almeida – 15 de junio de 2014.

Generalmente, una gran parte de los peregrinos suele recordar su Camino por esos pequeños detalles que para muchos pasan desapercibidos.

Representan esos momentos en los que una palabra o un gesto, se quedan para siempre en la memoria y cuando hablas de tu Camino es lo primero que viene a tu mente de forma involuntaria.

Los pequeños detalles a los que muchos no prestamos importancia porque estamos pensando siempre en las cosas grandes, son los que van diferenciando a los lugares y sobre todo a las personas.

En muchas ocasiones las cosas que menos nos cuesta hacer, son las que más valor tienen. Una sonrisa en un momento determinado, un gesto amable como ayudar a una persona que llega cansada a desprenderse de su mochila y ofrecer un vaso de agua fresca a quien llega muy cansado después de una calurosa jornada caminando, son detalles que no tienen precio y solo quien la recibe y no la espera, pero la añora, sabe realmente lo importante que puede llegar a ser.

Cuando Federico llegó al albergue, llevaba recorridos mil kilómetros caminando. Era un hombre de avanzada edad y se encontraba realizando uno de esos sueños que se va posponiendo hasta que llega ese momento en el que por fin lo ves cumplido.

Desde hacía mucho tiempo, Federico soñaba con hacer el Camino, deseaba hacerlo a la antigua usanza, saliendo desde la puerta de su casa, desde la misma casa que le vio nacer en el otro extremo de la península. Pero según me contaba más tarde, los sueños en muchas ocasiones hay que posponerlos hasta que nos encontremos preparados para verlos cumplidos. Eso fue lo que le ocurrió a Federico que tuvo que esperar más de veinte años hasta que por fin pudo realizar el suyo.

Durante todo ese tiempo, desde que se forjó en su mente la idea de hacer una peregrinación, hasta el momento que se puso la mochila a su espalda, fue informándose de todas las cosas que debía hacer y sobre todo, fue empapándose de las historias que otros iban contando hasta que llego un momento, que el Camino casi no tenía secretos para él.

Nada más verle llegar, salí a su encuentro y como hacía con el resto de los peregrinos, mientras le daba la bienvenida y me presentaba le pedí que me diera el bordón antes de ayudarle a desprenderse de la mochila.

El tiempo que estuvo en el albergue, le observe como se interesaba por las cosas que había a disposición de los peregrinos. Casi todo le llamaba la atención y en ocasiones tomaba notas del titulo de un libro que se encontraba en la estantería o de cualquier otra cosa que era desconocida para él.

Cuando por la mañana se disponía a comenzar una nueva jornada, fui a despedirle como se hacía con el resto de los peregrinos y mientras nos dábamos un abrazo, me susurró al, oído:

-Desde que comencé mi camino, es el primer lugar en que me siento un peregrino de verdad.

No comprendía a que se refería con aquellas palabras y antes de poder satisfacer mi duda, Federico mirándome a los ojos continuo diciendo:

-En mil kilómetros que llevo caminando, es la primera vez que alguien cuando me ha pedido el bordón lo ha llamado por su nombre y ese detalle peregrino me ha llegado a lo más profundo.

Estoy convencido que para Federico, ese será uno de los momentos de su Camino porque ese pequeño detalle, seguro que no se le iba a olvidar.

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