almeida – de diciembre de 2016

pendienye

Mónica, llegó un tanto cansada y sobre todo dolorida al albergue, arrastraba unas lesiones que son propias del camino, pero para ella estaban siendo extrañas. Con otros peregrinos que había hablado,

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era frecuente que las ampollas se produjeran los primeros días de camino, pero no era tan normal que salieran cuando se llevaba más de un mes caminando.

            El hospitalero nada más verla le propuso que se duchara y cuando hubiera terminado, él le miraría los pies y le iría restañando aquellas heridas que llevaba en cada uno de ellos.

            Viendo que pasaba el tiempo y la peregrina no llegaba, el hospitalero fue hasta el cuarto para ver si le había ocurrido algo o había cambiado de opinión, pero no la vio en la litera que le había asignado. Al pasar frente a las duchas, observó cómo la peregrina miraba por todos los lados y rebuscaba como si tratara de encontrar algo.

            -¿Qué buscas? – preguntó el hospitalero.

            -¡Mi pendiente!, no lo encuentro – respondió la peregrina.

            -Igual lo has perdido en otro sitio – dijo el hospitalero.

            -¡No¡, estoy segura que lo traía cuando llegué, hubiera extrañado su perdida, estoy acostumbrada a ellos y cuando no los tengo puestos no hace falta que los toque, sé que no están en su sitio.

            -Bueno – le dijo el hospitalero tratando de restarle importancia – el camino a veces, lo mismo que te da cosas te las quita y cuando lo hace es por algún motivo y seguro que acabarás por saber cual es.

            -Pero es que se trata de un recuerdo muy importante para mí, su valor no es nada comparado con lo que representa desde que me lo regalaron, para mí representa una desgracia haberlo perdido.

            -Por experiencia – le dijo el hospitalero – sé que en estas situaciones por más que lo busques no te va a aparecer y si lo hace será cuando menos lo esperes.

            Fueron hasta el patio del albergue y el hospitalero dispuso de todo lo necesario para sacar el líquido que se había ido formando en cada una de aquellas ampollas. Tenía práctica en curarlas y después de dejarlas sin una gota de liquido, cogió una jeringuilla desechable y fue rellenado el sitio que antes estaba relleno de liquido mezclado con sangre con betadine para que desinfectara bien la zona afectada y recortó un trozo de bayeta absorbente y la puso sobre cada una de las ampollas.

            El hospitalero no pudo por menos de fijarse en aquellas piernas tan hermosas de la joven peregrina, eran tersas y sobre todo muy suaves, pero él trataba en todo momento de apartar de su mente los pensamientos lujuriosos que le estaban viniendo y se centró en lo que estaba haciendo dándole conversación a la peregrina.

            -¿Cómo te va el camino?, aparte de la perdida del pendiente que acabas de tener.

            -Muy mal – dijo ella – desde que salí de una ciudad de Francia, todo estaba resultando maravilloso y pensaba que al cruzar los Pirineos esta sensación iría aumentando, pero ha sido todo lo contrario, no me encuentro más que problemas y contratiempos.

            -Pues suele ser al contrario, cuando los peregrinos llegan a Roncesvalles comienzan a sentir esa magia que tiene el camino.

            -Eso pensaba yo, pero cuando llevaba unos días caminando en este país, comenzaron a salirme ampollas, luego al no apoyar bien el pie, se me produjo una tendinitis en la rodilla derecha y ahora el pendiente, no se que más me puede seguir pasando.

            -Bueno – dijo tratando de calmarla el hospitalero – debes pensar que es el camino el que te va marcando en cada momento lo que debes hacer.

            -Sí, eso pensaba yo – respondió la peregrina – pero desde que comencé a tener las ampollas he tenido que cambiar toda la planificación que había hecho del camino. Ahora hago etapas más cortas y estoy dejando de visitar con calma muchos de los lugares que me había propuesto conocer cuando comencé este camino.

            -Piensa que es el camino el que te va diciendo dónde tienes que pararte.

            -Eso trato de hacer, pero a veces me ocurre como hoy, que no tenía previsto haberme quedado en este pueblo que no tiene nada que ver en lugar de hacerlo ocho kilómetros más adelante que pensaba visitar el monasterio que hay en el pueblo siguiente y mañana cuando llegue se encontrara cerrado.

            En ese momento se presentó a la puerta del albergue un nuevo peregrino y el hospitalero dejó a Mónica en el jardín para ir a recibir y atender al recién llegado.

            Una vez que tuvo los datos en el libro de registro de los peregrinos y le explicó las normas de funcionamiento del albergue, el peregrino metiendo su mano en el bolsillo saco algo de el.

            -Mientras me acercaba al pueblo, veía en el camino que algo reflejaba la luz del sol y al agacharme he visto este pendiente que se le debe haber caído a alguien, te lo dejo por si alguna peregrina pregunta por el.

            -No hace falta que me lo dejes, mira a aquella joven que esta sentada en el patio, si se lo llevas le vas a dar una enorme alegría, es de ella y pensaba que se le había perdido mientras se duchaba y ha estado buscándolo durante un buen rato – dijo el hospitalero.

            Cuando Mónica vio de nuevo su pendiente, se levantó de la silla y se tiró a su cuello dándole un fuerte abrazo al recién llegado por haberle encontrado lo que para ella era tan importante.

            El hospitalero observó cómo esa tarde, los dos jóvenes estuvieron todo el tiempo en uno de los bancos del albergue, aunque no escuchaba lo que estaban diciendo se imaginaba lo que salía de aquellos labios por la forma en la que comprobaba cómo estaban comportándose.

            Les veía a los dos muy felices, daba la impresión que sus rostros habían cambiado y se percibía en ellos esa luz que a veces algunas personas consiguen desprender cuando se encuentran en unos momentos que son muy especiales para ellos.

            Durante todo el tiempo que permanecieron en el albergue no se separaron el uno del otro, juntos estuvieron en la cena y juntos se fueron al cuarto donde iban a dormir, el joven cogió sus cosas del lugar en el que las había dejado inicialmente y las puso en la parte superior de la litera que ocupaba Mónica.

            También por la mañana bajaron juntos al comedor y desayunaron con calma, tanto que fueron los últimos en abandonar el albergue, seguían hablando y solo se dieron cuenta que tenían que marcharse cuando vieron al hospitalero que estaba haciendo la limpieza para recibir a los nuevos peregrinos que ese día iban a llegar.

            Cuando se disponían a abandonar juntos el albergue, Mónica se dirigió al hospitalero y mientras le daba un fuerte abrazo por la forma en la que se había portado con ella y las atenciones que le había dispensado, le dijo al oído:

            -Tenías toda la razón, es el camino el que nos dice cuándo tenemos que pararnos y sobre todo con quien debemos recorrerlo. Creo que desde el principio todo estaba diseñado para que fuera así, solo que no supe interpretar bien las señales cuando estas fueron apareciendo. De ahora en adelante me fijaré más cuando lleguen y sabré en todo momento lo que me quieren decir.

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