Aseguraba el gran poeta Blas de Otero, que la herramienta más poderosa con la que contaba, era la palabra, porque a través de ella, sabía cómo llegar a lo más profundo de los corazones, incluso hasta los de aquellos, que pensaban de una forma diferente y a través de la palabra, conseguía convencerlos con lo que decía.
Sin ninguna duda, se trataba de otros tiempos, tiempos lejanos en los que a través de enardecidos debates, los que poseían el talento de la oratoria, eran capaces de convencer a los que pensaban de forma distinta, porque cuando uno cree profundamente en lo que dice, tiene la razón y la palabra, siempre es la herramienta con la que mejor se puede llegar a lo más profundo de las almas.
Cuando la palabra es incapaz de conseguir convencer, los ineptos emplean el grito, la censura y hasta la imposición, para tratar de adiestrar a los demás, lo que ronda por sus perversas mentes.
No dejan de ser personajes mediocres, que se sienten incapaces de saber cómo emplear la mejor herramienta con la que hemos sido dotados para convencer, pero ellos, se han formado en el arte del engaño, sabiendo como nadie engatusar con las palabras que todos desean escuchar y sólo venden humo, que en el momento que se diluye con el aire, acaba por volatilizarse y entonces, no queda nada de lo que han prometido cuando buscaban nuestro respaldo.
El poeta sin duda pensaba en otra generación cuando formuló esta aseveración, estaba pensando en esas personas, para las que la palabra, tenía tanta fuerza que una vez que la pervertían, se sentían ellos mismos perversos y esa época de Castelar, Cánovas, Gómez de la Serna, Unamuno,…… y tantos otros, que desde el estrado, supieron convencer desde el respeto y ser respetados, sin duda pasará mucho tiempo antes que volvamos a aprender con sus enseñanzas, porque viendo lo que en estos momentos tenemos, la vida pública acabará denigrándose de tal forma que resulte irreconocible e irrecuperable.
Cada día somos testigos con demasiada frecuencia, desde lo alto de los púlpitos desde los que nuestros representantes deben rendir cuentas ante quienes les han puesto en el sillón que ocupan, que aquella palabra que antes convencía y era respetada, va siendo sustituida por el, y tú más, y llega ese momento en el que las acusaciones de unos y de otros, son el único argumento que saben mantener y hasta ese punto de degradación, ha llegado a pervertirse el don de la palabra.
Cuando escucho en lo alto del estrado al orador, gritando y lanzando furibundas acusaciones a los contrarios casi siempre a través de descalificaciones, me doy cuenta de que ha perdido la razón y dejo de escuchar el pregón que trata de lanzar desde un lugar que debería ser tan respetable.
Desgraciadamente, son muy pocos los que logran salvarse de esta situación, porque tenemos la sensación que se ha establecido una batalla por conseguir ser la persona que más improperios puede llegar a lanzar, para ocupar al día siguiente las portadas de todos los medios.
Resultaría muy sano y sobre todo tremendamente decente, que aquellos que ya no consiguen convencer con la palabra, lo mejor que pueden hacer es retirarse y dejar que otros, a través de sus argumentos empleando únicamente la palabra, nos permitan seguir creyendo en la fuerza que tiene saber convencer.
Aunque ellos no lo crean, los que escuchamos no somos tontos y tenemos memoria y llegará ese momento, en el que nos revelemos y no permitamos que sigan empleando la palabra de la forma tan torticera en la que ahora lo están haciendo.
Afortunadamente, siempre nos quedará la palabra que sigue teniendo la fuerza que el poeta consiguió ver en ella y siempre quedarán personas decentes que sepan el uso que deben hacer de ella.