespón colgado en el balcón de la indiferencia:
no hay mayor odio que el olvido,
mayor fracaso que borrar los nombres
de buzones y tarjetas.
Los puentes levadizos son símbolo del paso entre las distintas épocas de la vida. De que no es posible una ruptura total. De que lo que comenzamos a ser de niños nos acompañó hasta el día de hoy. Un pequeño espacio en este poemario lo ocupa el recuerdo de los días escolares. De cuando comenzamos a ser. De cuando se comenzó a escribir nuestra historia. De cuando aún no habíamos acumulado deudas a nuestras espaldas. Un tiempo de alas y cadenas: en que éramos aún libres como ya jamás lo fuimos y comenzaban a tejerse cadenas alrededor.
Calle Barbarroja.
Años setenta:
grabados en blanco y negro.
Una estufa de butano,
una regla de madera,
un mapa de la Península Ibérica.
Un maestro casi anciano imponía
respeto y disciplina.
No recuerdo crucifijos,
ni retratos de mandatarios.
Pero los había.
Y este poemario queda cruzado por los temas perennes y universales de la poesía: el amor y el desamor, la tensión con el tiempo, con pasado, presente y futuro… Con un tiempo que nos moldea y nos destruye.
Quedan en los templos de antaño los inventarios
custodiados en los cajones, vegetal mirada
de unas fechas objeto de exequias y solemnes veneraciones.
No suenan los teléfonos ni recibimos la luz nocturna
que bañaba los cuerpos: son extrarradio los rituales iniciáticos
compartidos en el origen de los labios
y los latidos a escondidas.
Todo cuanto amé,
qué poco espacio
ocupa.
Desmoronadas fortalezas son las misivas de ayer,
aquellas que contemplaron sentencias,
condenas para los inocentes,
indulto para el culpable,
recompensa para la avaricia,
registros para la memoria como estatuas perdurables
en agua y manuscritos.
Todavía hoy escucho música de salmosy automóviles.
Quisiera finalizar diciendo que este poemario es hijo de un movimiento literario, de un proyecto literario, o mejor dicho, de un grupo de amigos, con los que comparto versos y horas. Proyectos y fracasos, y alguna que otra victoria. Porque este poemario es un poco suyo también. Porque este premio es un poco suyo también. Recordar en este momento a Antonio Avilés, a Juan Andújar, a Soledad Álvarez y a Eva López Álvarez. A mis compañeros y compañeras, a mis amigos y amigas de Argosliteraria.
Muchas gracias, y buenas tardes.
Tábara, a 12 de agosto de 2014.