almeida – 3 de noviembre de 2016.
Siempre que me encuentro en un albergue, obvio decir que de donativo, ya que en los únicos que voy a colaborar con mi tiempo, es en aquellos que se mantienen con los donativos que dejan los peregrinos.
Después de informar de los servicios y de las normas de funcionamiento del albergue, les digo que por todo ello no se les va a cobrar nada, son ellos los que tienen que contribuir a su mantenimiento con el donativo que dejen. Entonces, les explico que “donativo” no significa que es gratis y por eso no tienen que dejar nada ya que los servicios que van a utilizar (agua, luz, gas, lejía, jabón, papel, productos para el desayuno y un interminable número de cosas más), hay que comprarlos para que ellos puedan disfrutar de las comodidades que van a tener. Pero da la sensación que en ese momento se retraen y se relajan, porque como no se cobra, no tienen la obligación de contribuir con nada, ya lo harán otros por ellos y si no que lo haga la asociación o el ayuntamiento.
Creo que no son conscientes que con esta actitud, lo único que consiguen es que los servicios vayan desapareciendo porque cuesta mucho dinero y esfuerzo mantenerlos. No sigue adelante solo con la buena voluntad de quienes se implican para que los peregrinos dispongan de ese lugar específico donde descansar y de esa forma el camino siga vivo sabiendo que van a contar con un techo que les dé cobijo, una ducha de agua caliente y un lecho sobre el que descansar, cuando no cuentan con más servicios como un café y unas galletas para desayunar o una cena caliente para reponer fuerzas.
Resulta vergonzoso comprobar cómo en un albergue confortable, limpio, donde hay un hospitalero para atender las necesidades de los peregrinos y además se les da un buen desayuno por las mañanas, comprobar que la media de los donativos que dejan sea de poco más de dos euros, menos de lo que les hubiera costado desayunar en cualquier bar que tuvieran que hacerlo.
Me ocurrió un caso curioso cuando le estaba comentando a una peregrina extrajera que el albergue cerraba sus puertas a las diez de la noche, para que me comprendiera mejor, abrí las dos manos mostrando todos los dedos y exclamando ¡a las diez!, en ese momento entró por la puerta otro peregrino, también extranjero y al verme insistiendo con el número diez, se imaginó que era lo que le iba a cobrar en el albergue y esperó que terminara de registrar a la peregrina, mientras fue sacando de su riñonera la credencial y un billete de diez euros y esperó a que le llegara su turno.
Cuando le registré a él, al decirle que el albergue se mantenía con los donativos de los peregrinos, volvió a guardar el billete en su cartera y dijo que después dejaría el donativo.
Mientras permaneció en el albergue, no le volví a ver acercarse en ningún momento a la caja en la que se recogían los donativos.
Ese día me volví a acordar de la máxima que siempre me he planteado, que en ese mismo instante que llegue a preocuparme lo que dejan los peregrinos de donativo, será el momento que tendré que replantearme si sirvo como hospitalero voluntario. Pero no por eso dejaré de sentir pena por esos peregrinos que desean todas las comodidades cuando hacen el camino y a la vez están contribuyendo a que los albergues que se han montado con mucha ilusión comiencen a ser precarios y algunos vayan desapareciendo al tener que cerrar sus puertas y no puedan seguir dando servicio a los peregrinos.