Pienso, luego digo – 23 de marzo de 2019.
Confieso que no soy cazador, nunca he sentido la menor afición por la caza, aunque siempre he respetado a quienes la practican porque he visto en muchos de ellos un interés especial por mantener ese equilibrio tan necesario en la naturaleza y sobre todo, en el mantenimiento y conservación de las especies, porque son los primeros interesados en que no desaparezcan.
Por eso, cuando recientemente se prohibió por un juzgado la práctica de la caza en toda una comunidad, tenía algunos sentimientos encontrados sobre aquella decisión, lo que me ha llevado a pensar un poco en el problema que se suscita con los intereses de los que están a favor de la caza y los proteccionistas que desean abolirla.
El ser humano, desde que se tiene constancia de su estancia en este mundo, ha tenido que alimentarse y para ello lo que hacía era proveerse de lo que tenía más a mano que eran los animales y se fue especializando en la caza que le procuraba ese sustento que necesitaba para vivir y más tarde al conocer y desarrollar la agricultura, se fue asentando en lugares estables porque contaba con lo necesario para subsistir.
A lo largo de miles de años, la evolución fue asentándose en estos dos principios necesarios para el hombre y también fue manteniendo el equilibrio necesario para que hayamos legado donde nos encontramos en estos momentos.
Con el paso del tiempo, la caza ya no representó una prioridad para la subsistencia y se transformó en desarrollar ese instinto que debía encontrarse dentro de los genes de cada uno, porque muchos fueron derivando esta actividad como un hobbie en el que los instintos primarios seguían hurgando en las habilidades perdidas de la supremacía de una especie sobre las demás y encontraban en el seguimiento de una presa esa sensación que solo ellos son capaces de poder explicar.
Como no todos somos iguales, tendemos a que los que no piensan como nosotros, tratar que lo hagan y si es preciso imponer algunas ideas, se hace con el fin de conseguir nuestros objetivos y fruto de ello, ha sido esa prohibición de impedir capturar ninguna especie para proteger la fauna salvaje que se prodiga en algunas zonas de nuestro territorio.
Imagino a los defensores de esta fauna cómodamente en una ciudad en la que rodeados de asfalto y de polución, su único sueño sea de vez en cuando desplazarse hasta el campo donde poder respirar ese aire no viciado y ver cómo los animales se prodigan de una forma libre y luego vuelven al confort de sus casas, con la mente puesta en la próxima salida que puedan hacer.
Pero también me imagino a los que se encuentran en el medio rural, que se han especializado en la agricultura o en la ganadería y ven que cuando el fruto de su trabajo comienza a dar algunos resultados, una manada de animales salvajes bajan de los montes y en una noche arrasan con una cosecha que ha costado mucho tiempo y esfuerzo para poder sentirse satisfechos con los resultados que ya no van a ver. O a esos ganaderos que no pueden dejar sus ovejas en el campo o sus rebaños de vacas en los prados, porque la masiva y creciente proliferación de lobos les hace descender a las tierras más bajas en las que encuentran abundante alimento.
Creo que hay que buscar el equilibrio, es necesario, porque este equilibrio es el que ha permitido que nos encontremos donde y como estamos y mientras eso no ocurra siempre habrá alguien que resulte perjudicado y en este caso, algunos se están jugando su subsistencia porque depende de este equilibrio para ello.
Respeto también a los que tratan de proteger la naturaleza, pero con imposiciones creo que no se va a conseguir nada, seguro que si vivieran en el mundo rural y vieran los perjuicios que una desmesurada proliferación de fauna salvaje puede llegar a causar y sobre todo, si les afectara directamente a ellos, su opinión resultaría muy diferente.