almeida – 07 de julio de 2014.
Desde hace muchos siglos, el Camino es muy parecido a como lo conocemos en la actualidad y sin embargo es tan diferente, que no importa que cada día recorramos un tramo determinado del Camino ya que siempre lo veremos de otra forma, nunca será igual, aunque nuestros pies vayan siguiendo las pisadas que dejamos el día anterior,
Aunque acotemos este Camino diario al escaso tramo que separa dos poblaciones, cada vez que pasemos por este corto espacio de terreno, las sensaciones con las que vayamos caminando no serán las mismas, como tampoco lo serán las personas que vayan a nuestro lado, ni tan siquiera las nubes que hay sobre nuestras cabezas o los animales que nos saluden cuando pasemos.
Esta es la magia que encierra el Camino, que siempre parece que es igual, pero siempre lo vemos de una forma muy diferente.
El Maestro, que generalmente tiene una historia para cada pregunta que le hago o cada duda que me surge, cuando le comenté estas reflexiones que algunos días me hacía, me comentó la historia de una peregrina que él conoció no hacía mucho tiempo.
Miriam era una de esas personas que cuando va recorriendo el Camino procura ir asimilando todo lo que éste ha puesto a su alcance, ya que sabe que todo lo que vaya percibiendo la va a enriquecer de una forma importante una vez que haya finalizado su camino.
Cuando llegó a Santuario se dio cuenta enseguida que estaba en un lugar diferente, uno de esos sitios que ella trataba de encontrar desde que comenzó a caminar.
También el Maestro era una persona distinta, su bondad y, sobre todo, sus conocimientos; interesaron de una manera muy especial a la peregrina, que como hacían muchos que le conocían por primera vez, trató de estar a su lado la mayor parte posible del tiempo que permaneció allí, aprendiendo de aquel inmenso pozo de sabiduría.
Le fue contando al Maestro todo lo que sus sentidos estaban percibiendo y éste se dio cuenta que se encontraba ante una de esas peregrinas especiales, de las que no transitaban sobre el Camino sino que disfrutaban a cada paso que daba sobre él.
El Maestro le dio muchos consejos sobre como debía hacer para que nada se le pasara por alto y, sobre todo, dejar que fuera el Camino el que la guiara en sus pasos, ya que él era más sabio y le diría los momentos en los que tenía que detenerse y aquellos en los que tenía que seguir avanzando, en definitiva, eso que el Maestro denominaba las señales del Camino.
La joven le dijo, que una de las señales que sentía en esos momentos era quedarse un día más en Santuario, para ver cómo se recibía a los peregrinos, ya que era consciente que había otras formas de hacer el Camino y una de ellas era ofreciendo hospitalidad.
Volvió a sentir que su instinto no le fallaba y ratificó la primera impresión que tuvo nada más ver llegar a aquella peregrina, era de esas personas especiales que sienten el Camino también de una manera especial.
El día que permaneció en Santuario, le pareció a la peregrina una jornada muy gratificante ya que le había aportado algunas cosas que se imaginaba, pero que hasta que no se viven, uno no llega a comprenderlas en su justa medida.
Cuando al día siguiente se despidió del Maestro, le dijo que volvería por allí cuando hubiera terminado el Camino y hablarían durante varios días de todo lo que éste la había aportado.
Casi un mes después, el Maestro vio de nuevo aparecer a Miriam, la encontraba radiante y ella no cesaba de hablarle de todas las sensaciones que había tenido la fortuna de ir captando. El Camino la había cambiado por completo y ahora veía las cosas de una manera muy diferente a como las observaba antes de comenzarlo.
Le mostró algunas de las fotos que había ido sacando mientras caminaba, pero especialmente le gustaban media docena de fotos que un día de niebla sacó en un bosque en Galicia. Los robles y los castaños que en ellas aparecían eran especialmente hermosos y transmitían una fuerza vigorosa que no la había visto en otro lugar. Se las dejó al Maestro para que las conservara en Santuario y él las guardó en un álbum en el que había muchas fotos y recuerdos de otros peregrinos que antes habían pasado por allí.
Al año siguiente, Miriam volvió a pasar de nuevo por Santuario, otra vez cuando finalizó su camino fue a visitar al Maestro para pasar unos días con él y compartir el Camino que había realizado.
Nuevamente trajo muchas fotos y le volvió a mostrar el bosque, que también en esta ocasión le había vuelto a encantar, y se las dejó al Maestro.
Este, según iba observando las fotos, se dio cuenta que faltaba una, las cinco que la joven le traía eran las mismas que le había mostrado el año anterior, pero una con un viejo castaño ya no estaba. Fue a buscar el álbum en donde guardaba las que la joven le había dejado el año anterior y confirmó lo que se había imaginado.
—Traes las mismas fotos que el año pasado, pero veo que falta una —dijo el Maestro.
—Sí —comentó la joven —este año, cuando he pasado nuevamente por aquel lugar, todos los árboles eran tan hermosos como la primera vez que los vi, pero había uno que ya no me gustaba.
—Igual es que lo has mirado con unos ojos diferentes —comentó el Maestro.
—No comprendo lo que quiere decir —dijo la peregrina.
—A veces el Camino es igual, permanece inalterable, pero hay muchas circunstancias que lo hacen diferente, también puede ser que los que vayamos con una idea diferente seamos nosotros y los ojos con los que vemos las cosas no son lo mismos cada vez que contemplamos algo.
—Seguramente será así —comentó la joven —he tenido esa misma sensación en varios lugares por los que he pasado y no sabía a qué debía atribuirlo.
—El Camino —siguió diciendo el Maestro —es como un ser vivo en constante evolución, pero también nosotros, como seres vivos que somos, no siempre vemos las cosas de la misma manera, estoy seguro que la próxima vez que vuelvas a pasar por aquel lugar, lo volverás a ver de otra forma, y quién sabe, si el árbol que había dejado de gustarte, comenzará de nuevo a parecerte el más hermoso de aquel bosque.
Esa es la constante evolución que siempre hay en el Camino y también es uno de los motivos por los que los peregrinos que ya han recorrido en una ocasión esta senda mágica, siguen haciéndolo año tras año, ya que por muchas veces que recorran los mismos lugares, para ellos siempre serán diferentes o al menos ellos los verán de una forma diferente. Para aquellos que no saben percibir estos cambios, el Camino no les llamará, porque si lo han recorrido una vez, no son partidarios de volver a ver las mismas cosas.