almeida – 25 de junio de 2015.
Michelle estaba sintiendo cómo se ahogaba cada día que pasaba en esa monotonía que se había llegado a crear a su alrededor. Cuando imaginaba que tenía todo lo que deseaba en su vida, comenzó a darse cuenta que la persona a la que había elegido para compartirlo todo,
no entendía muchas de las cosas que ella le contaba y eso le llevaba a cuestionarse si su vida la había enfocado por el camino correcto o, como le había ocurrido en otras ocasiones, se había confundido nuevamente y necesitaba darle otro rumbo.
Estas dudas que no se alejaban de su cabeza, hicieron que según pasaban los días, fueran creciendo hasta que llegó ese momento en el que habían ocupado la mayor parte del espacio de su mente y cada vez que pensaba en alguna cosa, aunque nada tuviera que ver, sus pensamientos, siempre iban a esa situación incómoda y molesta por la que estaba pasando.
Algunas amigas, le habían hablado de un camino que algunos recorrían en otro país, le decían que era la mejor terapia para esas situaciones a la que se podía recurrir. Muchos de quienes lo habían recorrido, encontraban en él esas respuestas que tanto necesitaban.
Michelle, pensó que no perdía nada por intentarlo, necesitaba ese mes de soledad para reflexionar sobre el rumbo que le estaba dando a su vida y se lo planteo a su pareja quien creyó que esa separación de un mes, le vendría muy bien no solo a Michelle, también a él le sentaría bien para reflexionar sobre lo que estaba haciendo que la confianza que antes había entre los dos, se estuviera diluyendo sin ninguna explicación.
Cuando Michelle puso la mochila sobre sus espaldas, se sentía un tanto extraña, no estaba acostumbrada a ella, pero nada más llegar a los Pirineos y mezclarse con docenas de peregrinos, enseguida se olvidó de ello, era una más entre aquellas muchas personas.
No obstante, seguía sintiéndose diferente, aquellas personas con las que se encontraba, parecían tan alegres, se veía en sus ojos un brillo especial que estaba convencida que no podría ocultar lo que se encerraba en el interior de su alma, aquella pena que sentía, por mucho que tratara de ocultarla, le sería imposible hacerlo y la delataría entre los demás peregrinos.
Pero, Michelle, que era una mujer extrovertida, enseguida comenzó a relacionarse con los que ese día comenzaban su camino y poco a poco fue dándose cuenta que había personas que llevaban una mochila más pesada que la que ella llevaba. Según iba relacionándose con los que se convertirían en sus compañeros de camino, fue conociendo algunas historias que empequeñecían su problema. Entre esas personas de mirada limpia y transparente, había algunos dramas que ella llegó a pensar que difícilmente podría sobrellevarlos y se dio cuenta enseguida que cada uno lleva su carga y que nadie puede llevar la de los demás, porque en muchas ocasiones se vería incapaz de sobrellevarla.
Eso hizo que Michelle enseguida se fuera olvidando de lo que la había llevado hasta allí y fue disfrutando de cada uno de los instantes que pasaba sobre el camino y sobre todo fue asimilando cada una de las cosas que el Camino le tenía reservado.
Sin darse cuenta, comprendió que una de las cosas que le habían contado del Camino la estaba experimentando en sí misma. Disponía de mucho tiempo caminando en soledad y fue analizando el problema que le había llevado hasta aquel lugar y de forma casi involuntaria todas las respuestas que esperaba encontrar fueron apareciendo cada jornada, sin tener que buscarlas, porque se encontraban en su interior. A veces en la alegría de los pájaros por la mañana o en la belleza de las flores, encontraba esas respuestas, porque en cada cosa buscaba lo positivo que había en ellas y las trasladaba a su situación personal encontrando enseguida la manera que cada uno de los problemas y de las dudas, tuviera esa forma razonable de poder afrontarlas.
Como le habían dicho, el camino estaba siendo mágico. Se dio cuenta a los pocos días de estar recorriéndolo cuando una mañana en el baño de uno de los albergues se miró al espejo y vio reflejada en sus ojos esa mirada que había visto en los peregrinos cuando llegó al lugar que había elegido como punto de salida.
Ahora se encontraba feliz y cuando hablaba por teléfono con su compañero, éste también percibió enseguida el cambio que se había producido en Michelle y se sintió contento porque a través del teléfono, aquella voz, le sonaba como la que un día no tan lejano le cautivó.
Michelle, no sólo disfrutó de cada una de las jornadas que pasó en aquel Camino, también se convenció que la carga con la que lo había comenzado, había desaparecido por completo, ahora estaba convencida que podría afrontar de nuevo los problemas que habían enfriado esa relación con su pareja.
