almeida – 27 de julio de 2014.
Percibía como a John se le hacía un nudo en la garganta cuando recordaba aquel primer camino que recorrió en el año 2.009. Según iba describiendo cada una de las sensaciones que había tenido, notaba como en ocasiones le costaba encontrar las palabras adecuadas, pero estaba convencido que quería compartir esa historia conmigo y hasta en los silencios más prolongados que se produjeron, no le interrumpí en ningún momento.
De vez en cuando la mano de Katrina cogía la suya y le apretaba con fuerza como tratando de infundirle ánimos, porque ella, conocía esa historia muy bien, fue una de sus protagonistas y se emocionaba cada vez que escuchaba a su marido contarla a pesar que ya habían transcurrido cinco años desde que la vivieron.
John tenía cerca de los sesenta años y Katrina no había cumplido aún los cuarenta, pero cuando se miraban, sus ojos delataban enseguida esa complicidad que existía entre ambos.
Se habían conocido cinco años atrás realizando su primer camino. Katrina buscaba esos largos momentos de soledad de los que tanto le habían hablado porque según manifestaba, se encontraba hecha un lío y necesitaba aclarar todas las ideas que bullían en su interior, buscando esas respuestas que la permitieran conocerse un poco mejor.
Pero en el momento que conoció a John, su camino cambió, se sentía contenta en su compañía y así como había descartado que otros caminaran a su lado, aceptó al peregrino que le parecía diferente a cuantos se habían cruzado con ella hasta ese momento.
Cuando llevaban unos días juntos, caminando en ocasiones en compañía de otros peregrinos, pero sin establecer ningún grupo determinado, antes de llegar a las puertas de Galicia, el destino puso en su camino a Christian, un peregrino distinto con el que se compenetraron enseguida.
Christian, era danés, medio peregrino, medio vagabundo. Desde que había dejado la vida en la mar, deambulaba sin rumbo fijo y había recalado en el Camino donde se encontraba muy a gusto porque no tenía ninguna obligación más que pensar en lo que iba a hacer ese día.
Los tres recorrieron juntos lo que les quedaba de Camino y cuando se encontraban en la plaza del Obradoriro lo celebraron con jubilo, aunque eran conscientes que a partir de ese momento, sus vidas volverían a la rutina anterior y seguramente no se volverían a ver nunca más, por lo que celebraron por todo lo alto esta llegada y haber visto cumplido su objetivo.
Pero, entre Katrina y John, había ido naciendo algo más que una profunda amistad, se habían enamorado y ninguno de los dos deseaba que aquello se terminara y decidieron prolongar su estancia en Compostela dos días más en los que esperaban que sus ideas se aclararan antes de la despedida.
Después de demostrarse el amor que sentían el uno por el otro, decidieron unir sus vidas, Katrina se iría a vivir a Inglaterra con John y planificarían juntos el futuro que a ambos les esperaba, porque estaban convencidos que se necesitaban y sería difícil la vida sin la presencia del otro.
Los meses siguientes, fueron de una felicidad completa porque estuvieron aplicando en la rutina de su vida diaria todo lo que el Camino les había aportado y ninguno e los dos recordaba haber disfrutado de días tan felices como los que estaban teniendo después de haber finalizado aquel camino.
Cuando pensaban que no podía haber ningún nubarrón que enturbiara la felicidad que estaban disfrutando, se produjo una de las noticias más terribles que podía interponerse en aquella felicidad, a John le detectaron un tipo de leucemia muy agresiva que precisaba una urgente operación y no le daban ninguna garantía sobre el resultado de la misma porque los médicos se temían lo peor.
Afrontaron de la mejor manera posible este revés que les había dado la vida y trataron de sobrellevarlo de la mejor manera posible esperando ese día en el que sabrían si la intervención les daba alguna garantía sobre el futuro de John.
Fueron comunicando la noticia solo a las personas más allegadas y le enviaron un mensaje a Christian que lo recibió en el mismo lugar en el que se habían conocido unos meses antes.
Christian se encontraba a cinco jornadas de Compostela, pero al darse cuenta que la operación que iban a hacer a su amigo era cuatro días después, aceleró el ritmo que llevaba y se presentó en Santiago en tres días, después de un esfuerzo muy importante.
El día de la operación, Christian no salió ni un solo instante de la Catedral, se había sentado en uno de los lugares más alejados del altar y allí con toda la panorámica de los más importantes lugares de aquel templo rezó, imploró y suplicó por ese amigo que también había conseguido que su vida cambiara en los pocos días que estuvieron juntos.
La operación fue un éxito, porque John se restableció de la enfermedad y los médicos se felicitaron por el resultado de la misma a pesar del escepticismo con el que habían entrado en el quirófano, pero todo había resultado mejor de lo que esperaban y una vez que pasaron los días que siempre son necesarios para ver la evolución del paciente, le comunicaron a John que no había porque preocuparse, la operación había resultado un rotundo éxito y no pensaban que volviera a reproducirse. Aunque le someterían periódicamente una revisión pero no esperaban que esta, fuera a delatar nada que pudiera inquietarles.
Nada más salir del quirófano y después de las primeras noticias de los cirujanos, Kathrina llamó a Chistian para comunicarle el resultado de la intervención aunque le sorprendió que su amigo ya estuviera al corriente de lo que había ocurrido y sabía que John iba a salvarse. Christian le fue contando como después de enterarse de la noticia había acelerado el ritmo de su camino para llegar ante el Apóstol y pedir por su amigo, por eso estaba convencido que sus suplicas habían sido atendidas y no cayeron en saco roto.
