almeida – 16 de diciembre de 2014.

Cuando ese ser celestial decide ofrecer el soplo de la vida, con cada una de sus manos va asignando las almas. Lo hace de dos en dos de forma indiscriminada. Esas al­mas que habían permanecido unidas, por primera vez se separan desconociendo cada una cuál ha sido el destino de la otra.

El camino de la vida constituye una permanente bús­queda. Asimilamos todo lo que pasa por delante de nuestros ojos y aquello que pensamos que puede enriquecer nuestra alma tratamos de conservarlo porque va formándonos y acaba por configurar la personalidad que nos diferenciará de los demás el resto de nuestras vidas.

PUBLICIDAD

Pero, ¿y nuestra alma gemela? aquella de la que fuimos separados con nuestro primer aliento. ¿Conseguiremos al final encontrarla o nos pasaremos en vano toda la vida buscándola?

El camino también representa una permanente búsque­da. Vamos al camino porque deseamos buscar respuestas, encontrarnos y sobre todo aprender. Será como en nuestra vida en la que vamos asimilando, conociendo y poseyendo muchas cosas y sólo algunas continuarán recorriendo el camino de la vida con nosotros, otras se van quedando. La fuente de sabiduría que el camino nos ofrece es inmensa, estamos ante el mayor libro de la historia. Ese libro que se va escribiendo con las experiencias de los peregrinos durante más de doce siglos y aún sigue escribiéndose y el cúmulo de conocimiento que va acogiendo representa la mayor fuente de sabiduría en la que podemos beber.

Cuando se asignaron nuestras almas, no siguieron un orden establecido. A veces esos renglones torcidos de Dios deparan nuestra mayor felicidad cuando comprobamos que nuestra alma gemela le ha sido otorgada a una persona de nuestro mismo sexo. Pero, ¿por qué no? ¡Acaso el amor y la felicidad que sentimos al reencontrar a nuestra alma gemela, no solo sea algo material y tangible o se trate de algo más elevado, de ese sentimiento y esa sensación en la que dos mentes se llegan a convertir en una sola, porque piensan lo mismo, sienten lo mismo y, lo que es más importante, respiran a la vez!

En ocasiones creemos que hemos encontrado a nuestra alma gemela y comenzamos a compartirlo todo con ella. Algo similar nos ocurre en el camino. En algunas etapas caminamos con personas con las que nos encontramos muy a gusto hasta que nos damos cuenta de que llevamos los ritmos descompensados. Tratamos de caminar al mismo ritmo, pero al final vemos que siempre hay uno que debe adaptarse y supeditarse al otro y cuando uno debe ir acomodándose al ritmo que le va imponiendo el otro, nos damos cuenta de que no es el complemento perfecto.

Pero las almas gemelas son la perfección de la creación y además muy tozudas en su búsqueda y no cesan hasta que lo consiguen. Cuando llega el anhelado reencuentro, no se amedrentan ante las adversidades y su único fin es volver a unirse y no volver a separarse a pesar de los señuelos que hayan ido surgiendo en el camino, siempre hay un momento que el destino hace que vuelvan de nuevo a cruzarse.

Cuando tenemos la mente abierta y sabemos reconocer ese momento, es entonces cuando por fin acabamos encon­trando la verdadera felicidad que nos está esperando por­que ese momento sublime, en el que las almas gemelas se reencuentran, no hay que dejarlo pasar ya que entonces esas almas se convierten en una y llegan a conocer el estado más elevado que puede buscar el ser humano: haber encon­trado al poseedor de esa alma que es quien únicamente puede llegar a conocer y comprender la suya, porque son uno. Forman la unidad perfecta.

Publicidad Dos sliders centrados