Esther Cid Romero – 10 de septiembre de 2016
¡Por fin!. Aquella tarde por fin se podía respirar. Tras una semana de calor agobiante, una ligerísima brisa refrescaba el ambiente.
Estaba disfrutando con los compañeros de esta agradable tregua cuando, de repente, una punzada de dolor me obligó a encoger el cuerpo. Tras unos minutos retorcido, me estiré como pude y fue entonces cuando oí el ahogado lamento de la perra. Miré asustado a los que estaban conmigo, pero no hallé en ellos el consuelo buscado, sino la aterradora verdad de lo que ocurría.
Otra sacudida lacerante. Vienen a mi mente un tropel de recuerdos atropellados. Te veo en el parque jugando con la chavalería. Otro aguijón ardiente me atraviesa, es la voz insegura de un Rey Mago a la que sigue una multitud de niños esperando caramelos… y quién sabe, quizás algún regalo.
El puñal no tiene descanso. Un nuevo envite me deja sin respiración. Estás con tu padre. Te enseña sus artes mientras, sentado en el garaje, pone a punto las herramientas.
La afilada hoja me quema las entrañas. Estoy sangrando. No. No quiero pensar, solo deseo apagar la memoria. Duele demasiado. Pero el torrente de recuerdos es imparable y baja en cascada embravecida sin que yo pueda detenerla:
-Corta por aquí
-Déjame, anda, que yo se bien lo que hago.
Una nueva herida deja al descubierto mi carne viva. No hace más de nueve meses. Te veo llorar. Tus lágrimas son las del pueblo entero que busca en el cielo una explicación.
La lanza certera golpea otra vez. Me llegan rumores de que no te encuentras bien. El diagnóstico congela el alma. Aún así, como cada año, vuelves a cuidarme, como el amante fiel que no hace caso a las dificultades y peligros, y acude solícito a la cita con su amada. Tu mano cariñosa apenas tiene fuerzas y por ello te acompaña tu hermano. Pero son tus caricias las que nota mi cuerpo, es tu orden la que obedece la sierra, es tu ángel el que me hará renacer en primavera.
En esta tibia tarde de septiembre, cuando creo que no puedo soportar más, llega el revés definitivo. Nos dejas amigo, mi querido podador. Observo mi tronco tullido. Las llagas causadas por tanto dolor han dibujado para siempre tu nombre en mi piel, FELIXÍN.
DEP
Nuestro cariñosísimo recuerdo a toda la familia.
Mery, Isamari y Esther.