almeida – 10 de diciembre de 2014.

Cuando comencé a caminar en Segovia, había quedado con un formidable peregrino y un magnífico hospitalero.

Al descender del autobús no tenía manos para coger todo lo que llevaba así que colgué la mochila a la espalda. Con la mano derecha sujeté el bordón y en la izquierda cogí una bolsa con algunos libros que llevaba para mi amigo. Éste no se molestó en prestarme ninguna ayuda y después de cami­nar varios kilómetros, cuando llegamos a su casa, le extendí la bolsa y le dije:

 

—¡Toma, para ti! Podías haberme echado una mano al ver que venía tan cargado y con cosas que eran para ti —le recriminé.

Él me respondió que cada peregrino tiene que llevar su mochila cuando está en el camino. Aquella frase se me que­dó grabada y muchas veces he pensado en ella. ¡Qué razón tenía! Cada uno debemos llevar sobre nuestros hombros nuestra propia mochila.

Cuando comenzamos el camino, siempre somos muy propensos a llevar muchas cosas. Nos justificamos diciendo que son «por si acaso» las necesitamos y generalmente los «por si acaso» acaban creándonos problemas y causando lesiones. Luego nos damos cuenta de que todos los «por si acaso» los encontramos en cualquier rincón del camino y generalmente no los utilizamos y cuando no los llevamos encima tampoco pasa nada, siempre hay alternativas que pueden suplir a esas necesidades. Además debemos tener en cuenta que casi siempre Santiago nos va a proveer de todo lo que necesitamos en cualquier situación.

Me explicaron una vez cómo hacer la mochila perfecta. Creo que no lo he puesto nunca en práctica, pero reconozco que de esta forma nunca nos vamos a equivocar. Cuando tengamos preparado todo lo que vamos a llevar en el camino, hacemos tres montones. En el primero colocamos todo lo imprescindible, en el segundo ponemos todo lo necesario y en el tercer montón vamos agrupando todo lo que por si acaso podemos necesitar. Entonces guardamos el contenido del primer montón en la mochila y dejamos los otros dos en casa, así disponemos de la mochila perfecta para afrontar el camino.

Cuando llevamos dos o tres días caminando entramos en una fase en la que ya no sentimos la mochila. Forma parte del peregrino, es como el caracol que va arrastrando su caparazón sin el cual no puede mantenerse. La mochila es ya una extensión de nuestro cuerpo, no se concibe a un peregrino sin su mochila. Por eso en todo momento cada uno debemos llevar nuestra mochila y no es conveniente cargar con la de los demás. Tampoco debemos permitir que otros lleven la nuestra, porque perderíamos esa identidad del peregrino.

Cada vez es más habitual que algunos peregrinos busquen en los albergues esos servicios para trasladar sus mochilas. ¡Qué pena! No saben lo que se pierden. La esencia que conlleva la fatiga de ir cargados con la mochila no van a poder saborearla ni sufrirla si utilizan estos medios para hacer el camino.

Pero además de la mochila que llevamos a nuestra espalda, vamos cargados con otra mochila. En ella guardamos las alegrías, las penas, las ilusiones, los problemas y todos los sentimientos y sensaciones que tenemos antes de po­nernos en el camino y las que vamos acumulando en cada día.

Esta es una mochila personal e intransferible, ella va marcando nuestro carácter y el ánimo que llevamos en cada jornada. Pero ésta sí es una mochila que debemos compar­tir y, también en ocasiones, debemos cargar con la de los demás. Es necesario que quienes caminan con nosotros va­yan compartiendo todo lo que en ella guardamos. Eso nos va a permitir conocernos mejor y conocer también a quie­nes van haciendo el mismo camino que nosotros.

Al final del camino vamos dejando todo lo que nos so­bra, lo superfluo. Es el tercer o el cuarto montón que hemos ido desechando y se acaba desintegrando con el camino. Una hoguera puede ser su final soñado para purificarse, pero lo que se ha ido acumulando en nuestra mochila in­transferible ya forma parte de nosotros, seguramente nos llegue a cambiar la vida y esa mochila se irá llenando de sentimientos y sensaciones que van a caminar con nosotros el resto de nuestra vida.

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