Queridos hermanos y hermanas presentes en esta celebración eucarística con la que comienza mi ministerio episcopal al frente de esta Iglesia que peregrina en Astorga. En primer lugar, quiero saludar y agradecer vuestra presencia en estas circunstancias tan especiales que estamos viviendo. Saludo y agradezco también el seguimiento a distancia de aquellos que se unen a la celebración a través de los medios de comunicación, cuyo servicio agradecemos.
Un saludo y agradecimiento especial al Sr. Nuncio de su Santidad en España, Mons. Bernardito Auza que me ha dado la posesión de esta histórica sede asturicense. Sr. Nuncio, le ruego haga partícipe al Santo Padre el Papa Francisco de mi afecto, comunión y obediente adhesión a su programa pastoral.
Saludo y agradezco también la presencia de los cardenales Mons. Carlos Osoro, vicepresidente de la CEE y arzobispo de Madrid y de Mons. Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid; la del arzobispo metropolitano de Oviedo Mons. Jesús Sanz y la del arzobispo de Santiago de Compostela y originario de esta misma Diócesis Mons. Julián Barrio. A su lado, a lo largo de estos últimos seis años largos me he sentido acogido y apoyado en las distintas iniciativas y labores pastorales puestas en marcha. Gracias también de todo corazón al resto de arzobispos y obispos que me acompañan en esta celebración.
Hace un año y dos meses despedíamos aquí mismo a Mons. Juan Antonio Menéndez, mi predecesor en esta sede; hace solamente tres días hacíais lo propio con Mons. Camilo Lorenzo, Obispo Emérito de la misma. A ellos se dirige ahora mi recuerdo y por su E.D. oro al Señor. Saludo también y agradezco a D. José Luis Castro el trabajo y acompañamiento en este tiempo de preparación de mi entrada en la Diócesis.
Gracias a los sacerdotes y diáconos de Astorga, Santiago, León y de otros lugares que os habéis acercado a esta catedral en medio de tantas tareas como os ocupan los fines de semana. Unos me despedís después de seis años inolvidables compartidos con vosotros y otros me acogéis con una hospitalidad llena de hermosos matices. Gracias.
La presencia de las autoridades políticas, civiles, militares, judiciales y académicas son para mí un motivo de gran alegría y augurio de una fructífera colaboración desde la independencia y el respeto, en pos del bien común. Agradezco sinceramente su presencia.
Mi saludo y gratitud se dirigen ahora a todos los miembros de la vida consagrada, a los seminaristas, a los que habéis preparado la celebración, a los que habéis venido desde las distintas comarcas y provincias de la Diócesis de Astorga, incluida la de Ourense. Estou moi feliz de seguir sendo bispo nunha parte de Galicia. Agradezo profundamente a presenza e oración de todos os que viñeron desa parte da diocese.Y, en fin, gracias a los procedentes de la Archidiócesis de Santiago, de la diócesis hermana de León y de otras Iglesias particulares.
Finalmente, agradezco la presencia de mi familia y, en especial de mis padres. Siempre me han mostrado un gran cariño y confianza. Y, sobre todo, me han regalado el don de la fe junto al respeto, la justicia y la concordia.
1. <>. El protagonismo del Espíritu.
Hermanos, os invito ahora a contemplar a Jesucristo en dos estampas muy significativas de su vida y misión. La primera nos la ofrece su presencia en la sinagoga de Nazaret, a la que había acudido un sábado para participar en la celebración litúrgica; allí abrió el libro de las Sagradas Escrituras y leyó un pasaje del profeta Isaías en el que veía detallado el origen y el contenido de su misión: <>. A continuación, enrollando el rollo, se sentó y proclamó solemnemente que en aquel momento se cumplía en él la Escritura que acababan de oír.
Sin duda, el Espíritu es el protagonista en la vida de Jesús: a su intervención y a la colaboración de la Virgen nazarena le debe su vida humana (Lc 1, 35), en el Jordán fue ungido por el Espíritu (Lc 3, 22), una vez muerto, le resucita… El Espíritu Santo también es el protagonista de la vida de la Iglesia desde sus inicios: aquellos discípulos timoratos de primera hora sólo abrieron las puertas de la casa en que estaban encerrados cuando recibieron el Espíritu de Dios; gracias a su intervención, la Iglesia se hizo misionera, comenzó a crecer y se consolidó.
