almeida – 15 de junio de 2015.
“Dios los cría y ellos se juntan”. Este era uno de los refranes que con más frecuencia recuerdo haber escuchado en labios de mi madre. Comencé a oírlo cuando era tan pequeño que ya lo sabía de memoria y nunca llegue a reparar en lo que aquellas palabras significaban. Era como esas oraciones que aprendemos de memoria y luego las recitamos de carrerilla sin detenernos a pensar en lo que estamos diciendo porque surge de forma mecánica de nuestra mente.
Con el paso de los años, aprendemos a meditar sobre cada una de las cosas que decimos y vamos comprendiendo el significado de muchas cosas y sobre todo de muchas palabras que antes surgían de una manera espontánea.
Generalmente, un peregrino cuando llega a experimentar todas las sensaciones que el camino le está aportando, lo convierte en su tema de conversación favorito y cada cosa que le va ocurriendo en la vida trata de aplicarla y darle un sentido como si fuera un peregrino que se encontrara recorriendo el camino.
Es frecuente comprobar cómo en ocasiones los peregrinos llegamos a ser excesivamente pesados con las personas que se encuentran a nuestro alrededor, porque se trata de familiares y amigos y éstos suelen comprender todo y nos conocen lo suficiente para aguantarnos, pero he de reconocer que en ocasiones nos mostramos excesivamente pesados y repetitivos con las personas que no sienten lo que nosotros y acaban por sentirse aburridos de nuestro monotema de conversación.
Por ese motivo, cuando dos peregrinos se juntan, su tema de conversación siempre va a derivar en el camino y es frecuente que se interrumpan constantemente porque la sensación o la experiencia que uno de ellos está contando da pie a que el otro recuerde una docena de situaciones similares y quiera también compartirlas antes que se le queden en el tintero.
Recuerdo una ocasión en la que nos habíamos juntado tres peregrinos y a uno de ellos le acompañaba un amigo que no había realizado nunca el camino y comenzaron a hablar sobre las últimas experiencias que habían tenido, unos como peregrinos recorriendo el camino y otros en su labor de hospitaleros recibiendo a los peregrinos en un albergue.
No solo fueron surgiendo aquellos momentos especiales y gratos que proporciona el camino, también se fue hablando de aquellas situaciones complicadas, una lesión inesperada, esa jornada en la que hacía un sofocante calor y se había terminado el agua y en dos o tres horas no se iba a encontrar una fuente o cuando se llegaba al albergue y no había un lugar para dormir y debía extenderse la esterilla sobre el duro suelo tratando de encontrar la postura correcta que les permitiera descansar y recuperarse de la dura jornada.
El que no era peregrino, escuchaba sin interrumpir aquel detallado cúmulo de adversidades que en ocasiones tenía que soportarse, por la expresión de su cara, se percibía que no llegaba a comprender cómo se estaba hablando con tanta euforia de situaciones que para él, llegaban a ser incomodas y en algún momento hasta desagradables y cuando llevaban ya bastante tiempo hablando, carraspeó para tratar de que le permitieran participar en aquella conversación.
-Os estoy escuchando y no llego a comprenderos, estáis hablando de penalidades y lo hacéis con una emoción y una alegría que cuando menos, me está resultando ilógica. Dejáis vuestra casa en la que contáis en todo momento con comodidad, luz, agua, calor y todas las cosas que son necesarias porque las hemos convertido en eso y en lugar de quedaros en casa o iros de vacaciones a un lugar en el que tengáis esas comodidades y muchas más y por lo mismo que os puede costar cada día estar en el camino y pagáis dinero por ir a sitios incómodos, en los que en ocasiones carecían de luz, de agua corriente, pasáis frío o calor dependiendo de la época en la que os encontréis. Perdonar mi ignorancia o mi incomprensión, pero de verdad que o sois masoquistas o alguna otra cosa que por mucho que lo intente no llego a comprender.
Los tres peregrinos nos quedamos mirándonos, porque al fin y al cabo, para alguien que no conoce ni ha sentido el Camino, no le faltaba razón en lo que estaba diciendo, no estaba del todo desencaminado.
-Tienes razón – le respondí – si yo no fuera peregrino ni hubiera sentido las sensaciones que llega a proporcionar el camino, pensaría lo mismo que tú, es más hasta hace unos años pensaba lo mismo que tú estás pensando ahora, pero ahora, soy peregrino y esas cosas que siento, sé que tú jamás las vas a sentir mientras no hayas recorrido el camino.
-Pues todo lo que tú quieras, pero no me has dado ni una sola razón que me haga pensar de forma diferente a lo que te he expuesto.
-La verdad es que tratar de explicar esto a alguien que no sea peregrino, no resulta nada fácil, pero no obstante voy a intentarlo – le respondí. Verás, la comodidad, la tenemos a diario, es algo habitual en nuestra vida cotidiana, por eso aprendemos a valorarlo cuando carecemos de esa cama mullida que nos espera en nuestra casa cada noche y todo lo demás ocurre de una forma similar. En ocasiones, no contamos con luz eléctrica y aprendemos a observar las estrellas y la luz que permanentemente nos proporcionan. No contamos con agua corriente en el camino, pero nos encontramos con manantiales, con arroyos y ríos que consiguen saciar la sed que llevamos. No disponemos de calor en muchos albergues sobre todo en los fríos días de invierno, pero aprendemos a valorar el calor que nos proporciona el sol y así podría estar detallando cada una de las cosas que los peregrinos hemos ido descubriendo que el camino suele aportarnos.
-Pues, la verdad es que sigo sin comprenderlo – respondió él.
-No te preocupes – le dije – es algo normal, no es que lo pienses solo tú, lo creen así muchos que no han sentido el camino bajo sus pies, pero si un día te haces peregrino, verás como el concepto que tienes de estas cosas va cambiando de una manera muy significativa y si nos volvemos a ver, tu forma de ver las cosas seguro que varía de una manera importante.
Creo que mis palabras no convencieron mucho a aquella persona, aunque tampoco era esa mi pretensión, pero al menos conseguí que se quedara pensando y estoy convencido que si analizaba lo que le había dicho y lo que asegurábamos los tres que estábamos en aquella conversación, al menos reflexionaría un poco sobre la diferencia que había entre los peregrinos y aunque como mi madre pensara en aquel refrán, ya no era un niño para aprendérselo de carrerilla y analizaría su significado.
Es difícil saber explicar lo que los peregrinos sentimos cuando hablamos del camino, por eso después de muchas situaciones parecidas, he optado por aconsejar a quienes me preguntan, que lo prueben, que caminen unos días y si no cambian de opinión, lo dejen, respetaré que el camino no les ha elegido para ser peregrinos.