SAF – 19 de diciembre de 2015.
A continuación reproducimos la homilía de la toma de posesión de la Diócesis de Astorga de Nuevo Obispo D. Juan Antonio Menéndez.
Queridos hermanos:
Estamos celebrando la eucaristía con la que doy comienzo a mi ministerio pastoral como obispo de la iglesia que peregrina en Astorga. Agradezco la presencia de tantos hermanos en esta Santa Iglesia Apostólica Catedral de Santa María y la de aquellos que se unen a nosotros desde otros lugares con el afecto y la oración.
Agradezco especialmente la presencia del Sr. Nuncio de Su Santidad en España, Mons. Renzo Fratini que ha tenido la gentileza de darme posesión de esta antiquísima Sede asturicense a la que me envía el Santo Padre Francisco a quien manifiesto mi comunión y sincera adhesión a su Magisterio y autoridad como sucesor del apóstol San Pedro.
Doy gracias también al Sr. Cardenal Presidente la Conferencia Episcopal, el Eminentísimo Mons. Ricardo Blazquez y al Sr. Arzobispo Metropolitano, mi querido hermano D. Jesús Sanz Montes de cuyas manos recibí la ordenación episcopal y con el que colaboré estrechamente, primero como vicario y después como obispo auxiliar. Ha sido una hermosa e inolvidable experiencia de comunión y fraternidad episcopal. Quiero agradecer a mi predecesor, Mons. Camilo Lorenzo Iglesias su labor pastoral al frente de esta diócesis que ha dejado tras de sí la huella de un testigo de la fe, humilde, bueno y sencillo. Hago extensivo este agradecimiento a Mons. Marcos Lobato, Administrador Diocesano y entrañable amigo con el que tenido la suerte colaborar durante los diez años de Vicario General de la Archidiócesis de Oviedo. También doy las gracias a los demás arzobispos y obispos y Administradores Diocesanos aquí presentes.
Agradezco a los hermanos sacerdotes de los presbiterios de Astorga, de Oviedo y de otros lugares que os habéis acercado esta mañana para acompañarme, a pesar de vuestras múltiples tareas de fin de semana. Unos me dais la bienvenida y otros me despedís de vuestro presbiterio al que pertenecí treinta y cuatro años.
Me siento muy honrado por la presencia de las autoridades políticas de Castilla-León y del Principado de Asturias así como por el Sr. Alcalde de Astorga y los miembros de la Corporación municipal. Vuestra presencia expresa la necesaria y fluida colaboración que ha de existir entre las instituciones en aras del bien común de los ciudadanos, desde la independencia y el respeto mutuo. Así mismo agradezco a las demás autoridades civiles, académicas y militares su participación en esta celebración.
Mi gratitud se dirige ahora a todo el Pueblo de Dios aquí presente: a los miembros de la vida consagrada, a los seminaristas de Astorga y de Oviedo, a los que habéis preparado la celebración, a todos los fieles y amigos que, desde las distintas comarcas y provincias de la diócesis de Astorga, habéis venido; a los que, a pesar de la fría mañana de invierno, os habéis desplazado desde mi querida tierra asturiana (Oviedo, Gijón, Avilés, Grado, Teverga) y de tantos otros lugares. Especialmente quiero agradecer la presencia de mi padre y de mi familia que siempre se ha mantenido unida por el amor y el respeto mutuo.
Hermanos:
La Palabra de Dios que acabamos de escuchar en la liturgia de esta Tercera Feria Mayor del Adviento nos invita a confiar y esperar en Dios que es grande y misericordioso con los hombres, especialmente con los que sufren la marginación, el descarte social o económico. La madre de Sansón y la madre de Juan el Bautista tenían en común una lacra que pesaba como una losa sobre sus vidas: Eran estériles. Por culpa de esta circunstancia sufrían el oprobio y el desprecio de su familia y de toda la sociedad. Pero Dios se apiadó de ellas y fueron sorprendidas por su acción misericordiosa que hizo fértiles sus vientres no sólo para concebir un hijo cualquiera sino para dar a luz a dos grandes personajes del Pueblo de Israel: Sansón, el último de los Jueces y Juan Bautista, el último de los profetas. Ambos recibieron la bendición de Dios y el Espíritu del Señor para preparar «un pueblo bien dispuesto».
de semana. Unos me dais la bienvenida y otros me despedís de vuestro presbiterio al que pertenecí treinta y cuatro años.
