Isaías Santos Gullón  – 31 de octubre de 2018.

 

Publicado en la página cinco CORREO DE TÁBARA en El Correo de Zamora de 12/8/1973.

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A la sombra de La Folguera

Me hubiera gustado vestir de gala a La Folguera, porque vienen las fiestas. Me hubiera gustado vestirla de Primavera, de un mayo tardío cuando nadie ha pisoteado su verde yerba,

salpicada de margaritas blancas y amarillas; pero, esto es imposible, cuando estamos en el centro del verano, cuando ya ha sido asaltada por las huestes domingueras que huyendo de la ciudad vienen en busca de su agua, de su brisa y de su sol, de un agua que no sabe a cloro, de una brisa que no huele a petróleo quemado y de un sol que acaricia sin abrasar.

La Folguera tiene sus secretos, unos secretos que sólo saben descubrir sus enamorados, desentrañándolos de su silencio en los días que aparece solitaria. Yo tuve la suerte de descubrir uno. Por entre su verde yerba, suelen aparece unos fragmentos metálicos. A mí me dijeron, y no sé quién, tan pobre es mi memoria, que eran escorias de unas antiguas fundiciones que databan del tiempo de los romanos; y, que precisamente por ello, los pueblos inmediatos habían tomado los nombres de Ferreras de Arriba, Ferreras de Abajo y Ferreruela de Tábara. Que por allí había hierro no lo dudaba, pues los rojizos arroyuelos que la surcan bien claro lo proclaman, y, como tampoco he dudado nunca de las iniciativas metalúrgicas de los romanos, no tenía inconveniente en admitirlo.

Pero un día, hace años, un buen amigo mío y dedicado a la enseñanza por todas señas, que recorría conmigo La Folguera, se sintió atraído por aquellos trozos metálicos, y con más o menos fantasía le conté la historia. No la aceptó, aquello no eran, para él, escorias procedentes de fundición; para él, eran demasiado puras, por un lado aparecían casi planas, y por el otro tenían aspecto de burbujas. Recogió unos trozos y algunos días después me dijo: -Es hierro y níquel, probablemente de procedencia meteórica. Tal vez un aerolito ha pasado por aquí.

Para m’, más amigo del Cosmos que de la ingeniería romana, se vino abajo la teoría de las escorias y las fundiciones, y a pesar de los vivientes testimonios de las dos Ferreras y la Ferreruela, me acogí a lo que yo consideraba más sabio testimonio y admití la visita estelar. Desde entonces yo cuento las dos historias, pues para mí no es pequeña historia la de tener un lugar que merezca ser visitado por las estrellas, porque los bólidos y meteoritos, no son nada más que pequeñas estrellas volantes.

Y yo recuerdo, como si fuera en honor de nuestras fiestas, que entre el 9 y el 14 de agosto, vísperas de la festividad de nuestra villa, que nuestro planeta Tierra vagando por las regiones siderales, atraviesa el enjambre de las Perseidas, una lluvia de estrellas, más abundante unos años que otros y que no es otra cosa que la ruta que siguió en otros tiempos el cometa Tuttle III, que se deshizo en su fatigoso caminar por los espacios; pero que dejó su viejo camino orlado de bólidos y meteoritos que vulgarmente se les llama las lágrimas de San Lorenzo. Y porque recuerdo esto, yo pienso que una de esas estrellitas, enterada de su bello nombre y sabiendo que San Lorenzo es el patrono del barrio que linda con La Folguera, debió visitarlo confundida entre los cohetes que anunciaban las festividades, sin darse cuenta de su chispeante melena que desprendía hierro y níquel, regando con sus chispas nuestro bosque, y, seguramente sería tanta su curiosidad, que perdería la cabeza y con ella su órbita que iría a terminar en el Atlántico y por eso, tal vez, no hayamos encontrado el cráter que le sirvió de sepultura.

Bien sé, que mi supuesta historia, no será aplaudida por los astrónomos, porque ellos necesitan tiempo y más tiempo para comprobarlo; pero ¿qué sería de los astrónomos si no tuvieran de precursores a los poetas? El poeta no necesita de telescopios y catalejos para ver, ni de complicados cálculos para comprobar. El poeta sabe de las estrellas y de sus complicados caminos, porque mira el cielo en la noche estrellada, y, antes de que los sabios les hablaran de cálculos y órbitas, ellos, habían llenado el firmamento de leyendas y de nombres que son los que hacen nacer las cosas y la vida. Los poetas llevaron al cielo sus leyendas y los nombres de las estrellas y de las constelaciones y desde entonces nacieron a la vida, antes que el telescopio y las matemáticas nos hablaran de ellas, de sus caminos y de sus espectros.

No sé si en realidad esto que os cuento será un secreto de La Folguera, de los muchos que encierra; pero para mí lo fue porque un día escribí en mi bloc de notas: Es tan bonita La Folguera, que hasta vienen a verla las estrellas.

Federico ACOSTA

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