almeida – 14 de julio de 2014.
Es muy curioso y a la vez resulta muy interesante conocer lo que el Camino está aportando a los peregrinos, sobre todo a aquellos que se confiesan noveles porque es la primera vez que lo están recorriendo.
Llegó al albergue una joven americana que lucía una discreta e incipiente barriga fruto de un embarazo de tres meses.
Según confesaba, el cambio que se había producido en su cuerpo recientemente, la estaba permitiendo tener unas sensaciones y sobre todo percibir a través de todos sus sentidos cosas que antes no se había podido imaginar, ni tan siquiera se había llegado a plantear.
Estaba encantada con todo lo que el Camino la estaba aportando y sobre todo, sabía y deseaba no perderse nada de lo que según manifestaba, el Camino la tenía reservado.
Cuando a la mañana siguiente se disponía a comenzar una nueva jornada, la despedí con un abrazo como hago con todos los peregrinos que acojo y me susurró al oído que el recuerdo que se iba a llevar de nuestro albergue eran los aromas que había sentido.
Imaginé que como nos encontrábamos en pleno apogeo de la primavera en la que la naturaleza se manifiesta en todo su esplendor, el aroma de las flores y los incipientes frutos de los árboles que expandían su aroma por todos los rincones, era lo que la peregrina había sentido y se había ido quedando dentro de ella desde que llegó.
La joven me confesó que todo eso lo había sentido desde que los colores comienzan a teñir los campos y según iba caminando aspiraba con fuerza todo lo que la naturaleza la estaba obsequiando, pero no era a eso a lo que se refería.
Creo que me desconcertó su respuesta y estoy seguro que ella se dio cuenta y antes que pudiera preguntarle a que se refería, continuó comentando lo que esa mañana había sentido.
Según la peregrina, uno de los recuerdos de su niñez, era cuando su madre para desayunar la preparaba tostadas y el aroma que desprendía el pan caliente, parecía que agudizaba todos sus sentidos antes de ir cada mañana al colegio.
Cuando se independizó, fue perdiendo algunas de las buenas costumbres que había tenido en su niñez y una de ellas fue ese suculento desayuno que su madre con esmero la preparaba cada mañana.
Después de muchos años, cuando se encontraba en la litera del albergue, no la despertó la música que cada mañana se pone en el albergue para que los peregrinos vayan dejando la somnolencia antes de comenzar un nuevo día, fue ese aroma del pan recién tostado que estaba inundando el albergue lo que la hizo levantarse de la litera y como en su niñez, no solo los aromas, también el sabor de un pan recién tostado la hizo presagiar que estaba ante un excelente día, como aquellos que conservaba tan bien en su recuerdo.
Cuando la vi marchar, iba alegre y contenta y me alegré que algunas costumbres no se lleguen a perder del todo, sobre todo, esas que por falta de tiempo vamos dejando un poco olvidadas.
Creo que también la peregrina, recordará este lugar por ese aroma que cada vez que lo sienta, se acordará de su paso por nuestro albergue.