Para muchos de los oficios y trabajos que siempre se han realizado en esta tierra, el trabajo en común ha sido una de las señas de identidad con los que podríamos definirlos. Generalmente la producción del campo se concentra en muy poco espacio de tiempo y es preciso recoger los frutos, antes de que la excesiva maduración o las inclemencias climáticas puedan llegar a deteriorarlos, por eso resultaba frecuente ver por los campos, a cuadrillas para realizar un trabajo en común, que repercutía positivamente en toda la comunidad.
Pero sin duda, hay dos tradiciones en las que es frecuente ver a amigos y familiares que se reúnen para realizar el trabajo que tienen por delante. Una de ellas es la matanza y la otra, que es la que nos ocupa en estos momentos, es la recolección de los racimos de uvas que lentamente han ido madurando en las cepas.
Con el tiempo, estas tradiciones se han convertido en una fiesta y no se demanda la ayuda de los más allegados para realizar el trabajo, se invita a las personas más cercanas, para disfrutar de lo que representa este trabajo que ahora para las pequeñas explotaciones está considerado como un día de fiesta.
El año pasado, en plena expansión de la pandemia del Covid-19, cuando las autoridades sanitarias recomendaban la reclusión evitando el contacto con el resto de la población, la vendimia se convirtió en una labor más del campo, exenta de esa fiesta que siempre suele rodear a los vendimiadores que se ofrecen para echar una mano a aquellos que todavía pueden presumir de contar con una viña que recolectar.
No sólo se perdió esa relación tan esperada durante todo el año, sino que se privó a la mayoría de las gentes de los pueblos, a la fiesta posterior que se realiza después de la recolección de las uvas.
Los invitados a la vendimia, van formando grupos generalmente de dos personas que a veces no tienen una relación estrecha en la vida diaria, pero cuando se encuentran alrededor de una cepa, se establecen unos vínculos importantes, porque mientras dura la vendimia, van compartiendo conversaciones y vivencias que de otra forma difícilmente surgirían.
Las bromas y chascarrillos, llegan al punto álgido cuando alguna persona de las que acude a la vendimia, es novata en estos menesteres y todavía es frecuente que sufra la conocida lagarada, que consiste en restregar por su cara un racimo de uvas, a ser posible de la tinta de esta tierra, que deja una huella en su rostro durante toda la jornada.
Según se van llenando los cestos, los más atrevidos y generalmente los más fuertes, van llevando la recolección hasta el transporte que posteriormente llevará a la bodega todo lo recolectado y este año, por fin todos los vendimiadores han podido realizar la tarea, sin las exigencias y restricciones de protección que debieron tener el año pasado, por lo que la unión tan deseada, por fin ha resultado posible.
Una buena vendimia, requiere recuperar las fuerzas que se han dejado en la viña por medio de una buena comida y en esta ocasión una de las cuadrillas de Tábara que han estado realizando la vendimia, se han reunido en el área recreativa de la Folguera, donde han dado buena cuenta de los ricos productos que está tierra consigue producir, además de una espectacular paella con productos del mar traídos expresamente desde Pontevedra.
Sin duda, esta vendimia ha representado un paso muy importante hacia esa normalidad tan deseada y todos los que han participado en ella, han podido disfrutar de ese hermanamiento y de la unión, que una de nuestras tradiciones consigue aflorar y esperamos que a partir de ahora, el resto de las tareas del campo que se hacían comunitariamente, puedan seguir desarrollándose como siempre se ha hecho.
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