Redacción –21 de septiembre de 2016.
A continuación reproducimos la carta del P. Alfredo en contestación a nuestro artículo de fecha 14 de septiembre y agradecemos sinceramente su amabilidad.
«Buenas tardes.
Le agredecemos mucho que nos haya hecho llegar la publicación de una
queja de dos peregrinos en su «frustrado» intento de ser acogidos en
nuestro Monasterio.
Es un relato muy bien elaborado que indigna a cualquiera que lo lea.
Nos gustaría saber su contacto para pedirles perdón. Realmente lo
sentimos.
Pero a la vez nos sentimos muy extrañados por lo ocurrido. Le aseguro
que no es precisamente el trato habitual que damos a los peregrinos.
Es verdad que puede ocurrir que el encargado de recibirlos estuviera
fuera o ocupado en ese momento por algún motivo, pero hay un sustituto a
quien entonces los porteros avisan. ¿Fue un olvido del portero?. Es raro
porque es distinto el portero de la mañana del de la tarde. No me
explico qué pudo ocurrir.
En todo caso reitero nuestras disculpas.
Me consuela al menos saber que aunque el Monasterio de Silos no supo
recibirlos, al menos en un establecimiento, a quien por cierto no
identifican en el relato, se les ofreció su casa, la chimenea encendida
y una detallada comida gratis.
Una lástima que por el enfado, algo más tarde, no se acercaran a la
iglesia a escuchar nuestra oración cantada de Vísperas. Al finalizar los
hubiéramos atendido, escuchado sus quejas y llevados al albergue donde
pasar la noche. Como hacemos con todas las personas -peregrinos o no y
sin favoritismos- que de buena voluntad nos lo piden.
Que el Señor les bendiga.
Saludos cordiales, P. Alfredo»
GENTE SABIA
Todos, sobre todo cuando delegas ciertas funciones y responsabilidades, estamos sometidos a ese error que en ocasiones inevitablemente llega a producirse. Es algo innato en la condición humana, pero cada vez nos vamos acostumbrando a que las cosas pasen y las dejamos como están.
La historia de los dos peregrinos que un día de nieve llegaron a uno de esos lugares emblemáticos en el Camino de la Ruta de la Lana como es el Monasterio de Silos, ocurrió hace ya años y el peregrino que me la contó lo hacía con lastima de lo que le había ocurrido, porque es un buen peregrino y además es un excelente hospitalero. Él ofrece a los peregrinos esa hospitalidad con la que entendía el Camino y se lamentaba de no haberla recibido en uno de esos templos en los que el peregrino casi llega a ser venerado.
La historia no se escribió como una denuncia a un comportamiento, sino conscientes de que la hospitalidad como algunos la entendemos está desapareciendo y aunque era uno de esos gritos en el desierto que nadie llega a escuchar, en esta ocasión, años más tarde cuando ha sido publicada, sí encontró ese eco que sin pretenderlo se estaba buscando.
De sabios es reconocer los errores y el comportamiento del responsable del Monasterio así lo demuestra tratando de enmendar en lo posible un error que para quienes lo padecieron solo va a servir de consuelo al comprobar que este gesto va a servir para que en sucesivas ocasiones y nuevos peregrinos que lleguen al monasterio no les vuelva a ocurrir lo mismo.
Generalmente estas historias son oídas por quien las cuenta y el que las ha padecido la mayoría de las veces es alguien anónimo, pero en esta ocasión no ha sido así y tras las reticencias iniciales, porque se trata de una persona humilde y por lo tanto grande, quien lo sufrió ha aceptado recibir del responsable del monasterio su disculpa por lo que aconteció.
Es bueno que los errores no lleguen a caer en saco roto y como en esta ocasión, aunque no se repare el daño sufrido se evite que éste se vuelva a producir.
José Almeida
GENTE SABIA
Todos, sobre todo cuando delegas ciertas funciones y responsabilidades, estamos sometidos a ese error que en ocasiones inevitablemente llega a producirse. Es algo innato en la condición humana, pero cada vez nos vamos acostumbrando a que las cosas pasen y las dejamos como están.
La historia de los dos peregrinos que un día de nieve llegaron a uno de esos lugares emblemáticos en el Camino de la Ruta de la Lana como es el Monasterio de Silos, ocurrió hace ya años y el peregrino que me la contó lo hacía con lastima de lo que le había ocurrido, porque es un buen peregrino y además es un excelente hospitalero. Él ofrece a los peregrinos esa hospitalidad con la que entendía el Camino y se lamentaba de no haberla recibido en uno de esos templos en los que el peregrino casi llega a ser venerado.
La historia no se escribió como una denuncia a un comportamiento, sino conscientes de que la hospitalidad como algunos la entendemos está desapareciendo y aunque era uno de esos gritos en el desierto que nadie llega a escuchar, en esta ocasión, años más tarde cuando ha sido publicada, sí encontró ese eco que sin pretenderlo se estaba buscando.
De sabios es reconocer los errores y el comportamiento del responsable del Monasterio así lo demuestra tratando de enmendar en lo posible un error que para quienes lo padecieron solo va a servir de consuelo al comprobar que este gesto va a servir para que en sucesivas ocasiones y nuevos peregrinos que lleguen al monasterio no les vuelva a ocurrir lo mismo.
Generalmente estas historias son oídas por quien las cuenta y el que las ha padecido la mayoría de las veces es alguien anónimo, pero en esta ocasión no ha sido así y tras las reticencias iniciales, porque se trata de una persona humilde y por lo tanto grande, quien lo sufrió ha aceptado recibir del responsable del monasterio su disculpa por lo que aconteció.
Es bueno que los errores no lleguen a caer en saco roto y como en esta ocasión, aunque no se repare el daño sufrido se evite que éste se vuelva a producir.
José Almeida