almeida – 23 de agosto de 2014.

El último día que me encontraba en Santuario, le pedí al Maestro que pensara en los tres casos que más le habían impactado de entre los peregrinos que, en los años que estaba allí, habían llegado hasta Santuario.

Él se quedó pensando unos minutos y me dijo que eran muchas las situaciones en las que se había llegado a emocionar y seguramente varias de ellas ya me las había contado, pero trataría de recordar algunos de esos casos que de vez en cuando venían a su mente, aunque reducirlo a tres casos únicamente era simplificar mucho los años de experiencia que él llevaba atendiendo a los peregrinos y me los iría contando según vinieran a su mente y luego yo seleccionaría los que más me interesaran,

En una ocasión tuvo que dar consuelo a una peregrina que estaba haciendo el Camino tratando de aliviar las penas que llevaba y solo en el Camino podía sentir esa paz que la permitiría seguir adelante, ya que de no estar en él, seguramente hubiera dejado de existir.

No llegaba a comprender como su hija en la flor de la vida, con 18 años, no quiso seguir viviendo. Ella trataba de buscar los motivos que la habían impulsado a hacer lo que un día hizo, pero no conseguía encontrar respuestas a todas las preguntas que venían a su mente.

En ocasiones, como ese día que estaba en Santuario, encontraba a una persona como el Maestro que sabía escucharla, entonces se desahogaba sacando todo lo que se iba acumulando en su interior y durante unos días se sentía algo más reconfortada.

Pero cuando el resquemor y la amargura volvían de nuevo a crear ese poso de bilis en su interior, la peregrina lo único que pedía era que el señor se apiadara de ella y la permitiera de una vez poder descansar en paz.

Pasó hacía mucho tiempo por Santuario y lo hizo en dos ocasiones, pero llevaba ya muchos años sin saber nada de ella, algunas veces llegó a pensar que sus ruegos habían tenido alguien que los había escuchado y por fin podía descansar en paz.

En otra ocasión, un peregrino ateo se encontraba cerca de Santuario haciendo el Camino. Estaba cerca de un barranco contemplando el río que se encontraba a media docena de metros debajo de sus pies, cuando el terreno cedió y se precipitó hacia el abismo.

Tuvo la mala suerte que al caer se golpeó la cabeza con una piedra y sufrió un fuerte traumatismo craneal. Algún peregrino que presenció la escena fue corriendo a avisar al Maestro y este llamó a una ambulancia y los servicios sanitarios lo llevaron de inmediato al hospital más cercano.

El golpe había sido muy fuerte y había producido una hemorragia interna y los médicos tenían serias dudas de que pudiera salvar la vida.

Como el peregrino no tenía a nadie a su lado, el Maestro se quedó dos noches haciéndole compañía hasta que recobró el conocimiento.

Fue el Maestro el que le comunicó lo que le había pasado y como su gravedad era extrema ya que las lesiones de su cabeza eran muy importantes.

El peregrino solicitó al Maestro que llamara a un sacerdote para ser bautizado por el artículo mortis y el Maestro fue testigo de esta incursión a la religión que él profesaba de una persona que jamás llegó a pensar que en el Camino pudiera cambiar de aquella manera hasta convertirse al cristianismo.

Los doce días que pasó en el hospital contó en todo momento con la compañía del Maestro, cuando se recuperó y le dieron el alta, el Maestro le llevó hasta Santuario para que pasara unos días con él y, según confesaba, fue muy emocionante como le iba enseñando algunos de los acontecimientos más importantes en la historia de la nueva religión que ahora profesaba.

Otra situación que conmovió mucho al Maestro fue cuando vio llegar a un peregrino hasta Santuario que se encontraba parapléjico.

Tuvieron que habilitar para el peregrino el cuarto en el que se recibía a los que accedían a Santuario, porque en las plantas superiores resultaba muy complicado subir la silla de ruedas por las escaleras.

