almeida – de agosto de 2017..

            En la mayoría de los albergues a los que estaba llegando, se encontraba con un recibimiento muy cálido a pesar que no eran los albergues atendidos por hospitaleros voluntarios que estaba esperando encontrarse en su nuevo camino.

            Gloria se disponía a llegar a uno de estos albergues que ya conocía de otros caminos, sabía que los peregrinos que en su tiempo libre se dedican a atender algunos albergues del camino, tienen una forma especial de tratar a los peregrinos, por eso estaba entusiasmada con el nuevo destino al que le llevaba esa jornada del camino que estaba recorriendo.

            Llegaría pronto a su destino, era una bonita ciudad medieval que quería conocer, por eso cuando llegara al albergue lo primero que iba a hacer era darse una buena ducha y después dar un pequeño paseo por la zona en la que se encontraban los principales monumentos, compraría algo para comer y lo degustaría en la sala del albergue y si tenía oportunidad estaría con el hospitalero para hablar con él mientras comía y en la sobremesa, disfrutaría escuchando esas historias que en ocasiones los veteranos hospitaleros tienen almacenadas en sus mentes y saben compartirlas con algunos peregrinos con los que se encuentran a gusto.

            Eran poco más de las doce cuando llegó a las primeras casas de la ciudad. Tuvo la impresión al ver la torre de la catedral que ya había terminado esa jornada, pero todavía le quedaba cerca de media hora para llegar al albergue, era suficiente para disfrutar de esos últimos metros de su camino y sobre todo hacerlo con mucha calma. Algunos albergues no abrían hasta las dos y tampoco deseaba llegar demasiado pronto para que el hospitalero al verla se viera obligado a abrirle antes de la hora, pensó que era mejor llegar cuando ya estuviera abierto. Total contaba con diez horas por delante que eran suficientes para poder realizar todos los planes que se había propuesto hacer en ese destino.

            El albergue se encontraba en la parte antigua de la ciudad y fue disfrutando mientras caminaba contemplando los edificios más antiguos, la mayoría levantados con piedra que sobresalían en esta zona por la que estaba caminando.

            El edificio en el que se encontraba el albergue no desentonaba con el contorno y a Gloria le pareció uno de los más bonitos que había visto en sus caminos. El emplazamiento era único ya que estaba rodeado de jardines y desde él, se contemplaban algunos de los edificios más significativos de la ciudad.

            Comprobó que las puertas estaban cerradas y había un letrero en la puerta que decía que se abría a las cuatro de la tarde y las mochilas se recogían de doce a una, para que así los peregrinos que llegaran en esa hora pudieran ir a comer y ver un poco la ciudad.

            Gloria observó a una mujer en el interior del albergue y con los nudillos llamó suavemente a la puerta para que ésta detectara su presencia, pero la mujer que estaba en el interior no hacía caso de los golpecitos que estaba escuchando.

            Apenas pasaban tres minutos de la una y Gloria pensaba que no sería una molestia que le abrieran para dejar su mochila y dar ese primer paseo por la ciudad por lo que siguió insistiendo hasta que la persona que se encontraba en el interior se giró y con cara de enfado se dirigió hacia la puerta.

            Martha, era una hospitalera alemana de mediana edad, un poco robusta que nada más abrir la puerta del albergue desde el interior con una cara y voz de enfado preguntó:

            -¿Qué quiere?, el albergue se encuentra cerrado y no abrimos hasta las cuatro.

            -Solo quería dejar la mochila – murmuró Gloria.

            -Lo siento – dijo la hospitalera – ya es más de la una y las normas son para todos iguales, no puedo admitir ninguna mochila después de esa hora, tendrá que esperar hasta las cuatro.

            -Pero, solo es dejarla – dijo Gloria.

            -Las normas son las normas y yo no las voy a alterar – insistió la hospitalera – espere hasta las cuatro si quiere en la puerta o vaya a dar una vuelta y venga a esa hora.

            Gloria no se lo podía creer, estaba en un albergue soñado, regentado por hospitaleros voluntarios y el trato que estaba recibiendo distaba mucho del que ella se había imaginado.

            Cogió su mochila y se sentó en un banco del parque, no deseaba ir por la ciudad cargada con su mochila, esperaría allí la hora de la apertura del albergue y ya visitaría la ciudad más tarde, porque otra de las ideas que se había ido forjando que era hablar con el hospitalero, viendo el recibimiento que acababa de tener, estaba segura que no iba tampoco a poder cumplirlo.

