La tradición, nos permite conservar algunos utensilios, que por haberlos visto siempre a nuestro alrededor, apenas les damos importancia porque llegamos a imaginarnos que siempre han estado ahí.
Zamora, una tierra de tradiciones, de cultura y de costumbres muy arraigadas, que tiene en la artesanía popular un elemento diferenciador, porque siempre ha estado ligada a la vida y a las costumbres de sus gentes que han sabido obtener el mayor rendimiento de las cosas y utensilios más sencillos que el tiempo ha sabido proporcionarnos.
Contamos con unas zonas muy diferenciadas en las que la tierra lo daba todo, además de ser la despensa de los animales domésticos tan necesarios en una época de precariedad y proporcionarnos el cultivo necesario para su sustento, también hemos sabido extraer de ella aquellos elementos tan necesarios para poder transformar y elaborar, lo que la misma tierra nos proporcionaba para el nuestro.
Otra zona importante, se encuentra en la comarca de Aliste con gran influencia sobre las tierras tabaresas, poblaciones como Arcillera o Fornillos, deben su nombre a lo que en ellas se producía para las necesidades diarias de las casas que había en cada pueblo, pero sin duda, fue en Moveros, donde los antiguos cacharreros, esos artesanos que sabían como nadie moldear el barro de la tierra dándole formas tan útiles para las necesidades diarias, donde el arte de la alfarería alcanzó unas cuotas muy significativas, convirtiéndoles en un referente de ese arte milenario.
Son muchos los utensilios que nos ha legado los alfareros alistanos, porque ellos sabían como nadie, las necesidades que tenía cada día la población que requería lo que ellos pacientemente con sus manos sabían elaborar y después de confeccionados, los hornos le daban esa consistencia que los hacía perdurables en el tiempo.
Uno de esos utensilios que podemos considerar como nuestros, es el Anafre, un recipiente que hace no mucho tiempo se podía encontrar en cada casa y las nuevas tecnologías lo han relegado a ese elemento meramente ornamental
Pero aquellos que saben disfrutar de una buena gastronomía elaborada con una calma que necesitan los alimentos para ir compartiendo todo lo que contienen, no dudan en utilizar lo que la sabiduría del tiempo nos ha legado y quienes disfrutan de un guiso elaborado en uno de estos utensilios, sabe que en cada cucharada que introduce en la boca, las pupilas gustativas van desgranando parte de la esencia de esa cultura y buen saber centenarios
El Anafre es un hornillo elaborado frecuentemente en barro, generalmente ese barro refractario que también sabe transmitir el calor que ha concentrado mientras las brasas ardían en su interior. Cuenta con dos asas laterales que sirven para moverlo de un lado a otro y una abertura también lateral o superior en la que se van introduciendo las brasas y las ascuas que producían en la chimenea los troncos de roble o encina.
Sobre este utensilio, una vez que el barro adquiría la temperatura necesaria, se colocaba una marmita también de barro con tapadera y el calor se iba traspasando del Anafre al recipiente colocado sobre el, que contenía las viandas que se querían elaborar.
Las referencias a este utensilio tan tradicional en la mayoría de las casas de los pequeños pueblos, es tan antigua que se pierde en el tiempo. Algunos aseguran que su procedencia se remonta a la época romana y que su nombre deriva de la palabra latina Anaphus, otros lo atribuyen a la dominación árabe, ya que en el museo de Medina Azahara, se conserva del siglo X un utensilio similar al que se denomina Annafih.
Para nuestros mayores y también para algunos que saben saborear y deleitarse con la buena cocina elaborada con mucha paciencia, el Anafre sigue siendo un utensilio que conserva la más antigua de nuestras tradiciones y representa una de esas cosas nuestras, que además de disfrutar, debemos también conservar.
En estos casos, cuando hablamos de gastronomía es importante hablar sobre lo que se conoce o se ha probado y Santi, un amigo amante de las tradiciones y que además ha adquirido un Anafre, ha sido el anfitrión perfecto para elaborar uno de los ricos platos de esta tierra, el botillo leonés.
El botillo se confecciona con las piezas troceadas del cerdo que se condimentan con sabiduría empleando para ello las mejores especias que se producen en estos pueblos, ese pimentón que tanta fama proporciona al embutido zamorano y algunas hierbas que se producen en nuestros montes y dejamos a criterio de cada elaborador. Una vez que se ha aliñado la carne, se embucha en el ciego del cerdo, una tripa muy característica de este animal y se cuelga para que con el humo que desprende la chimenea, vaya ahumándose y quede semi-curado.
Cada maestrillo dicen que tiene su librillo, pero para Santi, su botillo además de la pieza antes indicada, añade en el interior de la marmita unas berzas que se producen en la tierra de Tábara y unos chorizos de esta tierra y añade unas patatas que por estas fechas van saliendo en las huertas y unos garbanzos de Fuentesauco, todo ello lo cubre con agua y deja que el fuego vaya haciendo esa magia que produce lo bien hecho.
Transcurridas unas tres horas, dependiendo del tamaño de la pieza introducida, tiempo suficiente en el que el calor ha ido mezclando cada uno de los sabores de los ingredientes introducidos en el puchero, es el momento de ir comprobando lo que este sencillo y tradicional utensilio es capaz de proporcionar a unos alimentos tan básicos, como los que durante tanto tiempo han alimentado a nuestra gente.
Invitamos a quienes lean este artículo, a saber apreciar la calidad de las cosas buenas que podemos llegar a elaborar con lo que siempre hemos tenido a mano y que de alguna forma ha conseguido diferenciarnos.