Desgraciadamente, los días que disponía de vacaciones llegaban a su fin y cuando llegó a Astorga, tuvo que despedirse de quienes habían sido su apoyo desde que comenzó su camino y no podría llegar con ellos a la meta. Pero tampoco le importaba mucho, lo haría con su compañero, le hablaría de todo lo que había sentido mientras caminaba y las jornadas que le quedaban para llegar a la meta soñada, las recorrería con el hombre de sus sueños.
Cuando regresó a su casa, se sentía una mujer nueva, ahora estaba convencida que no habría nada que no pudiera afrontar como lo había hecho en los momentos difíciles en el Camino y fue compartiendo con su compañero todas y cada una de las sensaciones que había tenido en el Camino.
Éste, al ver la pasión con la que contaba cada una de las anécdotas que ella le describía, fue emocionándose también con cada una de las cosas que Michelle le decía y cuando le propuso completar juntos el Camino al año siguiente, donde ella lo había dejado, él asintió, sabía que con ello Michelle se sentiría feliz y le gustaba verla así, era como siempre la recordaba antes de sentir ese demonio invisible que los había estado alejando.
Fueron haciendo planes para disfrutar de esa parte del Camino que a Michelle le quedaba por recorrer, serían dos semanas juntos que para los dos, suponía una quincena muy especial.
Como Michelle disponía de un mes completo de vacaciones y su compañero únicamente tenía quince días, Michelle, a quien ya se le había introducido en su cuerpo la magia del Camino, no quería desaprovechar aquellos quince días que podía estar recorriéndolo y fue haciendo la planificación para esas vacaciones.
Ella comenzaría en Zamora recorriendo el Camino Sanabrés y cuando llegara a Santiago, retrocedería en autobús hasta Astorga donde se encontraría con su compañero y culminarían juntos ese sueño que se había estado gestando durante el último año.
A él, le pareció bien la propuesta de Michelle, aunque ella ya no le veía tan entusiasmado como cuando fueron haciendo los planes, pero pensó que serían solo imaginaciones porque todavía no podía sentir como ella esa energía que proporciona el Camino a los peregrinos.
Cuando Michelle llegó a Zamora, al sentir de nuevo sus pies en el camino, sintió esa transformación que los peregrinos experimentan. Pero al hablar con su compañero, lo sintió lejano y frío y este distanciamiento comenzó a preocuparla. Seguro que cuando él llegara y sintiera lo que ella sentía, todas las dudas que había en su cabeza irían desapareciendo.
Pero no fue así, cada día, al terminar la jornada, le llamaba por teléfono y algo en su interior la decía que de nuevo el distanciamiento del año anterior se estaba haciendo patente.
Michelle, a los dos o tres días de Camino coincidió en un albergue con Juan y Jesús, eran dos peregrinos añejos, de esos que llevan la mayor parte en su vida en el camino y de los que se aprende cada uno de los momentos que pasas a su lado.
Los dos peregrinos, acogieron a la joven como si hubieran compartido con ella los últimos caminos. Eran veteranos y se dieron cuenta que Michelle llevaba esa mochila pesada que se tiene a veces en la mente y si no se deja el exceso de carga pronto, se convierte en una losa que te impide caminar, por lo que sus consejos cuando la encontraban decaída, animaban un poco a la peregrina, pero no conseguían alejar los fantasmas que se habían alojado en su mente.
Cuando habían pasado Sanabria, una mañana Jesús escuchó como la joven hablaba por teléfono con su compañero y por lo que pudo deducir de lo que estaba oyendo, los planes que Michelle les había comentado no iban a poderse cumplir. Interpretó por las palabras que estaba escuchando que el compañero de Michelle le estaba poniendo todo tipo de excusas para no desplazarse hasta el lugar en el que los dos habían quedado en encontrarse y ella daba por zanjada la relación si él mantenía su decisión.
Minutos después, los ojos vidriosos de la joven ratificaban todo lo que Jesús había creído escuchar, únicamente se limitó a darle un abrazo y como peregrino experto que sabe que en estas situaciones lo mejor es la soledad, le dijo a Michelle, que ellos se adelantaban y que si les necesitaba les llamara por teléfono y los dos irían a su encuentro.
Michelle agradeció este gesto del peregrino, porque ese día, lo que más necesitaba era estar sola, reflexionar y meditar sobre lo que había ocurrido un año antes, el camino le hiciera ver la respuesta a tantas dudas que ahora se acumulaban en su mente.