            Diez minutos antes de las cuatro, regresó de nuevo a la puerta del albergue. Había ya una docena de peregrinos esperando con sus mochilas y otra media docena que no la llevaban, eran los que habían llegado antes de la una y la habían dejado en el interior.

            A las cuatro en punto, se abrió la puerta del albergue, la hospitalera indicó a los peregrinos que se fueran poniendo en fila y que tuvieran preparada su credencial y el pasaporte o su carné de identidad para formalizar el registro.

            Con mucha calma, Martha iba registrando a cada peregrino mientras les explicaba las normas que había en el albergue. No se podía comer nada más que en las zonas indicadas, debían dejar todo como lo habían encontrado, no se podía andar descalzo por el interior del albergue, la hora de cierre era a las diez en punto de la noche. Daba la impresión que lo tenía todo memorizado, a todos les decía lo mismo, aunque ya lo hubieran escuchado antes porque la sonoridad de la sala de recepción tenía una acústica perfecta que hacía que todos los peregrinos comprendieran lo que les estaba diciendo.

            Con cada peregrino estaba varios minutos por lo que pasó casi una hora antes que a Gloria le tocara su turno de registrarse y mientras iba avanzando la lenta cola que se había ido formando fue observando los numerosos carteles que había por todas las paredes del albergue.

            Había una palabra común en todos ellos “prohibido”, estaba escrita en varios idiomas y se repetía constantemente y Gloria tuvo la sensación que todo lo que había en los carteles era lo que la hospitalera le estaba diciendo a cada uno de los peregrinos que registraba.

            Se encontraba muy desilusionada, esperaba llegar a un lugar donde la calidez que se respiraría en su interior lo iba a hacer diferente y tenía la impresión que se había metido en un cuartel donde el régimen que se respiraba era cuartelarlo por completo.

            Deseaba salir cuanto antes de aquel lugar y aquel ambiente que estaban comenzando a ahogarla, quizá una larga visita por la ciudad le ayudara a despejarse un poco y la permitiera olvidar ese desengaño que había sufrido al ver el albergue y sobre todo a la persona que se encontraba a su cargo.

            Prolongó la visita todo lo que pudo, incluso hubo algunos lugares que los visito dos veces, deseaba llegar lo más tarde posible a aquel lugar que para ella era ahora un cuartel.

            Compró algunas cosas para cenar, lo haría acompañada de otros peregrinos para ver si de esta forma podía sentir con ellos esa magia que se respira en algunos lugares del camino, pero cuando llegó de nuevo al albergue, percibió en el ambiente que había una frialdad fuera de lo común, los peregrinos que se encontraban descansando y cenando no se sentían eufóricos ni daban excesivas muestras de alegría. Luego se enteró por lo que le había dicho uno de los peregrinos que se encontraban en la mesa, que cuando los decibelios comenzaron a ser un tanto intensos, la hospitalera se encargó de poner orden para que nadie se saliera de las normas que ella había marcado.

            Fue una sensación un tanto extraña la que Gloria tuvo mientras permaneció en aquel albergue, observaba las reacciones de la hospitalera con los peregrinos que había alojado y distaban mucho del comportamiento que generalmente suelen tener estas personas que van a los albergues a disfrutar de la compañía de los peregrinos.

            Gloria comenzó a tener la sensación que se sentía como una niña mala cuando hace algo a lo que está acostumbrada y la reprenden constantemente y llega ese momento en el que no se atreve a hacer nada porque es consciente que la van a reprender haga lo que haga.

            Estaba en su país, recorriendo un camino que habían ido forjando sus antepasados y por vez primera se sintió como una extranjera cuando la que debía haberse sentido extraña era la persona que había llegado a un lugar a imponer unas normas que desentonaban por completo con la filosofía y el espíritu que ha mantenido vivo el camino.

            Menos mal que pronto se iría a la cama y que, como mucho, solo vería a esta hospitalera unos minutos por la mañana. Pero esa noche, sintió que ese no era el camino que estaba soñando hacer y después de la experiencia que acababa de tener ya el camino no iba a ser el mismo.

            Por la mañana en lugar de seguir las flechas amarillas que la llevaban fuera de la ciudad, tomó la dirección de la estación de autobuses y abandonó este camino que no era el que ella quería recorrer.

            De regreso a su casa, pensó en la mala suerte que había tenido, la excepción de los hospitaleros, le había tocado a ella, pero no podía continuar, si lo hacía siempre la imagen de la hospitalera cuartelaría estaría en su mente cada día que pasara sobre el camino.

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