Ayer, sábado nueve de septiembre, Tábara amaneció con un clima fresco y una brisa suave, creando un entorno perfecto para dar inicio a una de las tradiciones más queridas en esta tierra: la vendimia. Familias enteras se reúnen para cosechar los preciados racimos de uvas que prometen convertirse en un néctar excepcional como cada año.
La viña de Luis y su familia fue el epicentro de esta jornada, donde familiares y amigos se unieron para continuar con una costumbre que han mantenido con esmero, asegurándose de que no se pierda la conexión con las raíces de esta tierra.

En esta región, el trabajo en común ha sido una parte fundamental de la identidad, especialmente en lo que se refería a las actividades agrícolas. La producción del campo se concentraba en un breve período de tiempo, y era crucial recolectar los frutos antes de que la maduración excesiva o el clima adverso puedan dañarlos. Por esta razón, aún hoy es común ver cuadrillas de personas trabajando juntas en los campos, recolectando la uva, única tarea que a día de hoy sigue haciéndose de manera similar a lo que era antaño.
Dos de las tradiciones más notables que solían requerir la colaboración de amigos y familiares eran la matanza y la vendimia. A lo largo del tiempo, estas actividades se transformaron en fiestas que ahora involucran a personas cercanas que no necesariamente están relacionadas por lazos de sangre, pero que se reúnen para disfrutar de la experiencia que ofrece el trabajo en el campo.
Los participantes de la vendimia se organizan en grupos, generalmente de dos personas, a menudo sin una relación cercana en la vida cotidiana. Sin embargo, mientras están alrededor de las vides, establecen vínculos profundos compartiendo conversaciones y experiencias que difícilmente surgirían de otra manera.
Las risas y las bromas alcanzan su punto álgido cuando alguien que es nuevo en esta actividad se convierte en víctima de la «lagariada», una tradición que implica frotar un racimo de uvas, preferiblemente de la variedad tinta, en el rostro del novato, dejando una marca que durará todo el día.
A medida que se llenan los cestos, los más valientes, generalmente los más fuertes, trasladan la cosecha al transporte que la llevará a la bodega.
Una buena vendimia requiere la recuperación de energías, y en esta ocasión, la cuadrilla de amigos de la familia de Luis eligió, como cada año, el área recreativa de La Folguera para su comida tradicional después de la vendimia. Sin embargo, debido a las condiciones climáticas imprevistas, tuvieron que improvisar y trasladarse a la bodega en San Lorenzo. Allí prepararon los ya clásicos mejillones al vapor, además de una espectacular paella con productos del mar traídos especialmente desde Pontevedra por Antonio, el hermano de Luis.
Después de una larga sobremesa, donde no faltaron postres para todos los gustos y un café de puchero, chupitos y cubatas, pusieron el colofón a una fiesta familiar entrañable, donde el espíritu de tiempos pasados estuvo presente en todo momento.
Tras este merecido descanso, dio inicio la segunda parte de la jornada: la preparación de la uva para convertirla en mosto, el primer paso en la producción de un vino excepcional.
En resumen, este día de vendimia en Tábara fue una celebración de la tradición y la amistad. Luis y su familia han demostrado una vez más su compromiso con la conservación de esta costumbre que sigue uniendo a la gente en torno al amor por la tierra y el vino. Que esta tradición perdure y podamos disfrutar cada año de un día de vendimia entre familiares y amigos.
Galería de fotos: SAF


























































































