Pienso, luego digo – 25 de marzo de 2019
Desde que el Libro de los Libros comenzó a ser interpretado por el ser humano, muchos vieron encriptadas en sus páginas muchas de las profecías que los visionarios quisieron dejar en clave, para que únicamente los elegidos pudieran conocer lo que el paso del tiempo les iba a deparar.
Los teólogos y estudiosos de las escrituras ya en los primeros siglos, llegaron a la conclusión que el fin del mundo acontecería a comienzos del siglo noveno y dejaron por escrito su interpretación de cómo sería ese fin de los tiempos y más tarde el monje de Liébana, Beato recopiló todas estas interpretaciones, dando origen al primero de los Beatos que se fueron concibiendo entre las piedras de los monasterios medievales.
Seguramente a lo largo de la historia, fechas clave como los cambios de milenio, han dado pie a todo tipo de elucubraciones sobre las catástrofes que algunos vaticinaban que se iban a producir, pero se han quedado únicamente en eso, al día siguiente de estas fechas tan señaladas todo seguía como debía seguir, sin que hubiera cambios significativos.
Resulta una obsesión que siempre ha estado en la mente del ser humano, esa catástrofe que ha de llegar, seguramente desde el universo, que un día arrase con todo vestigio de civilización y debamos esperar otro ciclo para que todo evolucione y de nuevo la vida siga estando presente.
Pero seguramente, esa catástrofe la tenemos más cerca de lo que pensamos y no está recogida en la Biblia ni en las profecías de mentes avanzadas que pueden predecir lo que nos tiene que llegar.
Convivimos cada día con ella y en pocos años hemos llegado a tener tal dependencia, que difícilmente podemos ya imaginarnos nuestra existencia sin depender de las nuevas tecnologías de la comunicación, ese pequeño aparato que todos llevamos en el bolsillo y que nos abre las puertas de toda la información que hay en el mundo, pero que también condiciona nuestra forma de comportarnos y en parte nos acaba esclavizando, porque además de depender por completo del móvil, es un transmisor constante de nuestros hábitos diarios.
Hace unos días, se produjo un problema en los servidores de estas tecnologías y muchos nos quedamos sin esa conexión a Internet. Los ordenadores dejaron de funcionar correctamente porque no se podía acceder a Facebook y el wasap también funcionaba de forma irregular y algunos llegaron a pensar en ese Apocalipsis que tanto se ha venido anunciando a lo largo de la historia.
No poder comunicar a nuestros conocidos que estamos comiendo un pincho espectacular y sobre todo no poder compartir una imagen de ese sabroso bocado o avisar que ya estábamos llegando a la reunión que teníamos en tres minutos o simplemente decir que nos encontrábamos bien, representó para muchos ese cambio en los hábitos a los que estamos acostumbrados, que para muchos fue como ese anticipo de lo que podía ser una hecatombe, un mundo en el que no poder comunicarnos con los que se encuentran cada día a nuestro lado, porque aunque les tengamos cerca, ya no concebimos la comunicación sin ese mensaje que enviamos muchas veces a lo largo de cada día, y sin eso el mundo habría dado un cambio que muchos no le reconocerían.
Ese Apocalipsis está tan cerca cómo se encuentran los centros que controlan las comunicaciones, que el día que dejen de operar, para muchos habrá llegado esa hecatombe que las Escrituras llegaron a predecir.