Años atrás, había sufrido un accidente que le dejó postrado en aquella situación, pero era una persona decidida y fuerte y sobre todo tenía una voluntad férrea que le hacía alcanzar todos los objetivos que se proponía.

Un día comentó que quería hacer el Camino de Santiago y pensaron que estaba bromeando, pero él se había documentado, disponía de información de otras personas que en su misma situación lo habían realizado y como no se le podía decir que no, su familia le facilitó todos los medios que pudiera necesitar.

Le acompañaban una enfermera y un masajista, que eran los que le atendían cuando lo precisaba. De forma muy concienzuda, cuando terminaba cada jornada, el masajista montaba una camilla plegable y durante dos horas masajeaba todo su cuerpo.

Había algunos tramos muy difíciles, sobre todo aquellos en los que el Camino se estrechaba y la pendiente se hacía imposible de superar, en esos momentos esperaban a los peregrinos que venían por detrás y entre media docena cogían en volandas la silla de ruedas y le ayudaban a superar los obstáculos que se le presentaba.

El peregrino se sentía muy feliz porque estaba viendo cumplido un sueño cuyo recuerdo lo mantendría siempre vivo y ese afán de superación que tenía, le permitiría conseguir todo lo que se propusiera en la vida.

En otra ocasión llegó hasta Santuario un peregrino que conmovió mucho al Maestro, tanto que, según él me contaba en algunos momentos, tuvo que apartarse de su presencia y retirarse a su cuarto para que nadie le viera llorar.

El peregrino tenía un cáncer que estaba en una fase terminal, no sabía si el desenlace se produciría antes de llegar a Compostela, pero como era consciente que no iba a tener otra oportunidad, se esforzaba cada jornada más que nadie para lograr ese objetivo diario que le acercara cada vez más a su meta.

El Maestro se quedó admirado de la entereza que demostraba, pues cuando hablaba de su estado, solo pensaba que iba a pasar a otra dimensión, estaba convencido que no iba a desaparecer, ya que en el momento que dejara este mundo pasaría a otro, su cuerpo se quedaría aquí, pero su alma viajaría a otro estado en el que permanecería junto a otras que ya habían dado ese paso antes que él.

Cuando subieron a la pequeña capilla para hacer la oración de cada día, el Maestro, en lugar de dirigir aquel momento, le dijo al peregrino si deseaba hacerlo él, porque consideraba que no había en la capilla nadie más idóneo que él para decir las palabras que quisiera.

El peregrino dijo que cada minuto que estaba pasando en el Camino experimentaba una profunda transformación, pues antes apenas no creía en nada y ahora se estaba dando cuenta que había muchas cosas más que no conseguimos ver pero que están a nuestro alrededor.

Era consciente que su fin estaba ya muy cerca y solo tenía dos deseos en su mente que deseaba que se pudieran cumplir. El primero era que cuando le llegara el momento y dejara de existir, la paz llegara a su familia y especialmente a su novia ya que eran quienes más iban a sufrir su ausencia. El segundo deseo era que pudiera apartar de él ese miedo que tenía para ese momento que sabía que se estaba acercando cada día un poco más y no sabía como iba a reaccionar en esos instantes.

Más de un peregrino que estaba escuchando lo que decía no pudo ocultar sus lágrimas, algunos llevaron sus manos a la cara para que no les vieran llorar y el Maestro, viendo la emoción contenida que había en esos momentos en la pequeña capilla, se abrazó al peregrino y todos los que allí se encontraban se sumaron a este abrazo colectivo, este fue uno de los momentos más emotivos que se produjeron entre aquellas paredes.

También tenía un recuerdo con un resultado muy feliz y cada vez que venía a su mente, le gustaba volver a recordarlo y mientras lo hacía, dejaba escapar una sonrisa de satisfacción que iluminaba por completo su cara.

Fue una de las pocas veces que alguien que peregrinaba por un motivo muy especial, se escapó de esa percepción que el Maestro solía tener, cada vez que alguien entraba en Santuario con un problema importante.

