almeida – 04 de marzo de 2016.
Aquel iba a ser su primer camino. Antes de iniciar su proyecto había tratado de informarse de todas las adversidades que se iba a encontrar en la ruta y todas le parecían salvables, los contratiempos que fueran surgiendo los iría solucionando según se presentaran. Lo que más le preocupaba a Carlos era la soledad con la que se iba a encontrar. No había encontrado a ningún compañero que fuera con él y eso le preocupaba, no estaba acostumbrado a pasar tanto tiempo solo porque era una persona muy extrovertida y le gustaba estar acompañado en cada momento.
Nada más comenzar a caminar, antes de una hora ya había conocido a una pareja de peregrinos con los que caminó toda la jornada y compartió con ellos la nueva experiencia que estaban teniendo. Cuando llegaron al albergue se les unieron tres peregrinos más con los que compartieron la cena y otras muchas cosas que se van transmitiendo cuando abres tu corazón a los demás.
Al día siguiente, salieron los seis juntos y acordaron finalizar en el mismo sitio, si alguno se retrasaba, le esperarían en el albergue e irían juntos a visitar el pueblo y también cenarían juntos.
Enseguida Carlos se dio cuenta que no iba a estar solo en el camino, lo había leído en numerosas ocasiones a otros peregrinos que se habían aventurado como él a hacer solo este recorrido, pero nunca pensó que fuera tan sencillo establecer esa relación que estaba teniendo.
Antes de llegar a Burgos, el grupo ya estaba formado por diez peregrinos que comenzaban juntos cada jornada y se reunían al final de la misma y pasaban mucho tiempo juntos compartiéndolo todo, sobre todo esas experiencias que cada uno sentía según estaban caminando, principalmente en los momentos en los que voluntariamente buscaban la soledad.
Daba la impresión que se conocieran de toda la vida y que hubieran comenzado esta aventura juntos. En ocasiones eran la envidia de los demás peregrinos que coincidían con ellos cuando observaban la familiaridad con la que el grupo se trataba y aunque ellos nunca vetaron la incorporación de nuevos miembros, era tal la amistad que se observaba desde el exterior que nadie quiso integrarse ya que tenían la impresión que podían desentonar.
Únicamente en León, una pareja de peregrinos que comenzaban allí su camino y se encontraban desprotegidos y solos, se unieron al grupo y ya no lo dejaron hasta llegar al final de su camino. Ahora eran doce los integrantes del grupo y se entendían a la perfección. Únicamente un día tuvieron un contratiempo, fue cuando la mayoría había llegado ya al albergue y se habían acomodado y los tres más rezagados llegaron cuando el albergue se encontraba lleno y no contaron con una litera para poder descansar. Como no deseaban separarse ya que estaban a solo tres días de culminar su objetivo, los nueve que habían llegado antes decidieron recoger las cosas que estaban sobre la cama y se fueron todos hasta el siguiente pueblo que estaba a cinco kilómetros y contaba con un albergue más grande donde acogieron a todo el grupo.
Según la planificación que llevaban, el día antes de culminar su aventura, llegaron a Arzua, estaban a solo cuarenta kilómetros de Santiago y tenían ya la meta al alcance de la mano.
Mientras cenaban en el restaurante Mandala, planificaron cómo harían lo que les quedaba para finalizar y surgieron las desavenencias. Unos eran partidarios de hacer dos etapas de veinte kilómetros, llegarían hasta Pedrouzo y al día siguiente podrían entrar en Santiago antes que se celebrara la misa del peregrino. Pero algunos tenían ya el tiempo muy justo y debían regresar a su trabajo ya que no disponían de más días, por lo que eran partidarios de llegar desde allí hasta Santiago, era una etapa bastante larga pero no les quedaba más remedio que hacerlo de esta manera.
Existía otra posibilidad y era que cada uno hiciera lo que les quedaba de camino en función de sus posibilidades de tal forma que esa podía ser la última noche que estarían juntos.
-¡De ninguna manera! – dijo Carlos – hasta ahora hemos estado haciendo juntos cada una de las etapas del camino y cuando ya vamos a culminar nuestro objetivo no veo bien que nos separemos, tenemos que llegar juntos, si algunos no disponen de más días, haremos mañana la etapa hasta Santiago y nos despediremos una vez que veamos que todos lo hemos conseguido.
Se produjo un debate y todos estuvieron de acuerdo que la propuesta que había hecho Carlos era la más sensata, aunque hubo algunas dudas que todos la pudieran terminar ya que eran muchos kilómetros y ningún día habían recorrido una distancia tan larga.
Al día siguiente, se levantaron antes que de costumbre y comenzaron a caminar en la oscuridad de la noche, cuando amaneció llevaban hora y media caminando. Los que se encontraban con más fuerzas, fueron cargando en sus mochilas parte del peso de los que más renqueaban y hacia la mitad de la etapa, comieron juntos y decidieron ir cada uno a su ritmo ya que si no lo hacían de esa forma, podían no ver cumplido su objetivo.
Para algunos fue una etapa terrible, ni las jornadas con más dificultades por los duros ascensos que debieron realizar les resultó tan complicada, pero la fe por llegar, fue animando a todos y sacando fuerzas de donde ya no las tenían.
Los primeros llegaron a las seis a la Plaza del Obradoiro, fueron Carlos y la pareja que se les unió en León. Dejaron sus mochilas en el centro de la plaza y allí fueron esperando al resto del grupo que fue llegando de forma escalonada.
Cada vez que veían acceder a un nuevo integrante del grupo, le recibían con mucho jubilo y se apresuraban a ir a su encuentro y antes de quitarles sus mochilas se fundían en un gran abrazo. Así fueron haciendo hasta que llegó dos horas más tarde la última pareja. Cuando se juntaron todos en el centro de la plaza, se abrazaron y lloraron, lo habían conseguido y lo que era más importante todos podían disfrutar juntos de la proeza que acababan de realizar. En ese momento sellaron una amistad que fue creciendo los días que estuvieron juntos y que mantendrían el resto de sus vidas.