Me siento muy honrado por la presencia de las autoridades políticas de Castilla-León y del Principado de Asturias así como por el Sr. Alcalde de Astorga y los miembros de la Corporación municipal. Vuestra presencia expresa la necesaria y fluida colaboración que ha de existir entre las instituciones en aras del bien común de los ciudadanos, desde la independencia y el respeto mutuo. Así mismo agradezco a las demás autoridades civiles, académicas y militares su participación en esta celebración.
Mi gratitud se dirige ahora a todo el Pueblo de Dios aquí presente: a los miembros de la vida consagrada, a los seminaristas de Astorga y de Oviedo, a los que habéis preparado la celebración, a todos los fieles y amigos que, desde las distintas comarcas y provincias de la diócesis de Astorga, habéis venido; a los que, a pesar de la fría mañana de invierno, os habéis desplazado desde mi querida tierra asturiana (Oviedo, Gijón, Avilés, Grado, Teverga) y de tantos otros lugares. Especialmente quiero agradecer la presencia de mi padre y de mi familia que siempre se ha mantenido unida por el amor y el respeto mutuo.
Hermanos:
La Palabra de Dios que acabamos de escuchar en la liturgia de esta Tercera Feria Mayor del Adviento nos invita a confiar y esperar en Dios que es grande y misericordioso con los hombres, especialmente con los que sufren la marginación, el descarte social o económico. La madre de Sansón y la madre de Juan el Bautista tenían en común una lacra que pesaba como una losa sobre sus vidas: Eran estériles. Por culpa de esta circunstancia sufrían el oprobio y el desprecio de su familia y de toda la sociedad. Pero Dios se apiadó de ellas y fueron sorprendidas por su acción misericordiosa que hizo fértiles sus vientres no sólo para concebir un hijo cualquiera sino para dar a luz a dos grandes personajes del Pueblo de Israel: Sansón, el último de los Jueces y Juan Bautista, el último de los profetas. Ambos recibieron la bendición de Dios y el Espíritu del Señor para preparar «un pueblo bien dispuesto».
La misión del obispo en su diócesis es «preparar un pueblo bien dispuesto» con la ayuda de la gracia de Dios para que salga al encuentro de Cristo que viene a salvarlo, para salir a las encrucijadas de los caminos a proclamar la Buena Nueva de la salvación y acoger en su seno a todos aquellos que están malheridos en el cuerpo o en el espíritu como consecuencia del pecado y del mal. Para realizar esta misión, el obispo, como Sansón y Juan Bautista, recibió la bendición de Dios Padre y la unción del Espíritu el día de su ordenación episcopal. Como nos decía el Papa Francisco a los obispos de nuevo nombramiento reunidos en Roma en el año 2013, el obispo debe «ponerse en camino con los propios fieles y con todos aquellos que se dirigirán a él, compartiendo sus alegrías y esperanzas, dificultades y sufrimientos, como hermano y amigo, pero más aún como padre, que es capaz de escuchar, comprender, ayudar, orientar. El caminar juntos requiere amor, y el nuestro es un servicio de amor» (Discurso del Santo Padre Francisco a los participantes en el Congreso para los obispos de nuevo nombramiento, Roma, 19 de septiembre de 2013) Estas palabras del Papa y todo su discurso serán mi hoja de ruta para actuar entre vosotros: escuchar, comprender, ayudar, orientar, en definitiva, amar.