El Espíritu es, quiere ser siempre el protagonista de nuestras vidas. A Él nos encomendamos para que nos ayude a comprender y gustar el contenido de la Palabra de Dios y concretamente este texto programático para la Iglesia y para todo discípulo de Jesús que, como Él, ha sido ungido para anunciar y hacer real la liberación de los pobres, ciegos, encarcelados y oprimidos, y para anunciar que Cristo resucitado nos acompaña en el camino.
2. “El Espíritu del Señor… me ha enviado a evangelizar a los pobres”. Contemplemos al enviado.
La figura de Jesús proclamando la Palabra de Dios en la sinagoga de Nazaret es absolutamente significativa al revelarse como un judío religioso, profundo conocedor de la Sagrada Escritura, cumplidor de la ley, solidario con su pueblo… Además, al permitirle hacerlo sus conciudadanos, dejaban claro su reconocimiento como maestro.
Al mismo tiempo, Jesús nos muestra el corazón del Padre al desvelarnos sus preocupaciones principales: los pobres, los encarcelados, los ciegos, los oprimidos… Para atenderles envió a Isaías y a los demás profetas y ahora envía a su propio Hijo. Contemplemos, pues, al Dios compasivo y misericordioso, al Dios del corazón grande en el que todos tenemos tatuado nuestro nombre. Si os fijáis bien, el de muchos está escrito en mayúsculas: el de Jaime, Manuela, José, Alicia… Corresponden a los miles y miles de fallecidos a causa del Covid-19, algunos de los que murieron sin la soñada cercanía de sus seres queridos, eso sí, sintiendo la ternura y a la vez impotencia de los servicios sanitarios por mantenerlos con vida.
Ahí están también los nombres de sus familiares y amigos balanceándose entre la desesperación y la confianza. Así mismo podemos ver en la lista los nombres de los ancianos de tantas y tantas residencias, sometidos a un doble confinamiento, los enfermos, los parados, los abandonados, las víctimas de la trata y de los abusos, los emigrantes y refugiados, en definitiva, los pobres.
“Evangelizar a los pobres”: con esta misión se identificaba Isaías, se identificó Jesús y se han identificado sus seguidores más fieles; también me identifico yo. Así me lo recuerda cada día mi lema episcopal. No me es fácil, sin embargo, mantener esta prioridad espiritual y pastoral. Me asedia la tentación, denunciada por el Papa Francisco, de mantener la distancia con las llagas del Señor cuando, en realidad, Jesús “quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás… (EG 270); no quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres y mujeres de pueblo” (EG 271). Ante este reto, me encomiendo a vuestras oraciones al tiempo que os convoco a todos para salir en ayuda de pobres y enfermos, haciendo de nuestra Iglesia un hospital de campaña, es más, creando un “ecosistema” espiritual y pastoral que haciendo inviable cualquier tipo de abuso, cuide a los frágiles e indefensos y facilite su crecimiento integral.
3. “Y, dejándolo todo, le siguieron”. Llamados a ser sus discípulos.
Llegados a este punto y, siguiendo el hilo narrativo del texto evangélico de San Lucas recién proclamado, cambiamos de escenario para contemplar la escena principal: la llamada de los primeros discípulos. Una vez más, Jesús muestra su talante compasivo y misericordioso, esta vez, al convocar a hombres y mujeres de este mundo para que colaboren con él en la misión recibida del Padre. El Señor podría haber ideado otra manera para hacer llegar su mensaje a todos, sin depender de la fragilidad y tibieza humanas. Pero nos ha hecho, no sólo discípulos, sino también misioneros. El relato que hemos proclamado es paradigmático para comprender esta doble condición.
