almeida – 3 de septiembre de 2014.

Todavía le quedaban unas horas antes de dar por finalizada su jornada, pero estaba siendo un día muy lluvioso y apenas se veía nada. Cuando Isaac llegó a una pequeña ciudad del Sureste de Francia, viendo que la lluvia no iba a remitir, decidió dar por finalizada su jornada.

Como hacía en estas ocasiones, se acercó hasta la comisaría de la policía local y les explicó la peregrinación que estaba realizando, siempre en estas situaciones le buscaban un lugar donde pudiera descansar al resguardo de las inclemencias del tiempo.

El jefe de la policía local le dijo que los lunes el cura del pueblo tenía el día libre y solía emplearlo para visitar a su madre que vivía en un pueblo cercano. Entre las dependencias de la parroquia había un garaje al lado de la vivienda del sacerdote, allí podría descansar con su perro y estaría al abrigo de la lluvia.

Un agente de la comisaría le acompañó hasta la iglesia, disponían de las llaves por lo que abrió el garaje y le dijo a Isaac que se acomodara. Había una manguera que el cura utilizaba para lavar su coche y si lo deseaba, como se encontraba solo, podía darse una ducha con la manguera.

Isaac agradeció las atenciones que le habían dispensado y siguiendo las instrucciones del agente, se puso bajo la manguera y enjabonándose bien el cuerpo se dio una ducha que le resultó muy agradable. También aprovechó para lavar la ropa que llevaba, estaba completamente mojada, pero también agradeció el jabón que restregó sobre ella ya que cuando la fue aclarando, desprendía un color marrón bastante intenso.

Cuando terminó el aseo personal, en un rincón del garaje, al otro extremo de la puerta, extendió su saco de dormir y se tumbó sobre él para descansar.

Cuando llevaba algo más de una hora acostado, oyó ruido en el exterior, se puso alerta y cuando la puerta se abrió, vio a un hombre algo mayor que él, que sorprendido se quedó en la puerta sin atreverse a entrar.

—¿Qué hace usted aquí, quién es? —preguntó el recién llegado.

—Soy un peregrino —dijo Isaac —la policía del pueblo me ha traído hasta aquí para que descanse y me proteja de la lluvia.

—Pues no me han dicho nada.

—Me dijeron que el cura estaba hoy fuera —dijo Isaac.

—Pues yo soy el cura y ya ve que estoy aquí.

—Siento haberle asustado —se justificó Isaac.

—Pues lo ha hecho —dijo el sacerdote —no sabe bien el susto que me ha dado, no es normal que entrés en tu casa y te encuentres a un extraño.

—No es mi intención molestar —comentó Isaac.

—Pues aquí no se puede quedar —dijo el sacerdote.

—¿Y dónde puedo ir? —preguntó Isaac.

—No lo sé, pero este es mi garaje y no puedo dejar el coche nuevo en la calle con lo que está lloviendo.

—No se preocupe —dijo Isaac  mientras recogía sus cosas y las guardaba en la mochila —como le he dicho antes, no es mi intención causar ninguna molestia.

Cuando tuvo todo recogido, volvió a colgarse su mochila y guardó la ropa todavía húmeda en una bolsa, no quería que se mojara más y de nuevo se enfrentó a la lluvia que no cesaba de caer. Mientras, el hombre de Dios se introdujo en su coche y lo arrancó metiéndolo suavemente en el garaje que ya se encontraba libre.

Isaac pensó en buscar algún sitio donde resguardarse, pero decidió ir de nuevo a la comisaría para explicarles lo que le había sucedido y decirles que no se iba a quedar donde le habían indicado, no quería que hubiera cualquier problema del que le hicieran responsable a él.

Hacia las siete de la tarde volvió de nuevo a la comisaría, no se encontraba allí el jefe que había salido a hacer algún servicio, solo estaba el agente que le había acompañado hasta el garaje de la iglesia.

Cuando Isaac terminó de contarle su encuentro con el cura, este no se lo podía creer, no tenían ese concepto del sacerdote al que consideraban una buena persona.

Le dijo a Isaac que esperara allí hasta que llegara su jefe, no era aconsejable que estuviera en la calle con lo que estaba lloviendo, seguro que encontrarían alguna solución y si no, siempre podía pasar la noche en alguna de las celdas que se encontraban vacías.

Cuando llegó el jefe de la comisaría, escuchó incrédulo lo que Isaac le estaba contando, tampoco daba crédito a lo que estaba oyendo, si llega a contárselo una tercera persona que no estuviera implicada en el problema, no se lo hubiera creído.

Uno de los agentes propuso que podían poner entre todos los que estaban en el turno de la tarde el importe que fuera necesario para pagar la habitación de un hostal, estaba convencido que cuando se lo contaran a los que les relevarían a las diez, también ellos querrían colaborar. La mayoría fue apoyando esta propuesta y comenzaron a poner sobre la mesa un billete de cinco euros cada uno.

Mientras, uno de los agentes descolgó el teléfono para hablar con el propietario del hostal, pero el jefe de la comisaría interrumpió el estado de excitación en el que se encontraban sus subordinados.

—No hace falta —dijo —el peregrino viene a mi casa y se queda a dormir allí.

—No quiero resultar una molestia —susurró Isaac —me arreglo en una de las celdas que se encuentran libres.

—Las celdas son para los delincuentes y usted no lo es, además no es ninguna molestia —dijo el jefe —es una cuestión de sentido común y sobre todo de dignidad.

Llamó por teléfono a su mujer para decirle que esa noche tendrían un invitado a cenar y debía preparar la habitación de los invitados ya que también se quedaría a dormir.

Cuando terminó la jornada, fueron caminando hasta la casa que estaba a pocos minutos de la comisaría, ahora iban protegiéndose con un paraguas cada uno.

Era una casa individual que disponía de un amplio terreno donde algunos árboles frutales y un bonito jardín adornaban la parte trasera. Allí había una caseta de madera, se encontraba vacía, algún día debió estar ocupada por un perro que ahora no se veía por allí, ahora sería donde Leo podría resguardarse de la lluvia.

La decoración de la casa le hizo comprender enseguida a Isaac donde se encontraba, sus anfitriones habían emigrado de Argelia y profesaban la religión de Mahoma.

La señora de la casa se esmeró con la cena que a Isaac le había resultado exquisita y muy sabrosa. Cuando finalizaron, sacó una humeante tetera y al estilo de su país le sirvieron un vaso de té que estaba delicioso.

Mientras tomaban la infusión, se interesaron por la peregrinación que Isaac estaba realizando y este les fue explicando el motivo por el que se había puesto a caminar y fue detallando las aventuras que le habían ocurrido desde que meses antes comenzó a caminar en tierras polacas.

En un momento de la conversación Isaac se emocionó y durante un buen rato no pudo articular ninguna palabra, su anfitrión trató de infundirle ánimos diciéndole que le parecían maravillosos los motivos por los que estaba haciendo la peregrinación.

—Lo maravilloso —dijo Isaac cuando se hubo recuperado —es lo que me ha ocurrido hoy. Yo, un judío, me encuentro haciendo una peregrinación cristiana, me es negado el cobijo por un representante de Cristo y soy acogido por un musulmán, eso si que es maravilloso.

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