almeida – 29 de diciembre de 2017.
Observando en una ocasión a un pequeño duende, cuando éste se percató que mi atención no se apartaba de él, comenzó a hablarme del equilibrio de cada una de las cosas que existen sobre el universo.
Todo tiene su contrapunto y se mantiene porque siempre hay algo inverso que consigue mantener ese equilibrio perfecto.
Observaba cada vez más incrédulo las palabras que salían de los labios del pequeño duende y cuando se fue percatando que no estaba entendiendo nada de lo que me decía, se quedó pensativo buscando la forma de explicarlo con un ejemplo.
En el principio, comenzó diciendo el duendecillo, había dos hermanos que ocuparon una extensión muy amplia de terreno en el que se aposentaron y mientras uno fue aprendiendo todos los secretos que encierra la tierra, para que con una sencilla semilla se pueda llegar a obtener una abundante cosecha, el otro hermano fue inclinándose más por la contemplación de las cosas inmateriales y fue dominando las facetas del saber, del conocimiento, de la cultura y del arte.
Los dos hermanos convivían en armonía, el uno procurando para ambos lo que necesitaban para su subsistencia, mientras el otro iba ensalzando todo lo que su hermano hacía, pero de una forma realmente especial y sobre todo muy hermosa.
También cuando los ciclos en la naturaleza y en el universo van cambiando, sobre todo en la época de los equinoccios y en los solsticios, se producen algunos momentos propicios para que las cosas que difícilmente se pueden comprender con la razón, den lugar a momentos especiales en los que el ser humano da rienda a su imaginación unas veces y en otras ocasiones a su espiritualidad.
Seguía observando y meditando cada una de las palabras que escuchaba sin comprender nada de lo que el duendecillo trataba de decirme y fue en ese momento, cuando me habló de las fuerzas del bien y las del mal, que se manifiestan en épocas muy determinadas desde lo más remoto de los tiempos.
Tomando como ejemplo la provincia en la que nos encontramos, con la llegada del invierno, se producen una serie de acontecimientos que en un momento de la historia debieron de ser de júbilo y de celebración para quienes participaban en ellos.
Con el paso de los años, unos fueron derivando hacia la parte oscura y se fueron centrando principalmente al norte del río Duero, y que en la actualidad han ido derivando en las tradicionales mascaradas de invierno y las obisparras en las que hay una serie de personajes siniestros: (Diablos, Filandorra, Carochos, Tafarrón, Ciegos, Gitanos,…), que tratan de que el mal acabe imperando sobre el bien.
Durante algunos, años estas representaciones estuvieron prohibidas por lo descarado de algunos diálogos y sobre todo por el atrevimiento que los personajes hacían sobre el resto de la población cuando cada una de estas acciones generalmente era censurada casi siempre.
Sin embargo, otras tradiciones han pervivido siempre, como es el caso de la misa que se celebra para anunciar la venida del Salvador que en cada lugar se le da un nombre diferente y en la zona de Tábara es conocida como la misa de la Cordera, una celebración religiosa, de lo que en su día debió tener alguna relación con las raíces de aquella representación del mal que se hacía en los pueblos de los alrededores.
Sin duda, donde mejor se puede observar esta separación del bien y del mal, se encuentra al sur del Duero, en dos poblaciones de la Tierra del Vino que en un momento debieron tener una celebración conjunta que se fue desgajando y cada uno fue enfocando la celebración hacia unos objetivos y fines determinados.
En Sanzoles, se festeja el Zangarrón el día 26 de diciembre y el personaje principal viste un traje hecho con un calzón cosido a una chaqueta de cuadros marrones y blancos y un mandil de vivos colores. Lleva tres cencerros a la espalda y un zurrón para los aguinaldos y un palo con tres vejigas con las que golpea a los asistentes.
Va buscando a los demás personajes (Mayordomos, Bailonas, Tocadores y Asadores) y al llegar a las cuatro calles, bailan una danza conocida como el Niño, seguramente el origen de la festividad, antes de que fuera desgajándose y diferenciándose de la original.
Sin embargo, en la población vecina, en Venialbo, desde hace muchos años, dos días después, se celebra El Baile del Niño, la parte positiva de la celebración, la que mantiene las esencias de la festividad original en la que los danzantes se van poniendo de dos en dos, antiguamente eran los quintos de cada año, pero la escasez de personas jóvenes hace que sea bienvenido todo el que desea participar en esta actividad.
Se va procesionando una imagen del niño que es llevada en andas por la calle principal del pueblo y los bailarines, ascendiendo la cuesta de espaldas sin perder en ningún momento la mirada del niño, van danzando al son de la dulzaina o la flauta y del tamboril. Es muy destacado el floreo que hace quien se encarga de dirigir la intervención del resto de los bailarines que les va cambiando de posición hasta que consigue completar la intervención de todos los participantes en esta danza.
El Baile del Niño y el Zangarrón, seguía diciendo el duende, forman parte de ese equilibrio sin el que las cosas llegarían a carecer de sentido para quienes lo contemplamos, aunque para quien carecía de sentido era para quien estaba escuchando aquellas palabras.
Pero después de ver la celebración de esta danza ancestral, que se pierde en el tiempo, he meditado sobre esas palabras del pequeño duendecillo y voy encontrando algún sentido a lo que pensé que había escuchado de sus labios, o en otros momentos seguramente he imaginado que solo fueron fruto de uno de esos sueños que una mente demasiado imaginativa, suele tener en determinados momentos.
Después de contemplar esa danza ancestral, vi al pequeño duendecillo, quizá pudiera tener veinticinco lustros y me miraba con la suficiencia de quien lo sabe todo, pensando si yo podía haber comprendido alguna de las palabras que me había contado para tratar de que comprendiera como está conformado el equilibrio en el mundo.
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