Esa fue seguramente la peor etapa que Michelle pasó en el camino. Las lágrimas parecía que nunca agotaban el manantial en el que nacían y constantemente se pasó gran parte de la etapa llorando por la contrariedad que había tenido que presentarse cuando era menos oportuna.
Estaba resultando una jornada excesivamente calurosa y con las contrariedades que se habían producido, la joven, no había previsto la etapa como lo hacía habitualmente. Enseguida se dio cuenta del error que había cometido cuando necesitó reponer líquidos y vio que su botella de agua se encontraba vacía.
Afortunadamente en la jornada se iba a encontrar varios pueblos y en alguno de ellos podría proveerse de agua, pero ya casi todo le daba igual, incluso en un momento, llegó a pensar que morir de sed en aquellas circunstancias no hubiera resultado tan desastroso.
Seguramente la falta de líquidos que había en el cuerpo de Michelle, más que por el fruto de la deshidratación, fue por la cantidad de lágrimas que ese día se habían derramado por sus mejillas.
Afortunadamente para ella, era una jornada en la que no había tenido que ir con nadie. Estaba caminando sola y eso era lo mejor para el estado en el que se encontraba, no soportaría la presencia de alguien a su lado que le impidiera echar fuera con toda la libertad del mundo la rabia que se había ido acumulando en su cuerpo.
Cuando llegó a uno de los pequeños pueblos por los que pasa el camino, Michelle buscó una fuente donde poder reponer los líquidos que había perdido y rellenar la botella. Se encontraba ya cerca de las últimas casas y no había visto ninguna, por lo que preguntó a dos ancianas que se encontraban sentadas al sol y una de ellas le indicó un sendero apartado que no se veía y a unas docenas de metros se encontraría una fuente.
Como le habían asegurado las señoras, el agua de la fuente, procedía de un manantial estupendo, el agua era fresca y cristalina. Michelle, antes de saciar la sed que llevaba, junto sus manos y dejó que en ellas se depositara una buena cantidad de agua que llevó a su cara, necesitaba más que nada, enjuagar aquellas lágrimas que habían estado resbalando por sus mejillas, sólo entonces puso sus labios sobre el caño y sorbió esa agua fresca y cristalina que manaba sin cesar.
Aquel paraje, aislado del camino en medio de una abundante vegetación, le pareció a Michelle el lugar ideal para hacer un descanso. Se tumbaría al lado de la fuente escuchando el gorgoteo con el que el agua caía, mientras intentaba dejar en blanco su mente para que al menos descansara durante algunos minutos.
Michelle, por momentos, se imaginó que se encontraba en la gloria, el silencio únicamente roto por el caudal del manantial y el piar de algunos pajarillos que también se acechaban hasta allí para saciar su sed, le permitió por algunos segundos dejar su mente completamente en blanco.
Se imaginó encontrarse en un oasis de paz y tranquilidad que era lo que más necesitaba en esos momentos. Al estar el lugar apartado del camino y la fuente sin señalizar, podría pasar allí el tiempo que necesitaba sin que nadie la molestara, hasta pensó en pasar allí el resto de la jornada, porque en esos momentos, querría aislarse del resto del mundo.
Cuando se encontraba más tranquila, escuchó unos pasos que se acercaban hacia donde se encontraba y se imaginó a una de las dos señoras que le habían indicado donde se encontraba la fuente, seguramente al no verla salir se hubiera imaginado que se había perdido o que le había ocurrido algo, pero Michelle siguió en la postura en la que se encontraba tan a gusto y no abrió los ojos.
-¡Hello!
Aquella voz grave y desconocida la hizo salir del recogimiento en el que estaba y con desagrado vio delante de ella a un peregrino. Por su forma de hablar, parecía inglés. Ella hizo una mueca de desagrado por aquella interrupción del estado placentero en el que se encontraba y no respondió al saludo que el recién llegado la estaba haciendo.
El peregrino se interesó por su estado, pero ella no tenía ganas de conversación y menos todavía deseaba la compañía de un desconocido por lo que se apresuró a recoger sus cosas con la intención de alejarse cuanto antes de aquel lugar y sobre todo de la persona que la había importunado.
Michelle, ni tan siquiera se molestó en calzarse las zapatillas que llevaba para caminar, introdujo sus pies en unas sandalias que utilizaba en los momentos de descanso y puso su mochila sobre sus espaldas para alejarse de aquel lugar.
El peregrino, reparó que una de las zapatillas que estaba sujeta con una cuerda, con el ímpetu de calzarse se había roto y le ofreció a Michelle un cordón para poder sujetarla y ella no pudo negarse a este ofrecimiento porque tampoco podía caminar con la zapatilla en las condiciones en las que se encontraba.
