almeida – 15 de julio de 2014.
Resulta muy curioso ver como en ocasiones personas con importantes lesiones, superan todas las adversidades y se enfrentan a recorrer un camino que dadas las condiciones en las que se encuentran, puede llegar a convertirse en un reto imposible.
Ese es uno de los milagros que tiene este Camino, ese afán de superación y de no darse nunca por rendido, demostrando que la palabra imposible no se puede certificar mientras no se haya intentado.
Cuando te encuentras en el albergue acogiendo a los peregrinos que llegan, vas viendo situaciones imposibles en los que ese espíritu de seguir adelante y de superar las adversidades, es algo que está presente todos los días en cualquiera de los caminos.
Para muchos, cuando le han detectado una dolencia que les obliga a hacer una vida sedentaria, si son peregrinos, lo lamentan más que nada por no volver a sentir el Camino bajo sus pies, pero siempre hay peregrinos que se las ingenian para buscar la forma de no hacer caso a las recomendaciones y seguir adelante.
Hace unos días, pasaron por el albergue dos peregrinos de una avanzada edad que a los dos les habían tenido que intervenir en su espalda por unas dolencias que padecían y a los dos les habían dado el mismo diagnostico, no podrían como antes recorrer largas distancias y por supuesto no debían cargar nada sobre sus espaldas.
Pero la llamada del Camino era tan fuerte, que fue haciendo que la imaginación se desarrollara de tal forma que encontraron como poder seguir recorriendo el Camino siguiendo los consejos médicos. Se habían inventado un sistema para transportar sus mochilas que la espalda apenas se resentía. Llevaban las mochilas sobre dos cochecitos que por medio de unas correas sujetaban en sus hombros y en lugar de cargar con ellas, las iban deslizando evitando que el peso se cargara sobre la espalda.
Todos los peregrinos que tienen alguna dolencia o lesión importante, hacen trabajar a su mente para que esta busque la forma de superar odas las adversidades.
Aunque también los hay que a pesar de las contrariedades que sufren, afrontan con ánimo el Camino porque están convencidos que su destino se encuentra ya establecido y no es precisamente en esta ruta milenaria sino en lo que la vida les ha ido aportando.
Uno de estos peregrinos pasó recientemente por el albergue de Tábara. Rondaba los sesenta años y era uno de esos fumadores empedernidos que van dejando restos de sus cigarros en todos los ceniceros que hay en el patio del albergue. Eran inconfundibles, únicamente fumaba puros de la marca que habitualmente estaba acostumbrado a fumar, los había traído de su país y una parte de la mochila estaba destinada a este avituallamiento tan imprescindible para él.
Cuando nos encontrábamos sentados en el exterior del albergue conversando tranquilamente, me ofreció uno de sus cigarros y sin que yo le dijera nada. Comenzó a hablar de las dolencias que sentía cuando terminaba cada jornada.
Según me confesaba, estaba hecho un guiñapo, pero a pesar de todo, disfrutaba contemplando cada momento nuevos horizontes. Había sido intervenido en la espalda por una fuerte dolencia y le habían puesto casi media docena de tornillos de titanio y una placa para sujetar algunas vértebras en las que tuvieron que intervenir.
También a causa de su adicción al tabaco, tenía un enfisema pulmonar y en ocasiones cuando el esfuerzo era considerable notaba como le faltaba el aire y debía hacer frecuentes paradas.
Fue detallando no se cuantas cosas más que deberían haberle apartado hacia mucho tiempo del Camino, pero la atracción que sentía era tan fuerte que no podía dejarlo, aunque siempre que llegaba a Santiago decía que esa era la última vez.
Le comenté que tarde o temprano, tendría que dejarlo, porque los años no iban pasando en vano, sobre todo cuando el cuerpo se encuentra castigado como decía que estaba el suyo.
Se quedo mirándome fijamente y con una picarona sonrisa, remarcando un poco más el acento característico de su país me dijo:
-El Camino, sé que no va a terminar conmigo, es más me dá nuevas fuerzas para seguir adelante. Lo que si un día acabará conmigo, es mi novia, que tiene treinta años menos que yo y es bellísima y además estoy enamorado locamente. Ela es la que un día va a conseguir que termine fundido.
Según me dijo, su novia, había venido desde su país para esperarle en Santiago y me imaginé al peregrino cuando llegara a su meta que estaría ya preparado para afrontar esos “momentos tan difíciles” que le esperaban y en esta ocasión tendría un motivo más para terminar esta peregrinación que estaba haciendo.