Pienso, luego digo – 26 de marzo de 2019

                Siempre he escuchado a los mayores, que somos animales de costumbres, nos hemos ido habituando a determinados comportamientos, que cada uno se encuentra dentro de su contexto y de su tiempo y si en un momento nos los cambian, no solo nos sentimos extraños, sino que ya todo deja de ser lo mismo.

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                Debe ser ese ciclo de la naturaleza que hace que la floración nos vaya anunciando la llegada de la naturaleza y la caída de las hojas en algunos árboles presagie ese invierno que se acerca, aunque cada vez esta norma está sufriendo más alteraciones por el efecto del cambio climático, pero eso es otro tema.

                Las tradiciones nos permiten sentir que todo sigue en su sitio y cada cosa llega justo en el momento que tiene que venir y cuando más sabrosa nos resulta la carne del cerdo es en las cercanías de San Martín, que es cuando los fríos aconsejan realizar la matanza o unas flores de carnaval, parece que solo resultan deliciosas en la época para las que fueron concebidas y las frutas y las verduras, tienen todo su aroma y sabor cuando el efecto de los rayos solares hace que su maduración sea la óptima para poder degustarlas.

                Siempre ha sido así, pero por lo que estamos viendo últimamente, ya ha dejado de ser así, las costumbres y sobre todo, la globalización que avanza a pasos agigantados, va haciendo que todo cambie y también van cambiando los hábitos de aquellos que disfrutábamos con las cosas de cada temporada.

                Hoy podemos encontrarnos sin dificultad en cualquier época del año, la repostería que estaba destinada a unas fechas muy concretas y en todo momento podemos saborear cualquier tipo de alimento que antes solo se podía consumir en unas épocas determinadas. El mundo se ha reducido tanto, que ya no hay distancias y todo lo que precisamos para satisfacer nuestros deseos, podemos conseguirlo en cualquier momento procedente de los lugares más insospechados que nos podamos llegar a imaginar.

                Este cambio de hábitos y de costumbres, también está haciendo que vayamos cambiando cada uno de nosotros y ese turrón que solo era un producto ideado para las fechas navideñas, podemos consumirlo en cualquier momento del año o las bollas de cascarones que se elaboraban con los chicharrones de la matanza y esas torrijas que al probarlas si cerrábamos los ojos, nos imaginábamos las procesiones de la Semana Santa para las que fueron concebidas y qué decir de cuando llegaba el invierno, sentados alrededor de la chimenea asando unas castañas recién cogidas del castaño, todas estas cosas, han ido perdiendo sus señas de identidad y se han convertido únicamente en productos de consumo para el momento en el que nos apetezcan.

                Entonces, cada cosa que degustábamos, nos hacía sentir la época del año en la que nos encontrábamos y muchas madres esperaban estas fechas para elaborar para su familia lo que la tradición les había legado y todo nos sabía diferente, hasta las casas olían de forma distinta y por ese olor nos íbamos adentrando en la época del año en la que nos encontrábamos.

                Hoy todo eso ha ido cambiando, seguramente para algunos puede resultar un avance porque tenemos lo que deseamos en el momento que queremos, pero el aroma y sobre todo el sabor de cada cosa, ya no es lo mismo, aunque tengamos todo a nuestra mano, hay cosas que se van perdiendo y esos sabores con los que degustábamos cada uno de los productos se van perdiendo porque están fuera de sitio y de tiempo.

                Somos y seremos animales de costumbres y cuando las costumbres se van perdiendo, parece que se desvirtúa un poco la esencia de las cosas.

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