almeida – 16 de marzo de 2016.
Allí donde hay aglomeraciones de gente, suelen brotar como la mala hierba y por mucho que tratemos de cercenar su crecimiento, resulta imposible terminar con ellos porque siempre van un paso por delante de quienes actúan de buena fe.
Desde que se tiene constancia que un peregrino recorrió el camino dirigiéndose a Compostela, a partir de ese momento comenzaron a aparecer en el camino, iban tomando cualquier forma y generalmente era difícil detectarlos ya que como los camaleones se mimetizaban con el medio que los rodeaba.
Cuando Aymeryc Picaud confeccionó la primera guía para los peregrinos que deseaban llegar a Santiago, dedicó mucho espacio para advertir de la picaresca que el peregrino se iba a encontrar en cualquier parte del camino, siendo especialmente incisivo allí donde él debió ser víctima de estos vividores del camino que como las sanguijuelas se aferraban a su presa y lentamente iban extrayendo toda su sangre para irse alimentando y mantenerse vivos.
No eran solo los salteadores de caminos o estafadores que habían hecho del pillaje su profesión, en todos los gremios el deseo de vivir como parásitos había permitido que el ingenio se fuera agudizando hasta extremos que las personas nobles ignoraban hasta que eran víctimas de estos personajes.
Desde que los peregrinos entraban en un nuevo reino, comenzaban a ser vulnerables por estos personajes del camino, primero eran los cambistas que a la hora de convertir las monedas que los peregrinos traían de sus países de origen, experimentaban esa sisa que siempre hacía que el que realizaba el cambio saliera ganando.
También estaban los mesoneros que tenían diferentes tarifas dependiendo de quien fuera el cliente que tenían delante ya que no era lo mismo una persona del lugar que el extranjero que seguramente no volvería a pasar más por allí y sufría el abuso por el servicio que estaba recibiendo.
De estas triquiñuelas no se libraba nadie, incluso la iglesia también fue adquiriendo estas malas costumbres. Cuando comenzaron a proliferar las reliquias de todo tipo de santos que daban prestigio al lugar y hacía que las numerosas personas que iban a ver los restos de un hombre santo dejaran generosas limosnas que iban engordando las arcas de la iglesia.
Pero también entre la gente más humilde se fue extendiendo la picaresca, algunos veían en el camino una forma de vida diferente, podían alimentarse y a veces obtener alguna moneda yendo de hospital en hospital, eran parásitos sin control que se aprovechaban de la buena fe de las personas que le daban acogida.
Los tiempos van cambiando y también las personas y las costumbres, pero solo cambian de forma, los malos hábitos es difícil que lleguen a desaparecer y adquieren formas nuevas para ir adecuándose a los tiempos y los pícaros es un género que está dentro de la condición humana y no desaparecerán mientras nuestra raza siga poblando este planeta.
Ahora seguimos viéndolos en las iglesias a los que se dirigen a Compostela movidos por la fe y buscan en los templos esa paz que experimentan cuando están en la casa de Dios y para poder acceder a ella tienen que pasar antes por la taquilla para dejar su dinero a los cuidadores del templo.
También los mesoneros se han ido adaptando a los tiempos, ahora se denominan hosteleros y entre esta noble profesión sigue habiendo quienes diferencian el importe de un servicio dependiendo de quién sea la persona que lo demanda.
Y entre los peregrinos existen numerosos tipos de picaros y según se los va detectando van cambiando su modus operandi. Algunos han visto en el camino un medio para poder disfrutar de unas vacaciones muy económicas y no tienen ningún rubor en desplazarse de un pueblo a otro con su coche mientras los peregrinos lo hacen andando y soportando el peso de su mochila, de esa forma llegan los primeros y van ocupando las literas sin importarles que cuando llegue alguien cansado que necesita descansar no disponga de sitio y tenga que hacerlo en el suelo o hacer unos kilómetros extra para llegar hasta el siguiente pueblo para ver si consigue encontrar una litera libre.
Seguimos viendo por el camino los que tratan de vivir de gorra y se inventan los cuentos más inverosímiles para dar lastima a las personas honradas y obtener todo lo que desean, dinero, comida, etc.
Otros llegan al albergue y en lugar de sincerarse con el hospitalero se inventan las historias más grandes jamás contadas, sin darse cuenta que la persona que tienen enfrente no es ningún tonto y conoce todas las artimañas que puedan contarle, pero de esa forma tratan de pasar una noche en uno de los muchos albergues de donativo que hay por el camino.
También están los que dicen haber sido asaltados y les han robado todo, documentación, dinero, no disponen de nada y cuando el hospitalero se ofrece para llamar a la policía para que pueda denunciar el hecho, desaparecen por arte de magia.
Siempre me quedaré con esos vividores que van con la verdad por delante, se olvidan de la picaresca y se sinceran con el hospitalero, entonces creo que es cuando pueden conseguir todo lo que desean sin tener que recurrir a las malas artes que algunos siguen utilizando para poder seguir viviendo del camino.