A diferencia del texto paralelo de Marcos, donde la llamada de Jesús llega de forma sorpresiva a personas que no lo conocen, el evangelio de Lucas supone que Simón, Pedro, ya sabe de él: ha estado en su casa donde ha curado a su suegra, ha tomado prestado su barco para predicar, le ha beneficiado con la pesca milagrosa… El llamado, por lo tanto, no sólo conoce a Jesús de oídas, sino que ha tenido una experiencia personal de encuentro con él que alcanza su momento álgido con la pesca milagrosa. Pedro, experto pescador, había estado faenando en los caladeros más abundantes y en el momento más oportuno, la noche y, sin embargo, no había pescado nada. Ahora, un hombre de tierra adentro le dice dónde tiene que tirar las redes. Parece una broma, pero Simón se fía y consigue sacar una abundante pesca: el estupor y el sentido de fragilidad se adueñan de él: <>, le dice. La respuesta de Jesús, <>, esconde el regalo del perdón.
Un discípulo comienza a serlo a raíz del asombro causado por las acciones de Dios, por la grandeza y el poder de su palabra. Y, al mismo tiempo también, por la pequeñez moral y la necesidad de perdón que sólo el que ha venido para salvar lo que estaba perdido puede otorgarle. ¡Qué importante será tener en cuenta estos prolegómenos en nuestra urgente e ineludible pastoral vocacional, como lo será también considerar las condiciones que requiere el seguimiento! Efectivamente, el discípulo, dejando atrás todo lo que lo entorpece, emprende un peregrinaje junto a Jesús que supone la adhesión total y el compartir plenamente la vida con él. Así sucedió con los primeros discípulos: sacaron las barcas a tierra, es decir, las dejaron “en paro” y se fueron tras él. El discípulo ha de ser una persona libre de todos los apegos que resulten ser una rémora para acompañar a Jesús en la misión que le encomienda y de la que el Señor debe ser siempre el protagonista. ¡Qué ejemplo nos dan en este sentido los miembros de la vida consagrada que, aún envejecidos y reducidos en número, siguen mostrando que su tesoro es Jesucristo y su sueño, la entrega a los necesitados! ¡Qué testimonio también el de tantos y tantos sacerdotes y el de tantos y tantos laicos misioneros!
Pero, además, el que sigue a Jesús será necesariamente condiscípulo. Los que faenaban junto a Pedro necesitaron de la ayuda de los de la otra barca para arrastrar la gran cantidad de peces que habían pescado. La red, símbolo de la misma Iglesia, congrega así mismo una gran diversidad de peces, haciendo patente también de este modo una de sus notas esenciales: la comunión. Por ella oró Jesús y a ella se comprometió. No existe el discípulo autónomo, no es viable seguir a Jesucristo desvinculado del resto de seguidores. La Iglesia, familia de los discípulos del Señor, ha sido enriquecida por el Espíritu Santo con toda clase de carismas para el bien común y, por lo tanto, ha de navegar por los mares de este mundo en sinodalidad.
4. “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Nos llama a ser misioneros.
La escena de la llamada de los primeros discípulos va precedida de otras dos: la predicación de Jesús desde la barca de Pedro, y la pesca milagrosa. Comienza la narración recordando que la gente se agolpaba en torno a Él para oír la Palabra de Dios. Abrumado por el gentío, se subió a la barca de Simón que acababa de regresar a puerto y se puso a enseñarles. El programa misionero adoptado y anunciado en la sinagoga de Nazaret es puesto en práctica incansablemente por Jesús. En otros textos evangélicos aparece también compadecido ante la multitud de personas que se sienten huérfanas, como ovejas sin pastor. Así las contempla también ahora, necesitadas de luz, de acompañamiento, de ayuda… Les había hablado en el ámbito sagrado, ahora asienta su cátedra magisterial en un barco. Donde está el necesitado, allí está Él. Donde hay déficit de verdad y de luz, allí hace resonar su palabra.
El Señor quiere que su Mensaje resuene en todos los rincones del mundo de modo que, en un contexto de libertad, toda persona pueda conocerle y salvarse. Ninguna pobreza tan grande como la que supone el desconocimiento de Jesucristo. La cultura actual lo mantiene oculto, si los creyentes no lo sacamos a la luz, ¿quién lo hará?
