Isaías Santos Gullón – 27 de febrero de 2017.

Mi primito Ventura Pascual es un hombre de pueblo, un anciano que estuvo en la Francia su vida, dando fe con su recio retrato, de la raza profunda que dio vida a su ser. Vive solo. Su familia reposa en país extranjero; mas él quiere dormir en la tierra bravía, en la estepa infinita que de niño mamó.

 Cuando estoy a su lado, me cuenta su infancia,  y en sus ojos yo leo, el retrato intallado de la gente campestre, que es la gema y la esencia del ser español. Una copa de vino le sobra. Y en su boca la copla comienza a vivir:

 – Ay primito, ¡qué tiempos aquellos…!

 Las hogueras ardían en cocinas humosas consumiendo las horas de callada quietud, mas los días de fiesta, mi madre encendía con un porro de jara el ahumado candil.

 Y comíamos pan que cocía con leña de encina, y castañas asadas en cuencos de barro, y unos bollos que hacía endulzados con miel. Y bebíamos vino de la viña de abuelo, y comíamos uvas conservadas colgadas en la viga de roble del añoso pajar.

 Yo pensaba… ¡Oh misterio infantil de las gentes humildes… ¡Navidad de mi pueblo natal!…

 Y él seguía: – Una oveja cargada de esquilas, regalaba orgullosa, la humilde hermandad, y la misa de gallo era triste, sin su triste balar.

 Y los mozos del pueblo, cantaban las coplas cubiertos con capas, pellizcando a las mozas sentadas, que encendían sus rostros de rojo coral.

 Y en lo alto del púlpito, el cura del pueblo espiaba el avance del coro cantor, y tosía, y tosía, mas los mozos del pueblo seguían con sus capas tapándose el rostro, y, sus manos buscando la presa, en el brazo cubierto de alguna mujer.

 Y después se bailaba la jota al son del tambor, y los mozos soplaban las velas, y oscuro el salón, las mozas chillaban; mas no sé, si las tunas querían, que estuviera en tinieblas la estancia, o sentían alegres la mano callosa en su cuerpo, de algún labrador.

 Mas cerrando los ojos, ausente, cambió de semblante, y sin tino, dirigiéndose a nadie le oí musitar:

 – Pero ingrato, ¿qué dices? A ese Dios que ha nacido este día le amábamos más, y le dábamos vino y castañas, y pan amasado con manos humildes, y dulces caseros, y sudor, y miel. Le rozaban sus pies nuestros labios curtidos, y en recuerdo de su nacimiento, aquel día era uno, de los pocos que todos del pueblo, tomaban café.

 Y mirándome dijo: – ¿Y vosotros, qué hacéis? – Yo callaba, buscando con prisa la palabra o la frase que fuera, poderosa, con qué responder. Y humillado ante el eco de su voz arrogante, recordando mis fiestas navideñas pasadas, la palabra buscada en mi alma no hallé.

 

JUAN CID ARIAS

 

Publicado en la página siete CORREO DE TÁBARA  en El Correo de Zamora de 19/12/1973.  

 

PROMOCIÓN
>
Artículo anteriorRETRATO DE SABINO
Artículo siguienteDECLARACIÓN DEL OBISPO DE ASTORGA