Isaías Santos Gullón – 23 de enero de 2017.

 

  Quise un día plasmar con trágicos trazos aquella antigua estampa mañanera. Mas, cuando embebido en mi empeño me detuve, dime cuenta que no era posible con lápiz representar el alma y el color de la estampa que contemplaba. Y con voz queda musité: Esto debe ser pintado con sangre, con sangre y con sudor.

 Clavabas los haces en los espetones del carro de madera. Tu mujer a duras penas, apoyaba el largo mando de la tornadera en los surcos del rastrojo y con esfuerzo elevaba la dorada mies hacia ti. Otro mornal más. Tan sólo te queda uno. Por fin, cargasteis todo. Cruzadas las maromas atasteis con destreza los haces. Un carro de siete vueltas. Y sin deciros palabra, emprendisteis el camino de la era.

 Yo me quedé en la cima observando tu regreso. Comenzaba el sol a iluminar la tranquila solana de la “Balina”. Te seguí con la vista hasta que coronaste la cuesta de la “Barraca”, y, al perderte, quise pensar un instante en tu destino.

 Aquí viniste un día a sembrar tu ilusión en el grano del trigo lanzado. Aquí tus vacas cubrieron la semilla de tierra y esperanza. Aquí un domingo viniste a sufrir, cuando el inclemente tiempo negaba el agua a tus campos. Aquí, con rabia bravía, hincabas la reja del arado, cuando aricando quisiste arrancar el jolio de tus verdes trigales. Aquí bebiste el sudor de tu rostro cuando en tu mano llevabas los dediles mientras a golpes rítmicos la hoz inclinaba el oro de la espiga. Y aquí has vuelto. De aquí partes, y aquí pronto has de volver.

 Ahora a la era. Largas horas te esperan de trilla y de calor. Más de una vez tu alma temblará cuando veas una oscura nube que presagie tormenta. Después vendrá tu alegría o quizá tu desengaño. Palomillo o las Fuentes, el Rincón o el Remajal serán testigos de tu gozo o de tu pena, cuando el viento corto de la parva al aire lance el trigo al que la paja quieres separar.

 Del muelo a los costales. Enrasarás el cuartal con trampa por alcanzar tu esperanza fallida. Mas, yo sé, porque te he visto que, cuando el sueño de tu vida trabajado esté seguro en tu panera, te olvidarás de la ilusión ya ida y nacerá en tu alma la semilla de una nueva ilusión.

 Es esto lo que hoy quiero cantar: Tu religión sufrida.

 Labrador de mi tierra: tú, que del trabajo corporal conoces las más agrias manifestaciones. Tú, que en tu cuerpo llevas cinceladas las arrugas del trabajo más noble y menos compensado. Tú, que en el turbión que mueve el imperio de la hora, comienzas ya a cambiar; no pierdas jamás la resignación que has heredado de generaciones que se pierden en el fondo de los siglos.

 Tú, labrador de mi tierra, conservas aún, en la ingénita profundidad de tu alma campera, algo sin nombre definido, un entre extraño en muchos ya perdido que ilumina las almas removiendo esperanzas. Algo que en las noches pueblerinas, tiene la fuerza de sembrar una sonrisa ilusionada en los rostros de los seres olvidados.

 Yo no evoco aquí tus ímprobos esfuerzos ni tus quejas pasivas. Quiero tan solo resaltar la grandeza de tu alma. Porque es grande y hermoso que un hombre, contando tan sólo con la fuerza de su mano encallecida y aliento de su pecho por los aires y los soles esculpido, haya dado y dé frente y lucha desigual al gigante de su fatal destino. Y hermoso y grande es que este hombre emerja cada instante de las cenizas de un revés, con una sonrisa iluminada en su gesto que nace de la ilusión de su sueño milenario: doblegar y vencer algún día al cruel hado del tiempo, en enemigo.

 Uno de estos hombres, por muchos olvidados, eres tú, labrador de mi pueblo.

 

(Publicado en la página cuatro CORREO DE TÁBARA  en El Correo de Zamora de 15/9/1973).

 

JUAN CID A. 

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