Queridas familias, sois las primeras responsables de la iniciación cristiana de vuestros hijos. La Iglesia confía en vosotras y os encarga esta tarea. En su momento, contaréis con la ayuda de la parroquia e incluso de la escuela católica. Que ninguna de estas instancias olvide que esta iniciación requiere conocimiento, sí, pero sobre todo una relación íntima con Jesucristo que produzca el estupor que sintió el apóstol Pedro ante la inmensa fortuna de conocerlo. Decídselo: Jesucristo está vivo, camina a su lado y les ama. Y ayudadles a descubrir su presencia y la fuerza de su espíritu en tantos y tantos peregrinos que cruzan nuestras tierras con destino a la ciudad del Apóstol Santiago, en el compromiso de los profesionales de la salud que, desde sus convicciones de fe, entregan su vida a favor de la ajena, en el de los padres y madres que convierten su hogar en una Iglesia doméstica, en el de los voluntarios de Cáritas y de otras instituciones de Iglesia, particularmente de consagrados y consagradas que atienden a miles y miles de necesitados, en el de los capellanes de hospital y demás sacerdotes que se desviven atendiendo a los fieles y, en especial, a los enfermos y sus familias…
En último término –como dice el Papa Emérito Benedicto XVI- no sólo los problemas personales, sino también los sociales se originan en la falta de fraternidad (CVe 19); por lo tanto, anunciar el evangelio del amor y de la fraternidad universal es un modo eminente de poner las bases para la resolución de los problemas que nos aquejan, en la medida en que lo permite la fragilidad de la condición humana. No cabe duda que, “entre la evangelización y la promoción humana existen lazos muy fuertes” (ISP 39). Anunciar a Jesucristo, en definitiva, es un gran acto de caridad.
Por otra parte, el Evangelio no es exclusivamente un manual para alimentar y guiar la piedad individual; es también una herramienta social. Vosotros, queridos laicos, estáis llamados a transformar este mundo plagado de injusticia y de desigualdad para que cada día se aproxime un poco más al reino que Dios sueña para sus hijos. Lo haréis siendo fieles cumplidores de vuestros deberes cívicos y religiosos, pero también defendiendo derechos humanos básicos como el derecho a la vida, a la libertad religiosa y a la educación de vuestros hijos de acuerdo a vuestras propias convicciones. Anunciaréis también el evangelio viviendo la caridad en la función pública a través de un modo justo de gobernar que atienda al bien común, favoreciendo una cultura del diálogo y del encuentro, poniendo en marcha políticas fiscales equitativas, favoreciendo una razonable distribución de los bienes, velando por un trabajo decente y reconocido, regulando los flujos migratorios y ayudando a los emigrantes que no tengan suficientes recursos, ayudando a la discapacidad, cuidando el medio ambiente…
Evangelizad, evangelizad, evangelizad… no os canséis de evangelizar. Seréis tentados de decir, como Pedro, “hemos estado bregando toda la noche y no hemos cogido nada”. Pero el Señor os dice: “rema mar adentro y echad vuestras redes para pescar”, acércate al hombre que no hace pie en medio de la mar bravía, al que está solo, desprotegido, sin recursos, enfermo… Tal vez en ese caladero encuentres la pesca abundante que el Señor logró para la Iglesia en otros tiempos en estos mismos mares.
5. <> El Señor que puso a Pedro
El Señor que puso a Pedro al timón del barco de la Iglesia universal, me pone a mí ahora al timón del barco de esta Iglesia milenaria. Me siento pobre como se sentía el apóstol Pedro. Al comprobar las maravillas que ha realizado y realiza el Señor en esta Iglesia, en los creyentes y en mí mismo, y consciente de mi fragilidad, no puedo por menos de confiarme a la benevolencia de su espíritu para que me guíe con su sabiduría, me fortalezca con su vigor y me mantenga generoso en mi entrega total al ministerio que me encarga. Me encomiendo también a la intercesión de Ntra. Sra. de la Majestad, advocación con la que es venerada en esta Catedral la Virgen María, de Santo Toribio, nuestro patrono, y de todos los santos y beatos de nuestra diócesis. Trataré de caminar siguiendo la estela de Cristo, el Buen Pastor, según convenga, delante, en medio y detrás de vosotros, pero nunca sin vosotros. Que el Señor nos mantenga unidos en la fe y en el amor, alimentados y sostenidos por el maravilloso don de la Eucaristía. Que así sea.
+ Jesús, Obispo Electo de Astorga
(18.VII.2020)