Buscó en su mochila y sacó un par de cordones de zapatillas que se los ofreció a Michelle y ésta, ató con uno de ellos la zapatilla y abandonó un tanto apresurada aquel lugar.
Mientras salía de aquel frondoso lugar para incorporarse de nuevo al camino, iba preguntándose como aquel peregrino había descubierto la fuente que pasaba desapercibida para todos los peregrinos porque no había ninguna señal que indicara su ubicación.
Cuando llevaba recorrido más de un kilómetro desde que dejó al peregrino, sonó su teléfono y se detuvo ante un cruceiro en el que en una de las caras de la cruz estaba la imagen de Jesucristo. Apoyada sobre la base, respondió la llamada, era de los peregrinos con los que estaba haciendo el camino, Jesús se había preocupado por el estado en el que la había dejado y como ya era tarde y no llegaba al albergue donde la esperaban, Juan y él se estaban impacientando y sobre todo se encontraban bastante preocupados.
Por el rabillo del ojo, Michelle, se percató que el peregrino que había dejado en la fuente se encontraba a una docena de metros de ella. Era también un peregrino veterano que nada más verla se había percatado que no se encontraba bien y por eso la seguía a cierta distancia por si en un momento determinado necesitaba alguna cosa.
-Sí voy bien, respondió Michelle a la llamada que se interesaba por ella.
El peregrino observaba a la joven que estaba hablando, pero desde el lugar en el que se encontraba no podía ver el móvil y se extrañó de verla hablando sin que hubiera nadie por los alrededores.
-No te preocupes Jesús, voy bien y enseguida llego – dijo de nuevo Michelle.
El peregrino al escuchar el nombre de Jesús y ver a Michelle mirando la imagen del Cruceiro, pensó que la joven había perdido el juicio y se encontraba hablando con la imagen de piedra. Se detuvo esperando ver cuál era la siguiente reacción de aquella extraña peregrina.
Michelle, al ver la expresión del peregrino y al darse cuenta de lo que éste había interpretado, comenzó a reírse, y por gestos le mostró el teléfono para que viera que no había perdido el juicio y se encontraba hablando con la piedra.
También el peregrino al darse cuenta de su error comenzó a reírse y esta situación rompió esa frialdad inicial del primer momento.
Recorrieron juntos el último tramo que les separaba del albergue y cuando llegaron se encontraron en la puerta a Juan y a Jesús que en compañía de la mujer que regentaba el albergue esperaban impacientes y algo preocupados la llegada de la peregrina.
La mujer que estaba al corriente del estado de ánimo de Michelle, salió a su encuentro y la recibió como esa madre que espera la llegada de la hija prodiga.
-¡Ayudarla con la mochila! – gritó la mujer a los dos compañeros de Camino de Michelle que no se habían movido de la puerta.
Cuando estuvieron dentro del albergue, la mujer, le había preparado una bebida refrescante que aunque Michelle no quería tomar, no tuvo más remedio que hacerlo ante la insistencia de aquella “madre ocasional” que le había salido ese día.
-¡Y para dormir, no vas a dormir con los peregrinos, para ti, la habitación que está reservada para los minusválidos que se encuentra vacía y allí estarás mejor y para ti también! – dijo mirando al peregrino que acompañaba esos últimos metros a Michelle.
-De verdad que no…-trató de decir Michelle.
-¡Tu, a callar, aquí se hace lo que yo digo! Afirmó con rotundidad la señora.
-Pero yo no señora – dijo el inglés – yo voy al cuarto con los peregrinos.
-¡Tú con ella!, que para eso la has ayudado a llegar – zanjó la mujer sin opción a réplica.
Michelle, se encontraba un tanto incomoda con aquella situación, ella prefería estar con sus compañeros de Camino, con los que había recorrido varias jornadas, en lugar de hacerlo con aquel desconocido que acababa de conocer, pero no se atrevió a contradecir a la señora.
Los días que quedaban de camino, entre Michelle y el peregrino fue naciendo un sentimiento especial que se convirtió en un apasionado amor que le hizo olvidarse del desplante que su compañero le había producido y sobre todo, la hizo disfrutar como había soñado de los restantes días de camino y de su llegada a esa meta soñada de los peregrinos que es Santiago.
Pasado el tiempo, se dio cuenta de ese dicho que había escuchado en alguna ocasión, “lo que tenga que ser, será” y sobre todo pensó muchas veces en la psicología que en ocasiones la gente sencilla llega a tener. Aquella mujer del albergue ya se percató de algo que ni los propios afectados habían llegado a ver.