Al ocupar esta Sede episcopal pienso en todos los obispos que me han precedido. Muchos de ellos han sido declarados santos. Encomiendo mi ministerio episcopal a la intercesión de los santos apóstoles, a santo Toribio y a los demás los obispos santos de esta Sede, a Santa Marta de Astorga y a tantos mártires del pasado y del presente milenio que han dado la vida por Cristo en esta tierra. En ellos encontramos un verdadero estímulo para vivir en esperanza el tiempo presente y «para ser santos e irreprochables ante Dios por el amor» (Ef 1, 3)
Hermanos:
«Aquí estoy para hacer la voluntad de Dios». Estoy convencido que sólo buscando la voluntad de Dios y siguiéndola fielmente, puedo conocer la verdad y actuar con justicia. Buscar la voluntad de Dios significará para mí dedicar mucho tiempo a la oración y meditación de su Palabra y preguntarle qué quieres, Señor, que haga por esta iglesia que peregrina en Astorga. La voz del Señor y de su Espíritu resuena también en vuestras vidas, por eso debo también estar atento para escucharos y tomar vuestro consejo.
«Aquí estoy para entregaros mi vida»; para dedicarme en cuerpo y alma, día y noche a todos y cada uno de los diocesanos. No tengáis reparos en acercaros al obispo a cualquier hora y para cualquier problema. Mi tiempo es vuestro tiempo. Mi vida es para el Señor y para vosotros, especialmente para los pobres y los afligidos por cualquier causa. Soy un hermano que viene a serviros para fortalecer vuestra fe y vuestra esperanza, para amaros de verdad y gozar cómo avanzáis en el amor a Dios y a los hermanos. Mi esperanza y mi gozo serán vuestro progreso espiritual.
«Aquí estoy para ser testigo de la fe en Cristo muerto y resucitado». Como sucesor de los apóstoles estoy llamado a ser el primero en dar testimonio de la fe cristina y confirmaros en la auténtica fe católica. Hoy no es fácil realizar esta tarea en un mundo y en una sociedad cautivada por las más diversas corrientes de opinión que desvirtúan la verdad y porque todos creen tener razón. Ante tanta confusión de ideas, de derechos que no lo son, de compresiones antropológicas falsas o deficientes, necesitamos ser confirmados en la verdad y corregidos en el error. Todos los cristianos hemos de mirar a Cristo que es el camino, la verdad y la vida para asumir en nuestra vida los sentimientos de su Corazón manso y humilde. Me gustaría que todos, pero especialmente los sacerdotes, vierais en mi vida de obispo el fiel reflejo del Señor, buen pastor, testigo fiel y valiente de la verdad y siervo de Dios y de los hombres.
«Aquí estoy como un ciudadano más»; un vecino más de esta antiquísima ciudad de Astorga. Me siento muy orgulloso de ser un astorgano asturiano. Desde aquí me sentiré también muy cerca de todas las zonas de la diócesis: de los que vivís en el Bierzo y veneráis con devoción y cariño a la Virgen de la Encina; «das persoas que viven nas máis de duascentas parroquias desta diocese, na provincia galega de Ourense»; de los que en la provincia de Zamora y en los pueblos cercanos a Astorga miráis desde hace muchos siglos hacia las torres de esta Santa Iglesia Catedral de Santa María como la Iglesia madre de vuestros templos. A todos os prometo estar muy cercano para compartir los gozos y las angustias de vuestros pueblos y ciudades; para colaborar con vuestras autoridades en la consecución del bien común, el progreso, la justicia y la paz.
La eucaristía revela la grandeza de Dios para con los hombres pues en ella Cristo está realmente presente bajo las especies del pan y del vino para hacer prósperas las obras de nuestras manos; para acompañarnos en las dificultades y para sanar las heridas que el pecado dejó en nuestras almas. Acojamos con amor, con fe, con respeto y humildad al Señor como lo hizo la Santísima Virgen María cuando respondió al ángel Gabriel: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra».
+ Juan Antonio, obispo de Astorga