almeida – 28 de diciembre de 2018.
Pasados los días en los que celebramos la Natividad, llegan esas fiestas de invierno en las que de manera un tanto profana, los malos espíritus y los demonios tratan de perturbar la paz del recién nacido. Son las mascaradas de invierno que en algunas comarcas del norte del Duero tienen una tradición que se pierde en el abismo de los tiempos.
Únicamente en Sanzoles, de los pueblos del sur del Duero, se mantiene esta tradición de las mascaradas con la puesta en escena del Zangarrón, mientras que en la vecina villa de Venialbo, es al niño al que se adora en ese tradicional y único Baile del Niño.
En una tertulia interesante que tuvo lugar una vez finalizado el acto, Alberto Jambrina y algunas personas más, hablaban sobre el origen de esta tradición, que para ellos resulta muy similar a las mascaradas de otros pueblos, porque viendo el floreo que se realiza en la danza, nos recuerda a los movimientos que se hacen en las mascaradas, pero con una variación muy significativa ya que todo está encaminado a una representación religiosa en lugar de hacerse a lo profano.
Sin duda, ambas celebraciones parten de un rito común muy antiguo que se celebraba en la época de los romanos, pero con la cristianización, en Venialbo se fue convirtiendo en una exaltación religiosa para honrar y venerar al recién nacido que es el protagonista de la celebración.
Tradicionalmente han sido los mozos que entraban en quinta, los que tenían el honor de bailar al niño, eran otros tiempos en los que se contaba con suficientes participantes para que hicieran posible esta actividad, pero los tiempos van cambiando y ahora se incorporan todos los que desean mantener la tradición.
El acto es sencillo, sobre unas andas se procesiona a la imagen del recién nacido y los danzantes sin perder de vista la imagen, van bailando ascendiendo por la carretera del pueblo hasta llegar a la ermita y una vez allí dan la vuelta y siguen con sus danzas hasta llegar de nuevo a la iglesia y en la explanada tiene lugar el floreo en el que quien dirige la danza, va sacando de las dos filas de danzantes a los bailarines que hacen una reverencia a la imagen y regresan al lugar en el que se encontraban.
El esfuerzo físico que tienen que hacer es considerable, porque el tiempo que dura la danza, no dejan de bailar y hacer sonar las castañuelas y eso requiere una preparación física muy importante.
Antes del baile se celebra una misa especial en la que los vecinos se ponen sus mejores galas y es la ocasión para que hombres y mujeres saquen del armario la capa castellana que les va a proteger del intenso frío que en estas fechas suele hacer en el exterior. En la misa todos los danzantes realizaron ofrendas al niño de productos de la tierra que luego se entregarán al banco de alimentos de Zamora y la recaudación de la colecta se empleará para la reforma que se está haciendo en la ermita.
Marcos Hernández Almeida, es una de las personas que en los últimos años ha revitalizado esta fiesta tradicional y desde los nueve años que comenzó a bailar, no ha dejado de hacerlo en estos 27 años.
Cuando comenzó solo había dos jóvenes, por lo que no se podía hacer una fila de mozos y otra de mozas y se fueron arreglando con lo que contaban. Cuando su compañero dejó de participar, asumió la parte más importante de la danza llevando el floreo hasta que David “El Pana”, se incorporó y fueron alternándose cada año.
La evolución de la danza es apenas imperceptible, porque se trata de mantener lo que se ha heredado y solamente el hecho de contar con más o menos participantes o las inclemencias del tiempo son lo que puede hacer que varíe de un año para otro.
En esta edición han contado con 10 parejas de danzantes, algo que hace años podía ser impensable y el floreo ha corrido a cargo de Jaime “El Pana”,que este año entra en la quinta de los que ponen el Mayo y ha sido la primera vez que se ha hecho cargo de dirigir la danza.
Para Marcos, este ha sido un año en el que han podido contar con tiempo para los entrenamientos y eso ha permitido que el número de danzantes haya sido tan elevado. Para Marcos lo que hacen los meses previos es un entrenamiento, a él no le gusta llamarlo ensayo porque entiende que los que participan saben sobradamente el ritmo que tienen que llevar, en cambio necesitan aguantar y para eso escogen la calle con más desnivel del pueblo y se entrenan una y otra vez para soportar la dureza de la prueba, porque como dice el protagonista, si no hay sufrimiento, no se ha bailado el niño.
Para Jesús Vara, alcalde de la localidad, estamos ante la principal fiesta de invierno, algo que es muy nuestro porque es una danza que no se baila en ningún otro sitio y forma parte de esas raíces que crean pueblo y representa una seña de identidad muy importante y que además cuenta cada año con una cantera cada vez más implicada.
Pretende en uno o dos meses que la administración autonómica la declare como Bien de Interés Cultural, lo que ayudará a proteger este patrimonio y evitar que se pierda una tradición que nos ha sido legada desde la época de los romanos.
El ritmo de la danza en esta ocasión ha corrido a cargo de Alberto Jambrina, un maestro en esto de la música tradicional de nuestra tierra que lleva años recuperando melodías y baladas que de no ser por él y por otros como él, hubieran desaparecido hace tiempo.
Para Alberto, nos encontramos ante una danza especial y única, que se celebra solo una vez al año y se ha convertido en un rito y para él es un placer venir cada año a disfrutarla.
Los primeros recuerdos que tiene de esta danza son de los años 80, cuando se acercó por Venialbo para realizar un reportaje para el programa “Habas verdes” y desde entonces siempre ha estado de una forma u otra vinculado a esta tradición.
Es amigo de Modesto Martín y de su padre Celestino que ya en los años 40/50 llevaba el ritmo de esta danza y Modesto que es quien los últimos años se ha hecho cargo de llevar la parte musical, se encontraba indispuesto y como ocurrió en 2015, Alberto le ha suplido, lo cual para este músico es un gran honor.
Todo ha brillado de una forma especial y de nuevo han resultado muy vistosos los trajes de los danzantes que la mayoría han salido de las hábiles manos de Pili Almeida, una artesana en lo que a la confección de estas prendas se refiere.
Antes de finalizar el acto, el sacerdote dijo una oración y dedicó unas palabras a los asistentes con un recuerdo especial para la joven Laura Luelmo que de forma injusta perdió la vida recientemente y que desciende de esa localidad, aunque muchos lo desconozcan, pero sus bisabuelos eran de Venialbo.
Un año más en donde se ha representado una tradición que se pierde en los tiempos, pero que sin duda, forma parte de esa herencia que va definiendo a cada pueblo.
Galería de fotos: Fotos Almeida | ||
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