Fueron pasando los meses y no volvieron a tener ninguna noticia de su amigo danés, daba la impresión que había desparecido de la faz de la tierra porque no cogía el teléfono cuando le llamaban ni tampoco respondía a los mensajes que le dejaban en su móvil, pero como ya le estaban conociendo, pensaban que había tomado la decisión de aislarse del mundo y se encontraría perdido en cualquier lugar del Camino o del planeta.
Cuando John y Katrina deciden formalizar su relación, piensan en el lugar para hacerlo y los dos están de acuerdo que debe ser en un sitio del Camino y el lugar más representativo, es la Catedral de Santiago que a los dos les parece ese marco inigualable que sellará ese amor que sienten, porque fue allí donde brotó el germen que ahora estaba dando sus frutos.
Al primero que le dieron la noticia fue a Christian, después de varios intentos consiguieron hablar con él y le dieron la buena nueva y le dijeron que podían faltar todos los invitados con los que esperaban compartir aquel momento, pero él resultaba imprescindible en aquel acto porque había sido una parte muy importante y hasta fundamental de la historia que los dos estaban viviendo.
La voz de Christian, sonaba muy débil y casi apagada y les respondió que iba a ser imposible contar con su presencia porque había vuelto a su país para someterse a un tratamiento que le mantenía inmóvil en el hospital. No les dio más detalles a pesar de la insistencia de Katrina y de John que se quedaron muy preocupados por su amigo y decidieron ir a visitarlo una vez hubieran celebrado su enlace, porque ya estaban comunicando a sus amistades y familiares el acontecimiento y no podían aplazarlo.
Llegó ese día tan especial y Chistian deseaba hacer un regalo a sus amigos. Cuando estos accedían a la catedral, en lo alto de la escalinata de la plaza del Obradoiro, bajo la mirada de Daniel y el resto de las imágenes erigidas por el maestro Mateo, entre todos los invitados, destacaba un repartidor de una empresa de transporte que al ver acercarse a John fue a su encuentro y le entregó un pequeño paquete.
Venía desde Dinamarca y John supo que su amigo no se había olvidado de ellos en aquel momento especial y antes de entrar en la catedral abrió la pequeña cajita en la que solo había una medalla que John reconoció enseguida, era la que Christian llevaba siempre colgada de su bordón y de la que no se desprendería nunca, por eso, comprendió que su amigo les estaba contemplando mientras recorría ese camino que solo es para unos pocos elegidos, pero no le dijo nada a Katrina, no deseaba que aquel día se viera empañado por nada triste, él solo, soportaría la ausencia de quien más deseaba que estuviera a su lado en esos momentos.
Cuando regresaron de un viaje que habían programado con antelación, lo primero que hicieron fue desplazarse a Dinamarca, fueron la dirección que aparecía en el pequeño paquete para saber que había sido de su amigo, porque aunque lo intentaron en varias ocasiones, el teléfono al que llamaban se encontraba siempre apagado.
Cuando se encontraban ante la puerta de la casa de la dirección que iban buscando, tocaron al timbre y les abrió una mujer que era la imagen de Christian, era su hermana y sin que los recién llegados dijeran nada, sabía quienes eran y les invitó a pasar al interior.
Les dio la triste noticia del fallecimiento de su hermano una semana antes de su enlace en Santiago y según les decía, Christian insistió mucho para que les hiciera llegar aquella medalla tan querida y especial para él, siendo especialmente preciso sobre en que lugar y a que hora debía ser entregada.
Cuando John, se fue interesando más por lo que le había ocurrido a su amigo, al percatarse que la enfermedad que había contraído fue la misma por la que le habían intervenido, fue comprendiendo lo que había pasado.
Estaba convencido que cuando Christian se encontraba en la Catedral de Santiago suplicando por la vida de su amigo, fue escuchado por alguien que se encontraba en su interior y estableció un pacto, él asumiría la enfermedad de su amigo a cambio que fuera librado de esta dolencia y llevaría esa carga de la que estaba librando a su amigo. Se lo iba imaginando según la hermana de Christian le iba dando todo tipo de detalles, aunque John no dijo nada, pero lo veía todo tan claro que no podía haber sido de otra forma. Su amigo había dado su vida a cambio de la suya, era el acto de generosidad más grande que uno puede ofrecer en esta vida y eso le emocionaba hasta el punto que apenas pudo articular ninguna palabra.
Cuando le contó a Katrina lo que pensaba que había ocurrido, esta, trató de hacerle ver que no tenía ningún sentido, pero John estaba tan convencido que según pasaban los días, se iba reafirmando cada vez más en lo que se había ido gestando en su mente.
Fueron muchas las personas con las que compartió esta idea y algunos hasta le tacharon de loco, pero John estaba seguro de saber lo que había ocurrido y dejó de compartir sus sensaciones. Únicamente lo hacía con alguien que podía comprender lo que estaba diciendo o con su mujer que con el paso del tiempo se fue convenciendo de lo que su marido la decía y siempre mientras lo hacía, deslizaba entre sus dedos una medalla que se iba desgastando por la fricción que se hacía sobre ella.
Comprendí la emoción con la que John estaba compartiendo esta vivencia del camino y le agradecí que hubiera sido yo una de las personas que había elegido para hacerlo, porque sentí emoción con cada una de las palabras que estaba escuchando y estoy convencido que su amigo, siempre les guiará en cualquiera de los caminos que decidan recorrer.