Almeida – 9 de abril de 2014.
Santuario se había convertido para mí casi en una obsesión. En varias ocasiones había pasado a su lado, pero el destino no había querido que mis pasos me dirigieran hasta aquel lugar.
Eran muchas las historias y relatos que escuché acerca de este lugar; y como si se tratara de alguna de las antiguas leyendas que en ocasiones se cuentan, llegué a pensar que solo se trataba de un sueño fruto de mi mente. Nada de todo lo que contaban podía ocurrir en la realidad, solo podía ser creación de la imaginación de algunas mentes soñadoras.
Pero a veces los sueños más inverosímiles acaban por convertirse en realidad. Y por fin, mi ansiado primer contacto con Santuario iba a producirse. No me lo podía creer. También cabía la posibilidad de que me llevara una decepción; ya que, tal vez, lo había idealizado en exceso a base de tanto soñar con él. Por eso, traté de ser prudente y dejar aparcado en un rincón de mi mente todo lo que allí se había ido formando, para que solo las nuevas sensaciones y experiencias que iba a recibir, fueran las que se alojaran en mi cabeza y ninguna idea o ensoñación previa las llegara a contaminar.
Santuario podía encontrarse en cualquier sitio, es más, yo creo que se encuentra en muchos sitios y aparece siempre en aquel lugar donde alguien le necesita. Por eso, no vamos a describir lo que había a su alrededor y solo nos ceñiremos a lo que podemos ver dentro de sus muros.
A Santuario siempre llegaban aquellas personas que necesitaban recibir hospitalidad. Daba lo mismo la condición social de quienes hasta allí llegaban; ni su ideología o su religión. Las puertas estaban siempre abiertas para todos y siempre había un plato de sopa para aquellos que necesitaban alimentar su cuerpo, ya que su espíritu comenzaba a alimentarse nada más traspasar la gran puerta de madera de encina de la entrada.
Solo accedían aquellos que tenían que llegar hasta allí. Algunos lo hacían de forma inconsciente, no sabían como sus pasos les habían llevado hasta aquel lugar; otros ya habían estado antes o habían oído hablar de aquel sitio y buscaban su acogida. También había algunas personas que llegaban hasta la puerta, pero no eran esos elegidos que debían pasar allí el día y lo mismo que habían llegado, se marchaban sin apenas decir nada, ni dar ninguna explicación sobre su marcha.
Aunque estaba en un lugar mágico, inicialmente fue concebido para acoger a las personas más necesitadas. Por su puerta pasaba esa senda milenaria que miles de peregrinos utilizaban para desplazarse hasta donde se encuentran los restos de uno de los discípulos del Maestro; y cada vez eran más los peregrinos que buscaban allí acogida después de una jornada en la que habían dejado parte de sus fuerzas. Sabían que allí encontrarían esa vitalidad que les permitiría seguir adelante al día siguiente. Ahora, casi acogía en exclusiva a esos peregrinos que deambulan por el Camino en busca de lo que cada uno lleva en su interior y que era muy personal, aunque en ocasiones los corazones se abrían y compartían con el resto el motivo por el que se encontraban allí, en ese sendero mágico, atraídos por la energía que han ido depositando sobre él los millones de peregrinos que lo han recorrido antes.
Era una casa sencilla, más bien diría que resultaba muy humilde, por eso algunos que no habían sido llamados para alojarse en ella, cuando sus pasos les llevaban hasta la puerta, se daban la media vuelta y continuaban su camino. Eran esas personas que no llegarían nunca a captar toda la esencia que rezuma cada uno de sus rincones.
Las maderas, de crecimiento lento, soportaban los muros hechos con adobe. A veces el encofrado se dejaba ver y mostraba estas maderas centenarias que sabían como soportar el paso del tiempo. Esta construcción hacía que el interior resultara muy agradable, ya que en los duros días de invierno el frío no se introducía dentro y tampoco lo hacía el calor en los soleados días de verano.
En la planta baja, además de la cocina, se había habilitado una gran sala para que todos los peregrinos tuvieran un lugar donde poder compartir la cena y muchas cosas más; las plantas superiores tenían unas livianas colchonetas sobre las que los peregrinos extendían sus cuerpos para descansar y recuperar las fuerzas que habían ido dejando durante la larga jornada.
En uno de los extremos de la parte superior de la casa se había construido una sencilla capilla en la que los peregrinos compartían todas las noches sus vivencias y las sensaciones que les había aportado la jornada; era el rincón especial de Santuario. Allí, todos los peregrinos dejaban la energía positiva que llevaban con ellos y se iban cargando de esa energía que los que habían pasado por allí dejaron en aquel lugar.
Allí no se decía nunca a nadie que no había sitio. Cuando se llenaba una sala, se abría otra; cuando esta se llenaba, se habilitaba una tercera, y si también se llenaba, cada uno de los rincones de la casa se acomodaba para que el peregrino pudiera descansar; y si al final no había más sitio donde alojar a los recién llegados se habilitaba la iglesia, el jardín o cualquier otro lugar en el que un cuerpo cansado pudiera descansar.
La primera vez que crucé la puerta de Santuario, el Maestro me dijo que en aquel lugar encontraría repuesta a muchas de las preguntas que yo me estaba haciendo y me aseguró que cuando llegara el momento pasaría una temporada a su lado, para comprobar como todo lo que la mente, a veces puede llegar a imaginarse, no es más que fruto de la realidad.
El Maestro era una persona que transmitía bondad. Nada más verle, ya sentías la sensación de placidez que muchas veces buscamos. Cuando comenzaba a hablar, con su voz delicada y suave, te iba embriagando con cada una de las palabras que salía por su boca. Creo que era ese sabio que en alguna ocasión todos estamos buscando para aprender de los conocimientos que ha ido acumulando con el paso de los años.
Por fin mi sueño se iba a ver hecho realidad, pasaría dos semanas con este hombre sabio en aquel lugar mágico, donde además de ir bebiendo de sus conocimientos, tendría las aportaciones de todos aquellos que cada día llegaban hasta allí. Estaba seguro que serían infinitas y solo me daba algo de miedo no poder asimilarlas todas.
Desde el primer momento traté de estar la mayor parte del tiempo al lado del maestro, también pasé muchas horas junto a los peregrinos que llegaban cada día; y dejaba que mis oídos se agudizaran, para ir escuchando todas las vivencias que cada uno de ellos llevaba en su interior y estaban deseosos de compartir.
En los momentos que estaba solo, traté de apuntar cada una de las historias que iba escuchando. A veces alguna se quedaba en el tintero, ya que era imposible recordarlas todas, pero según vayan volviendo de nuevo a mi mente las iré relatando para que todos los peregrinos puedan conocer como es Santuario. Y aunque las sensaciones y las emociones resultan a veces muy difíciles de expresar por escrito, intentaré hacerlo con la mayor fidelidad que me sea posible.