Isaías Santos Gullón – 15 de mayo de 2017.
Cuando el viejo reloj inundaba con su nota precisa los aires tabareses.
Mucho antes de que se abrieran las fronteras y emitieran su llamada las naciones en pos de la mano noble y trabajada. Cuando aún las imágenes lejanas no entraban en los hogares más humildes. En el tiempo del vino y la tajada, cuando nadie conocía el sabor del cuba-libre, existía, rústica y oscura, una esquina que era punto de reunión cotidiana a la que acudían con la chispa de un sueño en su mirada, cada noche los hijos de la tierra.
Diríase que en la niñez, cuando se salía al recreo de la escuela, los hijos del amor se iban tejiendo y se anudaban allí donde el eco del reloj se hacía silencio. Como una reminiscencia de la infancia, como un recuerdo de la edad feliz, los hombres acudían a la esquina de la escuela como si ella fuera el trampolín que los lanzara a futuras aventuras. Y las mujeres, rodeaban lo que fuera preciso por pasar junto a la esquina en la cual, siendo niños, vieron unos ojos que entre asustados y acariciadores con insistencia en su figura se posaban.
Esquina de la escuela de mi pueblo, si tú hablaras…
En tus piedras de pizarra están escritos suspiros y miradas. Con las cántaras de barro colorado, proyectando la sombra de su figura mimbreante en el polvo de la calle, a la hora del amor y del susurro, la dorada espigadora, henchida de aromas y de soles a la cita acude. Sin mirar ha visto que no estaba, en la esquina el mozo de sus sueños. Va a la fuente y lentamente mira en torno y espera que pasen los minutos. Llena y tira de nuevo el agua de sus cántaros con pena, hasta que algo espiritual le anuncia que a la esquina ha llegado su pareja. Parte de regreso llevando el agua cristalina del “Sotillo” que a “La fuente de los caños” llega, y en el fondo de sus ojos se confunden los irisados destellos de la fuente con el ansia de ver al compañero.
A la esquina van llegando lentos y callados de cualquier lugar del pueblo los enamorados labradores. Tiempo justo han tenido de lavar el sudor de sus rostros, de ponerse una camisa limpia y de acudir envueltos en el tul de la noche serena bajo los rayos plateados de la Luna. En la esquina, apiñados comentan los avatares del trabajo en los campos y en las eras. Y mudos se quedan cuando se oye en la callada noche el eco gracioso de unas pisadas que se acercan nerviosas hasta que ágiles cruzan por delante del grupo.
Era “ella”. Nerviosa, juvenil, esbelta. En este instante, toda la rudeza varonil se transfigura. Todo el bronco carácter se transforma. Y como una nube de rocío inunda sus ojos, y como una llamarada sube a su rostro y lo viste de rubor, y como un zurriago recorre sus espaldas y hace temblar a su ser de emoción. Y aquel ser de encina, fuerte y bravío, da salida de su alma a la más tierna poesía, a ese sentimiento encantador y puro que sin poder manifestarlo poseen, los hijos de la tierra. Y vio entonces, en ese trance de felicidad y congoja, cómo subía por la calle pedregosa un hada de piel morena. Y sin decir nada, inmerso en la maravilla de sus sueños, abandonó la tertulia y cual ciervo en celo esperó bajo un cabañal de jaras el paso de su gacela.
Luego otro, después otro. Así fue lentamente disolviéndose la tertulia al paso rumbón y mimoso de las encantadoras aguadoras. Cada pareja en un recodo, bajo un cabañal, en un recogido portal, y en el aire perfumado de la noche se perdían suspiros y promesas…
Cuánto recuerdo esa esquina que irradió tanto amor y tanto sueño. Cuántas generaciones se han reunido en ella a rumiar sus penas y sus dolores a buscar en ella esperanzas y alegrías. Cuántos de vosotros, los que leyendo mis líneas retornéis a vuestros días mozos, haréis pasar por vuestra mente un instante ya pasado en el cual, como una diosa, veréis pasar una mujer que lleva en su figura un rayo de luna tabaresa impreso en el cobre de su piel.
JUAN CID ARIAS
Publicado en la página cuatro CORREO DE TÁBARA en El Correo de Zamora de 5/6/1974.