Aseguran, que sentido común debería ser el más común de los sentidos y cuando algo no encaja dentro de los procedimientos y las normas previamente establecidas, es conveniente y necesario aplicarlo, aunque muchas veces no se ajuste a las normas, ya que de lo contrario estaremos cometiendo una injusticia.
Dotarnos de unas normas de convivencia, es algo no sólo necesario, también resulta imprescindible para poder establecer unos criterios lógicos que sean los que presidan nuestra convivencia con los demás, pero es imposible que las normas que establecemos, pueden abarcar todas las excepcionalidades que se pueden presentar y es en esos casos, cuando la norma impide una actuación correcta y lógica, aplicar el sentido común, que además de ser lo más acertado, evitará esos cargos de conciencia, que a veces, nos produce aplicar las normas establecidas.
Desgraciadamente, son nuestros dirigentes, aquellos que deberían velar por el buen funcionamiento de la sociedad, los que se empecinan en aplicar las normas que previamente han ido creando, porque salirse de ellas, es ir en contra de lo que ellos han establecido, y a veces reconocer un error, aunque el resultado pueda llegar a ser injusto, porque, ante todo, está el cumplimiento de la norma.
Los funcionarios representan otro colectivo que como alumnos aventajados de quienes les dicen lo que tienen que hacer, lo hacen sin cuestionarse la razón de lo que están haciendo, provocando muchas veces una injusticia que debería dar vergüenza.
Reconozco que resulta muy difícil mantener un equilibrio, por eso estoy convencido que nunca me vería atraído por eso que llaman el servicio público y tampoco hubiera servido como funcionario, aunque en honor a la verdad, siempre puede haber excepciones, pocas pero las hay, que vienen a confirmar la regla, de que no podemos meter a todos en el mismo saco.
Acuden a mi mente tres situaciones recientes, hay muchas más, que me parecen tan injustas, que delatan la falta de tolerancia y de sentido común de quienes sólo se rigen por las normas, olvidando algo tan básico para la convivencia como es, tratar de ser coherentes y para ello, únicamente hubieran tenido que aplicar el sentido común.
En estos momentos de pandemia, en los que las normas son claras para evitar la propagación del virus, resulta increíble la noticia aparecida en los medios de comunicación diciendo que agentes de la seguridad, hayan detenido a una persona que se encontraba en la calle fuera del horario establecido, sin importarles, porque se debía percibir claramente, que este anciano padecía Alzheimer, denunciándolo por incumplir la norma.
En los pueblos abandonados de la provincia de Zamora, el abastecimiento es muy precario y las necesidades básicas que tienen quienes habitan en ella, les obligan a buscar los medios y las personas para proveerse de lo que necesitan.
En uno de estos pueblos, el responsable del bar que había en el mismo, quiso abastecer a los vecinos proveyéndoles de este alimento básico como es el pan, que necesitaba para su establecimiento, pero los técnicos de sanidad creyeron que era mejor dejar a los vecinos desabastecidos, antes que ir en contra de la norma que impedía en un lugar que servían productos de alimentación, no estaba acondicionado para distribuir pan.
Más sangrante todavía, resultó comprobar cómo en uno de esos pueblos que apenas cuenta con medio centenar de personas y donde solamente hay un bar-tienda, que provee de todo lo que los vecinos pueden necesitar en un caso de apuro (galletas, sal, azúcar, lejía,….) Contaba con unos pocos paquetes de tabaco, que también puede considerarse de primera necesidad para quienes tienen el hábito de fumar y se han quedado sin tabaco y tuvo la desgracia de que un inspector, viera unos paquetes sobre una de las estanterías y le impuso una sanción tan elevada, que difícilmente llegaba a poder pagarla el beneficio que tenía a lo largo del año.
Seamos coherentes, lo primero es saber dónde nos encontramos y si un establecimiento cierra en cualquiera de los pequeños pueblos que tenemos, la vida se muere porque el pueblo va dejando de latir.
Si fuéramos tan exigentes con nuestros dirigentes y con nuestros funcionarios, que se apartan del sentido común centrándose en la norma, seguramente muchos de ellos dejarían de dificultar el desarrollo tan necesario que estamos perdiendo y si estableciéramos un procedimiento para que accedieran al lugar en el que se encuentran, muchos de ellos nunca accederían al puesto que ocupan.
Seamos un poco más lógicos y situémonos en el lugar en el que nos encontramos, unos pueblos que apenas laten y en el momento que se apaguen los pocos que mantienen la vida en ellos, acabarán muriendo por el abandono al que nos están sometiendo.
En estos casos, es cuando el sentido común debe prevalecer siempre sobre las normas, porque las normas nunca las han aplicado a los que vergonzosamente tienen olvidados.