Cuando terminó por la mañana de hacer la limpieza, se encontró una nota que decía: “Ruego que todos recéis por mí ya que ahora no me puedo marchar porque mis hijos me necesitan”.

No ponía nada más, ni estaba firmada y por la letra no pudo adivinar si se trataba de un hombre o de una mujer.

Mentalmente fue repasando todos los peregrinos que ese día se habían alojado en Santuario, eran 24 personas y recordaba a casi todos ellos, pero por más vueltas que le dio, no consiguió imaginarse quién era la persona que había dejado aquella nota.

Esa noche, subió la nota a la urna de los deseos que había en la pequeña capilla y en lugar de mezclarla con las demás, la dejó aparte para que cada noche fuera leída por uno de los peregrinos.

No recordaba cuanto tiempo tuvo esa nota en un lugar preferente para que fuera leída todos los días antes de mezclarla con las demás, pero fueron varios meses y la mayoría de los días volvía a repasar mentalmente los peregrinos que ese día habían llegado, para ver si había algo que le hacía identificar a la persona que había dejado aquella nota.

Según iba pasando el tiempo, cada vez los recuerdos se iban distanciando un poco más y ya no eran tan frecuentes ya que fueron sustituidos por nuevas situaciones que iban surgiendo.

Cuando había transcurrido aproximadamente un año, un día llegó hasta la puerta de Santuario un coche del que descendieron dos niños de algo menos de diez años, venían de la mano de una mujer de unos treinta y cinco años y al verla, el Maestro enseguida la identificó como aquella peregrina que había dejado la nota, no hizo falta que ella se lo dijera porque su imagen seguía todavía guardada en su cerebro, pero jamás pensó en ella pues la veía tan joven y tan llena de vitalidad que nunca hubiera imaginado que fuera quien escribió la nota.

La peregrina le contó al Maestro, mientras tomaban un café, que cuando le detectaron un tumor, no sabía lo que hacer, decidió ir al Camino para meditar sobre su futuro y sobre la situación en la que quedarían sus hijos si ella desaparecía.

Cuando escuchó los deseos que se leían en la capilla, ella también quiso dejar el suyo, confiando que se pudiera cumplir.

Cuando la extirparon el tumor, vieron que no era maligno, afortunadamente se había conseguido recuperar y como había pensado muchas veces en la nota que dejó aquel día que pasó por Santuario, ahora quería venir personalmente para darle las gracias al Maestro ya que al dejar el papel sobre la mesa, algo cambio su estado de ánimo porque se sintió más liberada.

El Maestro la comentó como desde el momento que vio la nota, estuvo tratando de imaginarse quién podía haberla dejado. Durante varios meses la estuvieron leyendo a diario, ahora de vez en cuando era seleccionada al azar y leída por algún peregrino.

Subieron los dos a la pequeña capilla, de la urna en que se guardaban los deseos extrajo aquella nota que tanto le había intrigado y se la entregó a la peregrina.

—Tu deseo se ha cumplido —le dijo —guárdala como recuerdo.

Se dieron un fuerte y sentido abrazo. Ese día fue uno de los más felices que el Maestro recordaba al ver como uno de los deseos se había cumplido.

Fueron muchas las vivencias que escuché de boca del Maestro y he de confesar que todas merecían un espacio destacado en este relato, pero cuando hay que hacer una selección se corre siempre el riesgo de dejar alguna importante en el tintero.

De todas formas no importa, Santuario es ese lugar que se encuentra en cualquiera de los caminos y donde espero volver en muchas ocasiones, pues como ocurrió con el Camino, ha dejado en mí una huella muy profunda y sé que cada vez que vuelva serán muchas las experiencias, sensaciones e historias que seguiré recopilando para compartirlas con los peregrinos, que son los que saben apreciar de una forma muy especial y diferente la magia y la energía que desprende ese lugar tan entrañable.

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